¿El santo al que le rezas? ¿Dios mismo? Muchas veces has escuchado la palabra “milagro”, que se origina de la acción de “mirar algo con asombro” porque no puede explicarse o entenderse. Se utiliza cuando ocurre un evento que altera el ritmo de las cosas o modifica lo esperado. Pero, ¿por qué sucede y quién lo realiza?
Durante su vida, Cristo realizó muchos milagros: multiplicó los panes, curó enfermos, aplacó tempestades y devolvió la vida a quienes ya habían fallecido.
Esos milagros tenían siempre la finalidad de ayudar a otros, y Cristo los hizo por amor a nosotros.
Cuando Jesús hacía un milagro, primero hablaba con Dios Padre, y no dejaba de explicar a los presentes que realizaba el milagro para que reconocieran a su Padre Dios que actuaba en Él y que lo realizaba con la autoridad misma de Él. ¡Muchos creían al ver los milagros!
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Más tarde, los discípulos y los apóstoles comenzaron también a realizar milagros por autoridad de Cristo, que es Dios: haciendo siempre oración y pidiendo en Su nombre, se realizaba el milagro.
Esto significa claramente que Dios es “el autor” de todos los milagros.
Muchos hombres y mujeres piden ayuda a Dios para nuestro beneficio. Eso les ha hecho ser reconocidos como “santos”, porque antes de pedir por ellos mismos, se preocupan y piden por otros.
Así, desde el cielo y delante de Dios, los santos interceden por ti cuando se lo pides para que Dios realice un milagro.
Dios no deja de hacer milagros cuando su finalidad es ayudar a otros, porque en todo milagro viene la firma del amor de Dios.
Por eso no debemos pedir milagros huecos ni egoístas que busquen comodidad o lujos, sino que ayuden a otros a creer en Dios, a creer en el amor, porque Dios es amor.
¿Quieres pedir un milagro a Dios? Pídelo con ayuda del santo de tu devoción, con toda confianza, porque a eso nos invita Jesús: “Pidan y se les dará”, y “lo que pidan en mi nombre, mi Padre se los concederá”.
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