Se llama Gerardo Ixcoy. Es profesor y tiene 27 años de edad. Nacionalidad: orgullosamente guatemalteco. Su oficio, durante el tiempo de la pandemia: pedalear para repartir “el pan del saber”. Territorio indígena, sin apps ni computadoras. Vamos, casi sin electricidad.
¿Qué hacer por los niños indígenas que no han sido incorporados a la era digital? ¿Dejarlos a su suerte, como históricamente ha sucedido en la región donde vive el maestro Gerardo?
Había que impartirles clases. En un aula móvil. No iba a haber alternativas de educación a distancia. ¿Solución?
Un triciclo para adulto. Tres ruedas y un panel solar. Ingenio, creatividad pero, sobre todo, amor a los más desfavorecidos.
¿Por qué los niños indígenas deben quedar excluidos de tener la educación que necesitan? Un derecho universal no se negocia.
A mediados de marzo, cuando se veía venir con fuerza la pandemia y las autoridades de Guatemala iniciaron el cierre de las escuelas para evitar la propagación del coronavirus, el maestro Gerardo empeñó sus ahorros y se compró un triciclo para adulto; un cacharro de segunda mano.
Una vez con el triciclo, lo siguiente fue la adaptación del mismo para convertirlo en aula rodante. Le puso cortinas para evitar el contagio; le adaptó una pizarra para explicar a los alumnos lo básico de la educación primaria, las operaciones con fracciones, la lengua de sus ancestros, el castellano…
También le adaptó un panel solar para que le diera energía constante a un pequeño reproductor de audio para dar sus clases a distancia.
Es cosa de aceptar la sana distancia impuesta por el virus. El maestro está afuera, el alumno en el quicio de su casa.
La escuela del maestro Gerardo son los amplios campos sembrados de maíz en la región maya de Santa Cruz de Quiché.
Sus alumnos son pequeños indígenas de sexto año de primaria. Lleva un palo de trapeador para medir la distancia que debe haber entre un maestro y sus alumnos. Qué importa que esté al aire libre.
Es un muchacho que, desde su infancia, ha sido reconocido por su vocación. De hecho sus compañeros le pusieron el mote de “Lalito 10”. Un chico de 10 de calificación. De hecho, su aula móvil se llama “Profe. Lalito 10”.
Con esa misma vehemencia por el estudio, trata de visitar a sus alumnos por lo menos dos veces a la semana, pedaleando en su salón-ciclo.
El analfabetismo en la zona indígena donde el maestro “Lalito 10” da sus clases es de cerca de 42 por ciento.
Los celulares de la gente que ahí vive no tienen la posibilidad de bajar aplicaciones para la tele educación, las clases virtuales, la conexión por vía zoom. Los padres de familia no tienen el dinero como para comprar paquetes de datos.
Nada de esto ha sido obstáculo para el profesor Ixcoy. Los chicos a los que atiende han revelado que, no obstante los visite pocas horas a la semana, lo esperan con ansia.
Primero, porque rompe con la monotonía del aislamiento; segundo, porque saben que van a tener que poner atención y aprender en el espacio de tiempo que les puede dedicar.
El salón ciclo del “Maestro Lalito 10” tiene, en el costado que ven los niños que toman clases con él, una mano coloreada y con unas emojis simpáticos en la que se puede leer: “Saludos sin contacto de manos… para evitar el contagio”.
Una lección de cercanía. Un testimonio: un verdadero maestro.