Un recorrido histórico sobre cómo la Virgen conquistó el corazón y de los nativos y cómo lo aceptaron como su padre.
¿Qué es lo que vieron los indígenas en la imagen de María para no revelarse? A través de los historiadores y estudiosos del arte andino, la respuesta podría abarcar diferentes connotaciones simbólicas: como los rayos de luz que emanaba la imagen y que los nativos relacionaron con su dios relámpago, o que al verla suspendida en una luna pensaron en su diosa “quilla” que ellos veneraban; o podría ser que al mirar a los ángeles a su alrededor, vincularon las alas con sus aves sagradas; o quizá fue la misma Virgen que al estar cubierta por un manto tenía forma piramidal y daba la idea de un cerro, y creyeron que era la madre tierra, y tras ver las piedras preciosas que la adornaban relacionaron a María con una divinidad.
Quizá fue el conjunto de todos los elementos interpretativos aquello que caló hondo en la religiosidad del hombre andino, en una época donde primaba el lenguaje visual (siglo XVI, XVII).
Durante la colonia, la devoción a María fue promovida por las congregaciones religiosas (jesuitas, franciscanos, carmelitas, mercedarios y dominicos) mediante la catequesis, las celebraciones patronales y las cofradías, pero fueron sobre todo las figuras marianas (oleos, grabados, estampas e íconos) llevados desde Europa, con la tarea de evangelizar, las que quizá expandieron más la devoción mariana en el Nuevo Continente. Pero también fueron los mismos nativos los que promovieron la fe mariana.
En Perú destacan dos notables personajes: el inca Tupac Yupanqui, quien tallo la virgen que se venera en Copacabana, y el cacique Mateo Pumacahua (1740 – 1815), quien en tiempo de pandemia sacó en procesión, en un altar de plata, a la virgen de la Asunción, en Cuzco.
A través de todo un proceso simbólico cultural, la virgen fue evangelizando poco a poco el corazón de los sudamericanos y se levantaron iglesias y santuarios marianos en los lugares más sagrados para los indígenas: wakas, cerros, lagunas, y lugares dedicados al sol y a la luna.
Y si bien al principio, los nativos del sur se conformaban con importar y copiar grabados marianos (principalmente góticos y renacentistas), con el tiempo, en la época virreinal (siglo XVII – XVIII) adoptaron la imagen europea como suya y crearon su propio estilo, incorporándole adornos, elementos y colores autóctonos de los territorios andinos. Destacan de manera especial, las obras de arte de las escuelas de Quito y Cuzco, donde manos indígenas cristianas reinterpretaron las Vírgenes andinas, que sobreviven hasta el día de hoy en la devoción andina, en las iglesias, monasterios y museos. Si los separamos por países, son varios los lugares que custodian las representaciones de las Vírgenes andinas, pero podemos destacar algunos de ellos:
En Perú, puedes desvelar el imaginario religioso indígena a través de las vírgenes de la Escuela Cuzqueña que se encuentran en el Museo de Arte Religioso del arzobispado de Cuzco y en el Museo Pedro de Osma de Lima (en la sala de las advocaciones marianas).
En Bolivia, interpreta la fuerza simbólica de La Virgen-Cerro, en el Museo de la Casa Nacional de Moneda, en Potosí; conoce asimismo, la Virgen de Pomata, en el Museo de Arte de La Paz, Bolivia. Y descubre la Virgen del Socavón, en el santuario de Oruro.
Si estás Ecuador visita la Virgen de Quito, en el Museo de Arte Colonial; y aprecia la Virgen Inmaculada Apocalíptica, en el Museo del Banco Central.
En Chile, puedes ver la reveladora imagen Apoteosis de la Virgen, en el Museo del Carmen de Maipù. En Colombia, deleita tus ojos con la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, en el Museo Santa Clara, Colombia.
En argentina entra al Monasterio Santa Catalina (Córdoba) e interpreta la Escena de la Vida de Santa Catalina de Siena, S. Catalina y la Virgen hacen pan para los pobres.
Y si quieres imaginar el purgatorio, observa detenidamente “La Virgen del Carmen sacando almas del purgatorio”, que se encuentra, en el Museo de Brooklyn, Estados Unidos.