Tenían poco tiempo pero vivieron un gran amor
En el asilo de ancianos, se formaban corrillos sobre la relación de una pareja de octogenarios, ambos con temperamentos muy diferentes y penosas enfermedades. Se hacían comentarios lastimosos, acerca de lo que, desde la óptica humana, tomaba tintes de un absurdo romance, ya sin futuro para humanas ilusiones.
Ellos, lo hacían todo juntos, desde tomar el sol en el jardín, escuchar música, recibir visitas, o salir a un corto paseo por un parque cercano. Siempre estaban dispuestos a hablar amigablemente con propios y extraños.
Y llevaban siempre con ellos un diario en el que compartían sus pensamientos.
Llegó su momento y se casaron tomados amorosamente de la mano y vistiendo sus mejores galas. El ineludible destino se cumplió, y poco después, uno tras otro murieron, dejando atrás la corta historia del nacimiento, cenit y ocaso de un amor en apariencia solo enmarcado en el espacio y tiempo de las circunstancias de aquel asilo: un ambiente de inefable tristeza, austeras instalaciones y atenciones del personal contratado.
¿Eso fue todo? No, por supuesto que no, hubo un “además”.
Ambos sabían que su amor recién nacido, no dispondría de ese tiempo con el que humanamente se miden las cosas pero se amaban, y su amor existía, sin lugar para la nostalgia o el pesar, por lo que se dispusieron, no solo a vivirlo, sino a describirlo en las páginas de un diario compartido. Diario que legaron a la institución, como un inestimable tesoro, seguros de que se descubriría en el divino misterio de su amor.
En el pude leer frases como: “El quien soy, me lo das tú.” “Nací el día en que te conocí.” “Que mi amada me ame.”… Frases que parecían escritas por un amor entre jóvenes que disponen del espacio y el tiempo para vivir con la alegría de un luminoso y esperanzador futuro.
Pero estos dos ancianos agradecían de mil maneras el milagro de su coincidencia amorosa, conscientes de que no correspondía al azar, entre tantos millones de posibilidades de tiempos, espacios y personas. Estaban convencidos de que en su enamoramiento se encontraba algo inédito e irrepetible según los planes de Dios.
Así, en su prosa escrita cada día, se percibe un además insondable, inagotable, inefable, que solo los humanos podemos ver con el alma enamorada como “el luminoso color de tus ojos”, “la sonrisa de tu alma” o “la voz de tus sublimes silencios”.
Hablaban de cosas que no pasarían jamás, entre todo lo que les pasaba, y se pasaría. Cosas que se irían con ellos, traspasado el umbral de la muerte, pues el amor es personal y la persona no muere.
Lo hacían con un lenguaje que no provenía del solo razonamiento, o de la capacidad de abstracción, sino de la presencia del amado dentro de quien ama. Una extraordinaria e inaudita presencia.
En un insondable misterio, su amor había sido capaz de engendrar un propio espacio y un propio tiempo, en el que se amaron más intensamente, quizá, que quienes lo intentan viviendo juntos muchos años desconociendo ese entrañable poder.
Gracias a este amor, fueron capaces de sobreponerse no solo a sus enfermedades y a su entorno sino también a las ideas, aciertos y errores y a sus vidas pasadas. Así lograron un tiempo y un espacio para coincidir en otra dimensión por la que vieron lo que se vieron y oyeron lo que se oyeron.
El amor debe darnos la energía, las ganas y la voluntad de modificar nuestras vidas radicalmente si es necesario. Para ello, el amor ha de contener el entusiasmo vivificante de la novedad.
Puede resultar fácil, difícil, decepcionante o imposible, lo cierto es que el amor conyugal trae concebido en su seno, el poder alumbrar ese propio espacio y ese propio tiempo, para imponerlo a todos los demás espacios y tiempos y vencer sus dificultades.
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