Ante la posibilidad de que cientos de personas se juntaran para celebrar San Roque, los bares de Cabezón de la Sal se han puesto de acuerdo para evitar la propagación del virus en el pueblo
Es el día de San Roque, uno de los días más festivos de Cabezón de la Sal, un pequeño pueblo de Cantabria (España). La plaza donde habitualmente un día como hoy está llena de jóvenes charlando, bebiendo, comiendo y cantando está desierta. Todos los bares están cerrados.
No ha habido ninguna prohibición. Tampoco hay Policía vigilando y el confinamiento terminó hace tiempo. Lo que ha pasado es algo sorprendente e inédito. En el día de más afluencia de público, de más clientes y más caja, simplemente todos los bares de esta zona del pueblo, se han puesto de acuerdo para cerrar todos a la vez, y de esta forma evitar aglomeraciones en esta fiesta. Solo por solidaridad.
Las fiestas no iban a ser de cualquier forma las habituales. Pero abrir ese fin de semana supondría dar la oportunidad a mucha gente para que se juntara y celebrara. Gracias a su acuerdo y su sacrificio, no hubo aglomeraciones ni contagios.
El bar Gades es uno de los locales que permanecen cerrados. Su dueño se llama Jorge González, tiene 40 años, está casado y tiene dos hijos pequeños. Él mismo cuenta a Aleteia que se ha “criado en el bar. Para mí ir al bar, era ir a mi casa. Yo me he criado con mis padres en esta cafetería”.
Además trabaja como informático en un negocio del pueblo y tiene a cuatro personas empleadas. Pero el tema laboral y económico, no va a ser el único palo que reciba durante esta crisis del coronavirus.
El confinamiento
Unos meses antes de este ‘cierre solidario’. Jorge ya ve la que se está avecinando: “Vimos que las cosas estaban muy mal y había decidido que íbamos a cerrar quince días el bar. El viernes lo hablamos y el sábado a mediodía se declaró el Estado de Alarma”
Jorge echa el cierre a ‘su casa’ sin saber cuándo iba a poder volver a abrir, ni cuánto iba a perder. Pero solo días más tarde este es solo un problema más. “Mi padre a finales de marzo cogió el coronavirus. Lo llevamos a urgencias y nos confirman que tiene una neumonía producida por la COVID”. Y Jorge se ve con un padre de 80 años en el hospital, una madre de 77 sola en casa y ningún ingreso en el banco.
“Hubo un fin de semana en el que los médicos nos dijeron que no sabían si ‘para lante o para atrás’”, el padre de Jorge está muy grave. Pero “gracias a Dios fue mejorando y le dieron el alta. Mi padre se podría haber ido por esto, teniendo a mi madre en casa sin saber si lo tenía también… Estuvo muy malito, pero bueno al final le hicieron un PCR un mes después y dio negativo”.
Desconfinamiento
“Tenerlo cerrado, abrir y no recuperar el volumen de trabajo que tenía” es una preocupación constante. Ya no es solo que ha estado dos meses sin ingresar, sino que los meses siguientes tampoco consigue alcanzar el volumen de trabajo normal. “La gente tiene miedo. Me dan las tres de la tarde y no he tenido ni una mesa”.
La vuelta a la realidad fue dura. “Abrimos el 1 de junio, la segunda semana de la fase 2. Solo podíamos tener el 50% en la terraza. Dentro casi no entraba nadie y afuera yo tenía cuatro mesas… así que me dejaban poner dos”. A pesar de todo, Jorge no duda en sacar del ERTE a sus cuatro empleados el mismo día que abre su negocio
Y a pesar de que las fiestas de San Roque, solo el trabajo de ese día, vale por el de bastantes meses flojos… Jorge decide no abrir. “Es una pena vivir las fiestas como las hemos vivido. No podíamos aprovechar el trabajo que te viene en condiciones normales… ¿Cómo controlas que vengan 200 personas y cumplan las medidas de seguridad? Ese día cerramos, no hubo nadie en el barrio ese día, se hizo la misa y nada más”.
La historia de Jorge y de los dueños de los bares de este pueblo de Cabezón de la Sal en Cantabria, es solo un ejemplo más de la de personas se solidarizan con los demás. “Solo oímos noticias de los que lo están haciendo mal”, me dice Jorge. Así que aquí una, de uno que lo ha hecho muy bien.