Una reflexión sobre Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan
Françoise Sagan (1935-2004) obtuvo celebridad con la novela Buenos días, tristeza (1954) que pronto fue llevada al cine por Otto Preminger (1958). Sagan es una excelente narradora que cautiva con un estilo directo, agudo, descuidado, propio de una fiesta elegante.
La obra se abre con unos versos del poema La vie immédiate (Paul Éluard, 1932) que son tremendamente significativos en cuanto que la “vida inmediata” es el ambiente en que se mueven los personajes de Sagan. Se trata de un estilo de vida articulado sobre lo agradable. Así comienza la obra:
«Aquel verano yo tenía diecisiete años y era completamente feliz. Los “otros” eran mi padre y Elsa, su amante». Pronto reciben la visita de Anne, una antigua amiga de la difunta madre de la narradora (Céline). Los personajes encarnan dos modos de vida, dos sentimientos vitales básicos: el “nuestro” (padre e hija), la vida inmediata caracterizada por la superficialidad o mundanidad, y el que representa Anne, una femme de tête, una mujer sensata.
Céline percibe pronto que Anne pudiera estar enamorada de su padre. En cierto sentido, la obra puede leerse como la rebelión de una adolescente consentida ante una aspirante a madrastra. Pero es, también, algo más hondo en cuanto que permite contraponer ambos modos de entender y sentir la vida.
Con elegancia, sin estridencias, Anne va mostrando la insustancialidad de la vida inmediata. Así lo ve Céline: «Vislumbré […] una vida equilibrada de pronto por la inteligencia, el refinamiento de Anne, esa vida que le envidiaba». Céline se ilusiona. Ve viable un nivel de existencia cualitativamente superior. Anne les convertiría en dos personas civilizadas, bien educadas y… felices «porque Anne nos haría ser felices».
Céline se siente atraída por ese estilo de vida superior pero ve también que tendrá que esforzarse para vivir así. Porque mientras que la vida inmediata disfruta pasivamente de los placeres sencillos que se ponen a su alcance, la felicidad que Anne propone supone una actitud activa. Céline decide entonces que la grandeza le viene grande y dedica sus esfuerzos a alejar a Anne y su padre. Por el camino proporciona interesantes puntualizaciones. Veamos alguna de ellas.
«Mi padre y yo, para estar interiormente tranquilos, necesitábamos la agitación exterior», dice Céline. La calma puede hacer consciente de la insuficiencia de ese gozoso estilo de vida ¿acaso vivir gozosamente no es la inconsciente aspiración de toda vida animal? ¿acaso no puede, no debe, el hombre aspirar a algo más?
Anne irrumpe en esa vida inmediata mostrando su insuficiencia y la posibilidad de una vida mejor, plenamente humana, con una alegría lograda conscientemente. Una vez se ha entendido esto, la vida inmediata no será ya la inconsciencia animal sino fruto de una opción: «no se trata ya de hallar una respuesta sino de esperar a que la cuestión deje de plantearse» (Dans un mois, dans un an).
Quien vive la vida inmediata aspira a llenar su vida de amantes que van sucediéndose, de encuentros sexuales galantes, mundanos y episódicos en el clima de «un desenfadado cinismo sobre las cosas del amor».
Pero ese enfoque vital tiene un coste: Agitarse tras los amores, sin hallar el amor. Recibir pasivamente placeres, pero sin conquistar activamente su felicidad. Permanecer en la superficie de las cosas y de su vida sin lograr extraer la riqueza que anhela y presiente. En definitiva, permanecer solo, aburrido, sin esperanza porque hay una negativa a afrontar las exigencias que lo humano comporta. Y hay, por eso mismo, una traición a lo que significa ser persona, a lo en el fondo somos.
Anhelamos el amor. Hemos de hacernos capaces de amar. Hemos de hacernos dignos de nuestra mejor posibilidad que, lo sabemos, no es solitaria. Porque el amor remite al amado. Porque el hombre es un ser de encuentro, un nudo de relaciones. La mirada amorosa es una clave importante; así lo recoge Sagan cuando señala que «habría que ser amado y amarse muy cálidamente a sí mismo para ser feliz» (Un certain sourire).