Sus visiones y devoción por las almas del Purgatorio guiaron su vida hasta la creación de la Congregación educativa y asistencial de las hermanas Teatinas que acompañan en su fe, formación y dolor a miles de fieles por todo el mundo.
En el corazón de Nápoles se encuentra uno de los conjuntos arquitectónicos más grandes y antiguos de la ciudad italiana. El complejo monástico de Sor Úrsula Benincasa aún mantiene la esencia de la vida conventual iniciada por esta religiosa hace cinco siglos con sus claustros, jardines e iglesias. Allí, pasados unos años de su muerte, y tal como había deseado en su testamento, empezaría a construirse el hermoso centro religioso y espiritual.
Era la culminación de una vida de entrega a Dios y de amor al prójimo que había empezado con su nacimiento el Cetara, el 21 de octubre de 1547.
Era la pequeña de los ocho hijos de Jerónimo y Vicenta, una pareja de profundas creencias cristianas y de origen humilde. La familia Benincasa pasó por dificultades económicas y carencias a las que se añadía para la pequeña Úrsula una salud frágil y delicada. A pesar de ello, ayudó a su madre y sus hermanas en las largas jornadas de trabajo junto al telar y dedicó sus pocas horas libres a la lectura y el estudio de la Biblia.
La desaparición prematura de sus padres y algunos de sus hermanos la dejó con la única compañía de Antonia y Francisco. Los tres hermanos se unieron intentando mantener la esencia de su familia, protegiéndose y consolándose. Pero cuando cumplió los veintisiete años se enfrentó a una nueva prueba de vida al quedarse totalmente sola. Fue entonces cuando la profunda fe y la devoción religiosa que hacía tiempo sentía en su corazón afloró de su interior tomando la determinación de convertirse en religiosa.
El primer convento al que llamó a sus puertas fue el monasterio de las clarisas capuchinas de Santa María de Jerusalén donde, sin embargo, su solicitud no fue aceptada. Lejos de abandonar, en un primer momento decidió recluirse en su propio hogar donde inició una vida de sobriedad y oración. Alejada del mundo, tras una visión, decidió retirarse como una eremita en una pequeña capilla situada en el monte Sant’Elmo.
Su fama de santidad se extendió y muchos fieles se acercaron así como discípulas que se unieron a ella en su vida de oración. Allí vivieron durante unos años asumiendo como misión vital vivir “sin más reglas que el amor”.
Úrsula continuó teniendo visiones y experiencias místicas que el papa Gregorio XIII quiso analizar. La humilde mística se trasladó a Roma donde fue analizada por una comisión formada por hombres como San Felipe Neri quienes aprobaron sus visiones y su vida de virtud. Sor Úrsula Benincasa tuvo una especial devoción por las almas del Purgatorio por las que llegó a sentir en sus propias carnes sus penalidades y sufrimientos.
A partir de entonces tenía las puertas abiertas para alcanzar su sueño de crear una congregación que sería bautizada como Oblatas de la Inmaculada Concepción de María, dedicada a la vida activa centrándose en la educación de los más jóvenes. Un año antes de morir fundó una nueva congregación, las Romitas de la Inmaculada Concepción de María Virgen, esta vez formada por monjas de clausura centradas en la vida contemplativa.
Sor Úrsula Benincasa fallecía el 20 de octubre de 1618. Años después, en 1633, las Oblatas y las Romitas asumieron el nombre de Teatinas, tras ponerse bajo la jurisdicción de esta orden religiosa. Las hermanas Teatinas pronto se extendieron por distintos países, principalmente de Europa y América centrando su existencia en la oración, la educación y la ayuda a los enfermos.
En el verano de 1793, el papa Pío VI le otorgaba el título de venerable.
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