Una milagrosa y antigua imagen de Cristo, tallada en madera, que creció y sudó aceite, es venerada en la ciudad colombiana de Buga, donde cada 14 de septiembre celebran su gran fiesta.
La imagen del Señor de los Milagros es de color oscuro, está tallada en madera y reposa sobre una cruz de aproximadamente 1,70 metros de altura y 1,30 metros de ancho. Tiene los labios entreabiertos, el cabello sobre los hombros y en su rostro se refleja el inmenso dolor que soportó Jesucristo. Actualmente está adornada con una corona de oro y piedras preciosas y de su cabeza salen rayos de plata.
Es la misma imagen que a finales de siglo XVI aumentó de tamaño y sudó durante dos días en lo que hoy es la ciudad colombiana de Buga, al occidente del país, donde actualmente es venerada por los devotos que llegan de todas partes para agradecer, implorar o interceder por las necesidades propias o de otras personas.
¿Cuál es la historia detrás de esta milagrosa devoción que se extendió a varias ciudades del país? ¿Es cierto que pasó de ser un pequeño crucifijo a una imagen de más de un metro?
La historia de la indiecita
La tradición oral cuenta que todo ocurrió a una anciana lavandera que vivía en el que por entonces era un simple caserío, hacia el año 1580. La mujer, que ya había sido evangelizada, había ahorrado 70 reales para que el cura párroco le ayudara a comprar en Quito un Cristo para su choza.
Mientras iba camino a llevar al sacerdote lo que con tanto esfuerzo había ahorrado, escuchó el llanto de un padre de familia que iba a ser encarcelado por no haber podido pagar una deuda de 70 reales e inmediatamente se conmovió y le entregó el dinero, posponiendo su ilusión.
Días después, mientras lavaba en el río Guadalajara, le llegó en medio de las aguas un pequeño crucifijo de madera que nunca se supo de dónde venía porque río arriba no vivía nadie. Lo acogió con ternura y le dio por morada una pequeña caja de madera que colocó en un improvisado altar de su humilde choza.
Una noche, al oír algunos ruidos donde guardaba la imagen, descubrió con sorpresa que esta había crecido hasta medir casi un metro y le avisó al párroco y a los señores más importantes del pueblo, quienes dijeron que no podía ser más que un milagro porque ella no tenía forma de haber adquirido ese crucifijo.
Los habitantes del caserío no tardaron en visitar a la lavandera para conocer al Cristo milagroso; acostumbraban a tocarlo y llevarse pedacitos de madera mientras pedían sus favores, lo que hizo que la imagen se fuera deformando. Fue entonces cuando llegó un visitador desde la diócesis de Popayán y dijo que el Cristo debía ser quemado.
Al igual que a Jesús, lo sometieron a un juicio injusto, y dictaminaron que no podía ser digno de culto y reverencia porque su aspecto repulsivo no alimentaba la fe, por lo cual lo condenaron a ser destruido en el fuego. Y ahí es donde se produjo el milagroso resurgir de la imagen sagrada, que suda en medio del fuego y no se daña, sale más reluciente. Al igual que Jesús, que venció la muerte y resucitó victorioso.
Es cuando los pobladores toman reliquias de ese sudor, un aceite bendito con el que piden con fe y obtienen numerosos milagros, especialmente de salud. “Así lo atestiguó bajo fe de juramento doña Luisa de la Espada hija de uno de los fundadores de Buga. Este milagro fue comprobado y atestiguado con la gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes”, dice la página oficial del Milagroso de Buga, sobre la leyenda centenaria (https://www.milagrosodebuga.com).
Después de esos sucesos extraordinarios, el rancho de la anciana lavandera, que quedaba frente al río, se convirtió en lugar de oración y luego de que ella falleció el río creció muchísimo y cambió de cauce: “Se desvió hacia el sur, desde unas tres cuadras más arriba del punto de la aparición, y dejó así el sitio libre para construirle el templo al Santo Cristo, templo que al principio era un edificio pequeño y se le llamaba la Ermita”.
Hacia 1907 se levantó un templo nuevo, gracias a las ofrendas de los miles de devotos agradecidos con la ayuda de Nuestro Señor Jesucristo, y desde 1937 se convirtió en Basílica del Señor de los Milagros de Buga, por decisión del Papa Pío XI, quien expidió un decreto por medio de su secretario, el cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII).
En el camarín de la Basílica actual se venera la imagen original del Santo Cristo, reforzada en pasta y bien conservada, y hasta allí se desplazan creyentes de todo el mundo, movidos por la fe en Dios. La Basílica está bajo el cuidado de la Comunidad Redentorista, la cual organiza los días 14 de cada mes misas campales -de manera habitual en tiempos sin pandemia- a las que acuden cientos de enfermos en busca de salud y consuelo.
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Actualizado 14 de septiembre de 2021