Una chica de Bergamo cuenta su dolor, el Covid le arrancó a su padre y su abuela: su única consuelo en esta trágica pérdida e imprevista es haberle anunciado su boda al papáEl diario PrimaBergamo publicó la carta de una chica llamada Monica, escrita a finales de abril, tras dos pérdidas terribles a causa del coronavirus: el padre y la abuela fallecieron a pocas semanas de distancia. Fueron esos días de la cuarentena en que el número de víctimas llegó a los miles y la Lombardia era el lugar más afectado.
Hoy, 464 familias recibieron esta llamada de teléfono. Yo soy una chica de 27 años y se cómo funciona, porque lo he vivido y quisiera contarlo para que comprendan qué significa morir en tiempos del Coronavirus, quisiera contárselo para que entiendan qué queda en las familias rotas que están en casa encerradas en su dolor, quisiera contarles lo que deberían sentir en el corazón cuando al saber que hoy 464 personas han muerto. (PrimaBergamo)
Es doloroso pensar en aquellos días y, sin embargo, las primeras palabras de la carta son muy claras y van al centro de la cuestión: cada víctima no es un número, sino una persona que es querida y amada.
Una de las cicatrices más indelebles fue ver las fosas comunes y los camiones llenos de cuerpos… con la implícita idea terrible que realmente la muerte puede poner el velo de la nada sobre vidas valiosas, una por una.
Esos mensajes enviados a un teléfono apagado
El papá de Monica estuvo 14 días en terapia intensiva, y era joven, tenía 59 años y ninguna otra patología grave. No sobrevivió y, del otro lado del muro, estaba su familia. No se podía tener contacto con el enfermo, solo recibían llamadas telefónicas sintéticas de un personal médico agotado por la emergencia.
Sí, el Covid parece una bestia domada y nos preguntamos por qué resoplamos del calor con la mascarilla, pero los signos profundos que grabó en la emotividad no son pasajeros… por mucho que nos esforcemos en ponerlos de lado.
Recordemos la angustia que nos golpeó cuando fuimos conscientes que el virus nos podía separar de nuestros seres queridos en el momento de mayor necesidad. Y fue en esos días alarmantes que el vínculo humano, las relaciones como base de nuestro ser se volvieron, nuevamente, insospechadamente valiosas.
En esos días, Monica escribía mensajes a su papá, sabiendo que en el hospital el celular junto a él estaba apagado:
Cada noche durante 14 días le escribía un mensaje a mi papá para darle las buenas noches. Su teléfono estaba apagado, lo sabía, pero no quería dejarlo solo en el hospital y cuando saliera le leería todos y se habría dado cuenta que no estaba solo y que no había dejado de pensar en él. Le contaba cómo iban nuestras vidas durante la cuarentena. Le conté que su amada Atalanta había ganado al Valencia, ver el partido sin él fue extraño. Le contaba cómo los pájaros comenzaban sus cantos matutinos, a él le encantaba el canto de los pájaros, podía estar horas bajo su abedul preferido en el jardín, cerrar los ojos y escuchar su canto. (Ibid)
No se trataba meramente de un gesto emotivo y vano, sino de la memoria de un vínculo vivo: cuán verdadero es que en la vida cotidiana ciertas cosas a veces las vivimos realmente solo en el momento en que las compartimos con otros. Somos relación, nuestra presencia es esta necesidad de caminar, decir, ser sabiendo que hay quien se preocupa por lo que nos toca.
Caminar hacia adelante
El 9 de marzo murió la abuela de Monica, el 23 de marzo también el padre. Las normas prohibían los funerales, solo una veloz bendición en presencia de muy pocos parientes.
Se trató de otra prueba durísima, porque el último saludo es desgarrador, pero ofrece un delicado consuelo al corazón. Quedar privados de la posibilidad de decir debidamente adiós no puede más que dejar signos profundos de malestar; termina la cuarentena, pero permanece una virulencia bajo la piel que queda en los enfermos que se han curado y en los familiares de las víctimas.
¿A qué nos agarramos? A lo que no es infierno – diría Calvino. Y lo opuesto a la pesadilla infernal que es una separación sin salida es la vía de las relaciones. En el caso de Monica la desesperación por las dos pérdidas tan graves se mitigó en parte por un consuelo:
Antes de que todo esto llegara logré decirle a mi papá que me casaría en octubre. Fue la primera persona a quien se lo dije, y estaba muy feliz. Y reíamos porque estaba nervioso de llevarme al altar, y le tomaba el pelo, le decía que tendríamos todo el tiempo para ensayar, tendría solo que tomarme del brazo y caminar hacia adelante. Mi abuela en cambio estaba preocupada porque no tenía nada qué ponerse, a sus 94 años aún cuidaba su aspecto. Para la ocasión dijo que se compraría un nuevo vestido, era un día importante. Pero hoy, mientras escribo esta carta para llegar al corazón de quien cree que todo esto es pasajero y que todo irá bien, se que mi abuela no tendrá su vestido nuevo, y mi papá no me acompañará al altar.
Querida Monica, en el respeto total a tu dolor, deja que te llegue un susurro diferente: la separación física no borra en ti la certeza de una unión auténtica con tu padre y tu abuela. Él te tomará del brazo, y será un agarre aún más fuerte que permanecerá mucho más allá del pasillo. Y ella tendrá un vestido esplendoroso más que cualquier otro de marca. Estarán ahí contigo, contempla este misterio que da tristeza y alegría a la vez.