Llevaban décadas sin vocaciones de hombres. Ahora un joven enfermero de profesión y con la carrera de Teología ha hecho los votos en Barcelona“Observad las aves del cielo cómo no siembran ni siegan, ni recogen en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta”. Es la cita del Evangelio que se lee en una de las paredes del Cottolengo del Padre Alegre, en Barcelona. Y así es como enfoca la vida el hermano Gabriel, un joven de 32 años, que el pasado 2 de agosto hizo la profesión de sus primeros votos.
Con Gabriel, la rama masculina del Cottolengo, que se había extinguido hace algunas décadas, vuelve a tener vocaciones.
Él estudió Enfermería en la Universidad de Salamanca y Teología en la Pontificia. Nació en esa ciudad, en el seno de una familia con ambiente católico. De pequeño había hecho de monaguillo en la parroquia y más adelante colaboró en la pastoral de la diócesis.
Un viaje que cambiará su vida
Un viaje organizado por su diócesis al Cottolengo de Las Hurdes, una comarca de Cáceres (Extremadura), hizo que notara la llamada de Dios a esa vocación tan especial. El carisma de los Hermanos Servidores de Jesús, una congregación nacida en Barcelona en 1939, es específicamente “el abandono en la Divina Providencia”. Era lo que estaba buscando.
Ese abandono implica que se vive al día, de lo que llega. Si llegan patatas, se come patatas. Viven de lo que les da la gente. No tienen móvil. Cuando algo se necesita -una silla de ruedas, ropa para un enfermo, jabón… lo que sea-, se reza y se confía en que Dios lo hará llegar. Es muy fácil decirlo pero es una vocación en la que no caben las programaciones ni los excels, mucho menos los excels mentales.
“Lo importante -dice el padre Francesc Prieto, sacerdote y director espiritual de la congregación religiosa del Cottolengo- es servir al Señor”.
Acompañando espiritualmente a Gabriel
El padre Prieto acompañó al hermano Gabriel en el discernimiento de su vocación: “Tenía que estar decidido a entregar su vida aquí y ahora, y para siempre, independientemente de que lleguen más vocaciones masculinas a partir de ahora o sea el único para el resto de su vida”.
Pruebas para que sea una vocación segura
El Cottolengo es una institución que no hace publicidad de sí misma. La decisión de Gabriel es un regalo, pero “no se le han puesto fáciles las cosas, al contrario. Se le ha acompañado [Prieto como director espiritual] pero se le han puesto más pruebas y obstáculos que facilidades, por decirlo en lenguaje de la calle”.
Tres años hasta la profesión de los votos
Antes de la profesión de los primeros votos, “Gabriel vivió un año de prueba total interno en el Cottolengo, seis meses de postulantado y 2 años de noviciado”, explica este sacerdote.
De nuevo un lugar para los varones
Con su llegada, el Cottolengo reestructuró los usos del complejo para habilitar de nuevo un lugar donde viva la rama masculina, separada de la femenina. “Tienen la misma vocación pero viven separados”.
En el edificio de la rama masculina hay ahora celdas, un pequeño y sencillo oratorio, un refectorio (el comedor) y la biblioteca. Todo lo que necesita para vivir su vocación, volcada en servir a los descartados de la sociedad. “El Cottolengo acoge en estos momentos a unas 150 personas, en su mayoría disminuidos físicos o psíquicos, enfermos crónicos o terminales que no tendrían a nadie que cuidara de ellos”, explica el padre Prieto.
Además del de Barcelona, hay Cottolengos en Madrid, Santiago de Compostela, las Hurdes (Cáceres), el Cottolengo de Benimaclet en Valencia y Colombia. Para todos ellos, la llegada de una vocación que restaura la rama masculina ha sido una gran noticia.