Son muchos los matrimonios que se rompen cuando uno de los dos sufre de pronto una minusvalía o una enfermedad grave degenerativaExisten datos muy tristes de matrimonios relativamente jóvenes que llegan al divorcio cuando un miembro de la pareja se encuentra en condiciones de dependencia. Al parecer, la tasa de divorcio es superior al 70 % cuando uno de los dos padece una enfermedad crónica degenerativa que comienza a limitarlo, o es ya incapacitante, o bien cuando, tras sufrir un accidente, vive con una minusvalía importante.
En mi experiencia clínica, conozco las dos caras de la moneda. Las dos tienen en común la dificultad para equilibrar su relación de pareja, que inevitablemente es desigual porque el cónyuge sano tiene que sacar adelante todas o la mayor parte de las responsabilidades familiares con el desgaste físico y emocional que conlleva.
Además, el cónyuge sano en algunos casos vive verdaderas pérdidas, como:
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- Pérdida de la intimidad matrimonial al no mantener ya relaciones sexuales.
- Dejar de compartir juntos muchas vivencias de la etapa presente y futura.
- Pérdida de la amistad profunda cuando el enfermo ya no es capaz, emocional o cognitivamente de comunicarse, y por lo tanto no puede ser su mejor consejero, o su persona de mayor confianza.
- Fin del proyecto en común de un futuro cobiográfico pleno de ilusiones familiares.
- Adiós a la seguridad de descansar en el otro. Sus cualidades y atributos ya no están en su plenitud.
Esta es una cara de la moneda.
Un “humanismo” justifica el derecho del cónyuge sano y cuidador a rehacer su vida ante la dificultad o imposibilidad de lograr regresar al plano en que se encontraba con pareja antes de la enfermedad o del accidente.
En ciertos casos, se decide salvar la conciencia, manteniendo el compromiso del cuidado del cónyuge enfermo, pero separándose por el divorcio o, haciendo vida juntos, pero ya no en íntima e indisoluble unidad. Se busca a veces una libertad que le permita tener una nueva relación.
Por otra parte, cuenta muchas veces con el apoyo de propios y extraños que entienden que abandone a su cónyuge ante una situación tan complicada. Esto puede resumirse en un solo comentario que, seguramente, habrá escuchado en varias ocasiones: “Aun eres joven. Tienes una vida por delante y derecho a ser feliz”.
En la otra cara de la moneda
Pero también existen casos en los que el cónyuge sano y cuidador decide ser fiel a su promesa matrimonial a pesar de las pérdidas anteriormente mencionadas y logra ser feliz. ¿Cómo es esto posible?
En esta dura situación, esa pareja vive integralmente el amor conyugal a través de dos dinámicas que son razones de bondad para su unión:
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- Las dinámicas psicosomáticas en las concurren todo lo emocional, físico y químico. La pareja puede continuar amándose a través del cuerpo, que siente y se expresa en su totalidad. Se quiere al cuerpo del otro como el de uno mismo. A esto se le llama “entrañamiento afectivo”.
- Las dinámicas espirituales son aquellas por las que participan activamente la inteligencia y la voluntad para conocer y amar al otro como un bien en sí mismo, y con el deseo a la vez de constituirse en su mayor bien.
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En ambas dinámicas, existe un solo yo presidiendo en el amor. Es decir: soy yo el que siente, soy yo el que conoce, yo el que se enamora, y ama. Se le llama implicación personalizada. Esta implicación personalizada, es la que permite querer seguir queriendo, y busca mil maneras de hacer crecer, sanar y reordenar la relación de unión para preservarla en lo esencial, en un comenzar y recomenzar.
El entrañamiento afectivo y la implicación personalizada, son los que hacen posible la abnegación y al sacrificio, con la mediada del amor, que es el amor sin medida, al hacer de los cónyuges una sola carne y un solo espíritu.
Por ello, cuando se promete la fidelidad en la salud y en la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso, se reconoce que el amor bueno y verdadero es una verdad posible, al margen del curso que pudieran tomar las circunstancias de la vida futura.
Lo que se está prometiendo, es que, cuando el plano psicosomático pudiera resultar afectado por una enfermedad, un accidente o por el solo paso del tiempo, entonces entrarán en juego con toda su potencia las dinámicas espirituales de quien ama, para establecer una nueva forma de amar, en un nuevo orden.
Un nuevo orden que permite amar el depauperado cuerpo de cónyuge enfermo o envejecido como si fuese el propio cuerpo del cuidador.
En este orden, el cónyuge sano puede esforzarse por llevar una vida con gratificaciones comunicables al amado, como el mantener contacto habitual con sus amistades; sacar adelante un proyecto personal, estudiar o incluso trabajar en algo nuevo, realizar algún deporte, socializar etc. etc.
Y obtener la gracia de Dios para ser feliz, sin frustración, resentimientos o amarguras. Difícilmente se abandona un hijo enfermo o se le desconoce, por lo que no existen lo ex hijos, como no deberían existir los ex esposos, cuando por el amor verdadero, la unión en el ser es real.
Consúltanos en: consultorio@aleteia.org
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