Cuanto más pueda una persona llenar su día de amor, más feliz será. Tenemos 24 horas para ser agradecidos y para entregarnos a los demás.Nuestra vida cotidiana está repleta de situaciones en las que podemos ir al rescate de valores. Esto ocurre no solo cuando estamos creando o haciendo algo por los demás como por ejemplo lavar los platos en casa para aliviar el trabajo de nuestro cónyuge o darle dinero a un amigo que está pasando por una necesidad, sino también aquellos momentos en los que somos nosotros los receptores de las buenas obras que hacen los que nos rodean.
Con un simple gesto amable tenemos una oportunidad muy valiosa para que los demás se luzcan, ayuden, compartan, aporten, se sientan queridos y puedan afirmarse en el bien. Y es que cuando estamos recibiendo algo del otro, también podemos darnos. El saber recibir amorosamente es un acto entrega y de amor verdadero.
El cardenal Wojtyla, que luego se convertiría en el Papa Juan Pablo II y más tarde sería declarado Santo por la Iglesia, en una oportunidad le escribió una extensa carta a un matrimonio amigo que estaba en dificultades. En ella, daba algunos consejos para cada uno y en el mensaje dirigido a la esposa escribía estas palabras: “Teresa, es necesario rescatar de los demás aquellos valores que morirían sin nosotros”.
Cuanto más pueda una persona llenar su día de amor, más feliz será. Es importante recordar que en esos momentos donde el amor se activa no podemos permanecer indiferentes, que podemos hacer algo y responder amorosamente para hacer una diferencia en la vida de las personas.
Cuando estés con la persona que quieres, ten en cuenta que tal vez seas tu esa persona que puede rescatar un valor en ella. Por ejemplo, nadie puede valorar mejor un dibujo de un hijo que los propios padres. No será lo mismo con otras personas. Los niños esperan ver las respuestas de ellos porque son las personas sin las cuales sus valores no son apreciados en todo su esplendor. Esa mirada con afecto de los padres sobre lo que ha hecho el niño, es lo que rescata todo ese amor que ha plasmado en un papel. ¿No vale la pena dejarlo todo para mirar ese dibujo?.
Cuando un amigo te pregunte qué comida te agrada porque quiere agasajarte, no caigas en el conformismo de dar una respuesta vacía y convencional diciendo “que te da lo mismo”. Puedes tomar esa oportunidad que tienes para amar siendo explícito en tu respuesta. Esa persona se sentirá feliz de poder hacer algo que tú disfrutas. El impacto de compartir una comida será una experiencia más plena para ella.
Si tu cónyuge tiene un don, pero no le das la oportunidad de ponerlo en práctica, le estarás quitando la posibilidad de expresar el afecto tanto como quisiera. Sin querer podemos quitarle la posibilidad de amarnos en plenitud con su talento. Si sabe contar chistes pero se encuentra con una cara de enfado o aburrimiento, no podrá expresar el amor haciéndonos sonreír. En esos casos ¿quién podrá rescatar el amor?
Las personas que “al recibir están dando” son amables, acogedoras, afectuosas. Aunque no tengan muchos deseos de hacer una u otra cosa, hacen ese esfuerzo por el amor. Escuchan y preguntan, aceptan cualquier plato de comida aunque no les guste, forman parte de planes familiares que les aburre, pero lo hacen con una sonrisa porque valoran el amor que acompaña una invitación sincera o un plato de comida hecho con esmero y afecto.
Este ejercicio no solo permite afinar nuestra vista de los detalles amorosos y reconocerlos a lo largo del día, sino que poco a poco va ensanchando el corazón y nos hace protagonistas de verdaderas historias de amor. Nos aleja del individualismo. Una persona que sabe recibir no responderá con desagrado o apatía ante las demostraciones de afecto de los demás, porque reconocerá el valor oculto que esa acción conlleva y no querrá que se pierda.
A veces nos cuesta recibir algo de los demás. No sabemos cómo corresponderles, incluso podemos sentirnos que estamos “en deuda”. Nos parece que “no damos lo suficiente” o que incluso tenemos que “esperar” la oportunidad para corresponder a lo recibido porque pensamos que la respuesta tiene que ser exactamente la misma: invitar a alguien a una fiesta porque nos ha invitado o hacer un regalo porque hemos recibido otro antes.
Sin embargo, en el mismo momento en que nos invitan o nos hacen un regalo es cuando tenemos la oportunidad de dar algo. Esta manera de vivir el amor no deja espacios vacíos o tareas pendientes. Un acto de amor genuino basta y es mejor no postergarlo. Una sonrisa, un agradecimiento sincero, una mirada afectuosa. Siempre tenemos algo para dar.
La decisión de amar en el momento presente marca la diferencia. No se trata solo de una necesidad emocional. El valor personal aumenta por el hecho de que estamos viviendo el amor. Si el amor nos llega, nos toca y sentimos que somos dignos de él, nos edifica. Al final aunque parezca que somos nosotros los únicos que recibimos, el amor que damos siempre es para los demás.
Los actos están llenos de significado y si sabemos que somos importantes, la vida tiene sentido. Cuando alguien hace algo por nosotros, al corresponderle amorosamente valoramos lo que esa persona hace, lo quiera o no, signifique un gran o menor esfuerzo para ella. Nuestra respuesta les recuerda que son importantes. Hay un valor escondido encendido en ellos, que podemos hacer brillar con una buena respuesta.