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Hiperexigencia: tu peor enemiga para conseguir los que te propones

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María del Castillo - publicado el 16/10/20
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Una persona hiperexigente se dice a sí misma: “Lo que hago siempre es mejorable y, por tanto, tengo que mejorarlo hasta que sea perfecto”.Sea cual sea la visión que tengas del concepto perfección, todos tenemos algún ámbito en el que nos exigimos de más, buscando el perfeccionismo, ya sea en lo académico o laboral, en las relaciones personales, en algún deporte, incluso en mantener cierta imagen. Es una actitud utópica que nos lleva a la conquista de esa idea a la que aspiramos.

A todos nos agrada ver buenos resultados en lo que hacemos, o sentir que las cosas salen bien porque nos hemos esforzado. Sin embargo, ¿dónde está el límite entre la aspiración a hacerlo bien y la exigencia de tener que hacerlo perfecto?

O sea, ¿dónde está el límite entre la aspiración a la perfección, que es algo bueno, con el “poner cargas aplastantes a la espalda”, como Jesús criticaba a los escribas y fariseos en el evangelio?

Parece que exigirnos es algo positivo pues nos empuja a mejorar, sin embargo, a diferencia de una sana exigencia, la hiperexigencia tiene como base una baja autoestima y una competitividad contra nosotros mismos. El mensaje interno que se esconde detrás de toda persona hiperexigente es: “Lo que hago siempre es mejorable y, por tanto, tengo que mejorarlo hasta que sea perfecto”.

En el fondo, se trata de una falta de aceptación de los propios límites. Como consecuencia, uno termina imponiéndose cada vez más carga, sintiendo una insatisfacción continua y experimentando una gran frustración al ver que nunca cumple tan alta expectativa.

Los peligros de la alta exigencia

Desde esta actitud se puede caer en algunos peligros que terminen haciéndonos daño a nosotros y a los que nos rodean:

  • Caer en conductas autodestructivas como el automachaque, la culpa y los castigos como consecuencia de no haber sido capaz de cumplir con las propias expectativas. Se termina cayendo en una intolerancia al error.
  • Ser tan intransigente con los demás como con uno mismo, pidiendo más de lo que se puede dar y esperando que los demás sean como nosotros queremos.
  • Acabar posponiendo tareas. Aunque parece contradictorio, pues podemos suponer que la hiperexigencia lleva a la ejecución inminente de la acción, en ocasiones, el objetivo puede llegar a ser tan ambicioso que puede resultar muy complicado alcanzar el resultado que se espera. Como las metas intermedias no son una opción, se puede perder mucho tiempo en planificar y organizar.
  • Necesidad de controlar ante el miedo a la incertidumbre, a lo inesperado o a los cambios. Esto es algo que lleva a estas personas a tolerar con dificultad lo que no esté atado o cerrado.

Algunas ideas que pueden ayudarte

  1. El concepto “perfección” varía según dónde pongas el foco: en el resultado o en el proceso. Quizás puedas entrenarte en observar el crecimiento que te ha llevado hacer esa tarea en vez de valorarlo únicamente por el resultado final.
  2. Aprende a ceder y a renunciar al resultado perfecto; esto puede llegar a ser un alivio y descanso para ti. Acepta que eres limitado, que siempre podrás hacerlo mejor pero que las circunstancias actuales te han permitido llegar hasta ahí.
  3. Sé especialmente comprensivo contigo mismo. En el día a día, pueden existir factores que hagan que no seas tan eficiente. Pero recuerda: aceptar que no todos los días se crece igual ya es crecer.
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