Si nos falta humildad nuestro trabajo puede convertirse en una tarea agotadora, solitaria y sin crecimientoExiste una gran verdad en el dicho de que “por no trabajar un poco como se debe, se termina trabajando mucho como no se debe”. Indudablemente todos queremos hacer las cosas bien, no perder el tiempo y utilizar bien nuestra energía mientras hacemos nuestro trabajo, pero cuando nos falta humildad esa tarea puede volverse una carga muy pesada.
La humildad es la virtud que nos permite hacer mejor nuestro trabajo porque es una fuerza que nos impulsa a ser eficientes, a amar lo que hacemos, a compenetrarnos más, tomarlo con seriedad, incorporar hábitos saludables y ser diligentes en ello.
En cambio, cuando nos falta humildad nuestro trabajo se vuelve más improvisado, individualista, desordenado y falto de amor desencadenando otros factores como la pereza, la lentitud, la excesiva parsimonia, la negligencia, el aburrimiento o el dejar las cosas a medias dando a entender que el tipo de trabajo que hacemos es indigno de nuestro esfuerzo.
Según el Evangelio, Jesús es ejemplo del trabajo humilde, ya que “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10,38) y “todo lo ha hecho bien” (Marcos 7,37).
La humildad es una virtud que, si nos ocupamos de incorporar a nuestro trabajo, puede convertirse en esa fuerza poderosa que nos empuja a hacer mucho bien por medio de él.
Aprovechar cada instante
La humildad nos hace valorar las cosas de la vida ordinaria de cada día. Nos predispone a ver tantas cosas buenas y nobles que recibimos por el simple hecho de tener la posibilidad de poder hacer que nos parece que el tiempo no nos alcanza para llevarlas a cabo.
Cuando vivimos con soberbia el tiempo sobra porque el trabajo no merece nuestro esmero y se prefiere buscar “matar el tiempo” y caer en el riesgo de trabajar poco o sin intensidad.
La humildad nos mantiene activos porque nos abre la mente y nos hace conscientes de que no lo sabemos todo y que nos equivocamos mucho también. Eso nos ayuda a cuestionar las cosas que nos rodean. Dejamos de ser el centro del universo para reconocer, desde nuestra pequeñez, las cosas grandes que podemos tener frente nuestro.
Servir a los demás
La humildad nos impulsa a rechazar el individualismo soberbio que nos mueve a tener pensamientos que sugieren que nuestras cosas son más importantes que las de los demás, o que simplemente no tenemos tiempo o estamos muy cansados y es mejor que otros con más disponibilidad o energía las hagan. Se puede asumir que podemos creernos demasiado orgullosos como para intentar otra cosa o trabajar duro.
La humildad nos lleva a valorar el trabajo como un verdadero modo de servir a los demás pensando en el prójimo y brindándole nuestro amor. Esa actitud nos motiva a cambiar y adaptarnos a diferentes situaciones incluso cuando sean desafiantes. Nos lleva a descubrir personas y oportunidades que de otro modo no sería posible encontrar.
Ser puntuales
Quien es humilde y ama su trabajo busca cumplir con la puntualidad diciéndole al otro que es importante, mientras que el impuntual lo subestima porque su trabajo en cierto modo no merece esfuerzo.
La impuntualidad destruye las relaciones porque es lógico que los demás se enfaden cuando no cumplimos los horarios previstos. Cuando no hay una justificación se da a entender que se sobrevalora la propia tarea y se desprecia la de los demás.
Cuando nuestros objetivos se basan en ganar a toda costa para beneficiarnos, incluyendo el tiempo, uno termina aplastando a todos los que encuentra para llegar allí. Cuando somos humildes comprendemos que no todo se trata de nosotros.
Hay otros también con un tiempo valioso. Dejamos el egoísmo y podemos reconocer que nuestros logros son el resultado de los aportes de muchas personas y no únicamente los propios.
Cuidar los detalles
La humildad nos impulsa a cuidar los detalles dejando de lado la improvisación que le resta importancia a lo que hacemos. Cuando improvisamos consciente o inconscientemente subestimamos el trabajo. Podemos pensar que merecemos otro trabajo diferente, que no es un trabajo que merezca nuestra dedicación o que no está a la altura de nuestros estudios o estatus familiar.
La humildad nos hace ver que aun en un trabajo sencillo hay mucho mérito y dignidad y que así como tenemos fortalezas tenemos defectos y no por eso tenemos que esconderlos. Saber en qué cosas no somos buenos es tan importante como saber en qué áreas de nuestra vida sobresalimos.
Un trabajo, por más sencillo que parezca, puede revelarnos información valiosa para ayudarnos a nosotros mismos y a los demás.
Querer aprender
No se puede santificar lo que no se ama, y para amar todo trabajo es imprescindible ser humildes, ya que es el único modo de vivir el “haz lo que debes y está en lo que haces”.
La humildad nos impulsa a querer aprender nuevas técnicas que lo perfeccionen. Nos despierta ideas para renovarlo, descubrir lo novedoso y hacerlo cada vez mejor.
No es posible crecer cuando creemos que ya hemos llegado a hacer todo y somos mejores que los demás. Al creer que se tiene todas las habilidades incorporadas y que conocemos todas las respuestas, simplemente nos bloqueamos al progreso. La humildad por el contrario, nos enseña en qué necesitamos trabajar y eso indudablemente nos lleva a seguir avanzando.
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