Cuando tus expectativas no se cumplan, no dejes que la frustración y la tristeza se impongan a la esperanzaA veces lo que esperas tarda en llegar y las dificultades te pueden hacer dudar de que tus sueños se cumplirán. Pero al final siempre hay una meta que quizás supera aquellas expectativas que te animaron a empezar…
El otro día ascendí por el cauce de un río seco. Piedras de muchos tamaños. Algunas demasiado grandes para subir por ellas, había que bordearlas. Algunas pequeñas que ponían en peligro mi estabilidad al pasar por ellas.
Todo estaba seco, sin agua. Me habían dicho que habría agua en ese lugar. Recordaba fotos de pozas llenas de agua. Pero ahí seguía caminando sin encontrar agua por ninguna parte.
La expectativa del agua me había animado a caminar. Gracias a esa promesa infundada caminaba con ilusión, con luz en la mirada. Encontraría agua, estaba seguro.
Motivaciones que ayudan
Pienso que a menudo las expectativas me mueven, me despiertan, me animan, me dan alegría. Son sueños a corto plazo, los necesito ver cumplidos ahora, en este momento.
La expectativa es algo bueno que tiene mi corazón. Tiendo a vivir de expectativas.
Ahora tengo la expectativa de que pronto pasará la pandemia y podré hacer la vida de antes. Tengo la expectativa de un nuevo trabajo que acabe con las rutinas y sinsabores del presente.
No son malas las expectativas, sin ellas podría caer en la tristeza y apatía. Las expectativas aún por cumplir me llenan el corazón de sueños.
Tengo la expectativa de lograr un objetivo, de llegar a una meta, de avanzar en mi anhelo, de conseguir lo que deseo.
La expectativa de unas pozas llenas de agua que acaben con el calor y el sofoco.
¿Cuáles son las expectativas que mueven ahora mi corazón? ¿Cuáles son los deseos que me motivan hoy?
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¿Crees en los sueños?
¿Y si no llega lo que espero?
Puede suceder, como muchas veces ocurre, que la expectativa no se cumpla. No sucede lo que esperaba. Fracaso o no logro mi sueño. No encuentro ninguna poza.
Y en ese momento tengo dos opciones en la vida.
¿Dejarme ganar?
Una tentación es vivir encadenado a la frustración. Me lleno de amargura y de pesar. No logro lo que deseaba con tantas fuerzas.
Lo que parecía la solución a todos mis problemas no lo consigo. No resulta el plan trazado con débiles alfileres.
En esos momentos dejo de confiar en ese futuro ingrato que no colma todos mis anhelos. La expectativa incumplida entristece mi corazón.
¿Cómo enfrento esas expectativas que no se cumplen?
Por ejemplo, quería que mi cónyuge cambiara y no cambia. Que mi trabajo fuera mejor de lo que es ahora. Que mis hijos hicieran esos planes que consideraba tan buenos para ellos.
Tenía la expectativa de una Navidad normal, como las de antes, sin cubrebocas, sin distancias. Quería encontrar unas pozas y sólo veo piedras secas.
Miro la realidad con amargura y pierdo la alegría. La expectativa incumplida me condena a la tristeza.
Es un peligro vivir muy apegado a las expectativas, porque puede ocurrir que, al no cumplirse, pierda la esperanza.
¡Siempre esperanza!
La esperanza que Dios me pide es una virtud que Él mismo me concede para vivir. Es una forma diferente de mirar la vida, de vivir el presente.
En ese camino buscando un lugar llamado “el cielito”, mi expectativa se vio incumplida. No encontré agua en todo el camino, sólo piedras.
Pero no sé bien cómo decidí seguir subiendo, sin saber si iba por el camino correcto. Al final, después de un largo esfuerzo llegué a un lugar escondido.
Y ahí, en medio de la nada, entre unas piedras y unos árboles cercanos, surgía un pequeño manantial. Un poco de agua que brotaba de lo profundo de la montaña.
En ese momento sentí muy cerca a Dios en medio del cansancio. En ese silencio brutal estaba Él escondido, eso seguro.
Y de ahí brotaba el agua. Un agua pura, transparente, virgen. Demasiada poca para llegar a las rocas del cauce del río y poder descender por la montaña suavizando las piedras a su paso. Insuficiente para llenar unas pozas.
Pero suficiente para hacerme ver que Dios despierta vida de la muerte y saca agua del desierto. Esa forma de actuar de Dios me emociona.
Entendí que tengo que vivir de la esperanza, aunque las expectativas del camino me den pequeñas alegrías. Y comprendí que no tenía que perder la alegría nunca cuando se frustraran mis pequeños planes.
El paraíso existe
Que no importaban tanto. Porque la promesa de Dios seguía viva. Encontré el paraíso en medio del desierto. El agua que brotaba de la nada.
¿Cómo podía poner en duda el poder de ese Dios que saca amor del odio y convierte mi amargura en alegría? Él puede hacerlo todo nuevo y me lo volvió a demostrar. Me lo muestra cada día.
Quiero estar más atento para no amargarme con las piedras secas del camino, con los sueños frustrados. Mirar siempre al frente, seguir subiendo y saber que Dios tiene siempre la última palabra que da la vida.