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¿De dónde saco la alegría ahora?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 18/12/20
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De repente dejo de sonreír, de alegrarme por las cosas sencillas de la vida y me lleno de tristezas, le pido más a Dios, a los demás y vivo lleno de quejas, ¿cómo cambiar eso?La alegría debería ser la impronta de mi alma. ¡Qué rápido la pierdo! Quisiera mantenerme sereno, seguro, alegre, con paz. Pero no sé por qué, de forma súbita, dejo de sonreír, de alegrarme por las cosas sencillas de la vida y me lleno de tristezas. Le pido más a Dios, a los demás y vivo lleno de quejas. ¿De dónde saco la alegría entonces?

Deseo una alegría sin miedos y la confianza de pensar que en medio de la batalla saldré siempre indemne, sin un rasguño.

Esa confianza de los niños que han puesto su seguridad en el cielo y no temen las dificultades del camino. Esa alegría que me viene de lo alto como una lluvia suave que penetra mi alma y ya no me abandona.

Estar alegre siempre es lo que más deseo. Sueño con esa paz que acabe con mis tormentas interiores. Dice el apóstol:

“Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. Absteneos de todo género de mal. Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente. Fiel es el que os llama y es Él quien lo hará”.

Una alegría estable

JOY

Borisevich Sergei | Shutterstock

Necesito esa alegría que viene de Dios, porque la alegría del mundo es pasajera y no logro retenerla con manos firmes. Lo intento, me apego a ella en medio del camino. La retengo un tiempo y pasa rápido.

La tristeza y el miedo son mis enemigos. Apagan mis sonrisas, ahogan mis gritos de júbilo. Quiero esa alegría honda que se viste de fiesta.

Quiero el sí sencillo y fiel que se vuelve alegre en el camino. ¿Quién puede quitarme esa alegría? Ni la persecución, ni el hambre, ni la soledad, ni la infamia, ni las afrentas injustas. Nada debería quitarme la alegría que viene de Dios.

Sueño con estar siempre alegre y retener esa paz que vence los miedos que a menudo me acobardan. Quiero una alegría que me guarde de todo mal.

¿Cómo conseguirla?

Hoy busco esa alegría más profunda, esa alegría que viene de Dios. Decía el padre José Kentenich:

“Si no recibo alegría, si no tengo alegría tanto por mi crecimiento interior en Dios como por el de los demás, ¿qué efectos habrá? Si la alegría es un instinto primordial, el hombre se buscará la alegría en otra parte”.

Es un instinto del corazón. Es algo innato que me lleva a buscar una alegría que no se agote, que no se acabe. Quiero vivir alegre en Dios, confiado.

¿Dónde están las fuentes de mi alegría más verdadera? Busco dentro de mí esa grieta por donde me llega la paz de Dios, ese camino abierto en lo más oculto de mi ser donde Dios llena de risas mis nostalgias y mis miedos.

Es más fuerte la luz que la noche, más fuerte el canto alegre que el silencio lleno de reproches. Más grande la risa franca que la tristeza honda que no puedo apagar con nada.

Busco las fuentes de mi alegría que nadie me va a quitar. Quiero limpiarlas en este Adviento para vivir alegre y disfrutando cada día de mi camino a Belén.

Valgo para Dios

Salgo de mis reproches y tristezas para ponerme en camino hacia Dios y lo miro con alegría, no con temor, no con sentimiento de culpa. Decía el Padre Kentenich:

“Si coloco siempre en el centro de mi pensamiento mi pequeñez, mi dependencia de Dios, mi ser nada ante Dios, el efecto será la actitud fundamental de la opresión: estoy oprimido frente a Dios. Si yo dijera reiteradamente en mis pláticas: – Tú no puedes hacer nada pero Dios ha hecho de ti algo valioso, esa afirmación tiene que causar una falta de alegría en mi relación con Dios. Por eso, se busca la alegría en otra parte: en el mundo de las alegrías sensibles y del pecado”.

No acentúo el sentimiento de que no soy nada ante Dios. Poco puedo, lo sé. Pero puedo mucho porque soy hijo suyo. Soy grande en sus manos y este sentimiento de valor me causa alegría.

Le hago falta a Dios y no puede prescindir de mí. Soy un instrumento único y valioso en sus manos, eso me da alegría. Soy importante para su misión y sin mí le falta algo.

Lo que yo aporto es único. Esa conciencia me llena de paz y felicidad. Soy su hijo querido y no puedo eludir mi entrega, mi generosidad, mi ofrecimiento diario. Esa labor mía es un regalo.



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Caminar y descansar feliz

Y mi alegría entonces descansa en ese Dios que ha visto mi belleza y cree en mí. Sabe que soy valioso en este mundo. No quiere que renuncie al poder que me ha dado, a los talentos que ha puesto en mi corazón.

Son suyos, no míos, pero a mí me dan paz y alegría. No me quedo en mi miseria, miro más su misericordia. No me centro tanto en que no puedo nada, pero acentúo que lo puedo todo en sus manos.

Y sé que cuando esté a punto de caer, cuando me falten las fuerzas, Él va a venir a suplir mi carencia, a salvarme en medio de mis batallas perdidas.

Me gusta mirar así la vida y me causa alegría. No me enorgullezco pensando que lo puedo todo, pero tampoco me humillo pensando que no puedo nada.

Dios lo puede todo, Dios me salva. Y su mirada cambia mi corazón enfermo. Su mirada me alegra y me llena de sonrisas. Ha visto quién soy, lo grande que soy, y esa conciencia de mi valor me hace sonreír y caminar feliz a su lado.

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