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La alegría a veces hay que pedirla, ¿sabes cómo?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 20/12/20
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¿Cómo voy a sonreír en medio de peligros amenazantes? La respuesta puede llegar a través de un ángel, o mirando a María, o pidiéndoselo directamente a Dios, ¡Él puede hacerlo!En este último domingo de Adviento escuchamos las palabras del Ángel a María:

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Así comienza el ángel. Le pide que se alegre porque Dios está con Ella. Me pide a mí que me alegre en este Adviento porque Dios está conmigo, viene a mi presencia, quiere quedarse a habitar en mi morada. Eso me conmueve. Un Dios que quiere vivir conmigo.

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Pero me siento triste…

¿Por qué no me alegro? Porque he puesto mi felicidad en lo que toco, en lo que palpo. En el amor tangible, en el abrazo que siento. Y busco esas compensaciones de los sentidos, sucedáneos de felicidad incompleta que intentan llenar torpemente mis vacíos.

No me basta la promesa de un Dios al que no veo, los consejos de un ángel al que no toco. Siento que los problemas reales que me turban y me quitan la paz no se solucionan con una promesa tan llena de vaguedades.

Sé que el Señor está conmigo, pero no lo toco y sigo palpando en mi piel la soledad y la tristeza.

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Un mensaje de un ángel

Que me alegre, me dice el ángel y lo que yo quiero es que alguien de carne y hueso, real en mi vida, venga a llenar de sentido los pasos de mi vida.

Me turbo como María. Ella, al oír este saludo del Ángel, se turba:

“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”.

María está llena de Dios y ha encontrado gracia ante Él. Y su alegría es plena porque no está rota en su corazón. Porque en Ella todo es armonía y paz y descanso en ese Dios que la habita.

Miedo

Ella no puede tener miedo porque sabe con certeza que Dios la ama por encima de todo. Pero yo tengo dudas. No siento ese amor tan hondo y en mi quiebre interior no logro unir lo que un día estuvo integrado en mí.

El miedo surge en mi corazón cuando no me siento protegido, cuando la vida se me complica y los peligros brotan por todas partes. Cuando no me resulta todo como pensaba y los fracasos golpean a mi puerta.

¿Cómo voy a sonreír en medio de peligros amenazantes? En esos momentos no me siento dueño de nada. Veo el peligro y siento que no podré superar todo lo que me está sucediendo.

Y no puedo huir de mi propia vida, no puedo inventarme otro camino, no puedo elegir otras opciones. Y surge ese miedo tan real que me paraliza y no me deja pensar con lucidez. El miedo me esclaviza.


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Dios calma

Escucho en mi corazón al ángel:

No temas”.

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Su voz intenta traer calma a mi ánimo tan revuelto. Quiere Dios que no tenga miedo, como María, que se sabe amada por Dios en lo más profundo.

Ella ha hallado gracia ante Dios, ha sido escogida por este Dios que la ama para siempre como su Hija más querida. Pero yo no me siento así.

Esa elección es la que salva a María y calma su turbación. Yo también he sido elegido pero no lo siento. Hay muchos como yo, mejores que yo.

Me comparo con ellos y veo la distancia infinita entre mis pocos logros y los suyos. Entre mis pensamientos mundanos y los de otros tan del cielo.

Mirar a María

Hoy miro a María y me siento indefenso, temeroso, en tensión. No sé cómo hará Dios para que yo sea dócil, abierto a sus deseos y libre para escoger el camino que me propone.

Así quiero sentirme especialmente en este tiempo de Adviento cuando Dios me promete que va a venir a acampar dentro de mi alma.

Quiero abrirme al querer de Dios, a su presencia en mi vida. No quiero que el miedo me paralice y bloquee mis pasos. Ni quiero perder la alegría y la esperanza ahora que todo parece tan frágil en estos tiempos de pandemia.

No quiero vivir escondido dentro de mi alma, con miedo a posibles peligros. Le entrego mis miedos a Dios para que Él los transforme en una alegría permanente, en una seguridad absoluta. Dios puede hacerlo.

Quiero entregarle mis miedos a Dios, como lo hace hoy María, como lo hizo también san José. Escribe el papa Francisco:

“José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca”.


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Dios da la alegría

Tengo miedo pero confío en Dios. Él está sobre mí, dentro de mí. Su sombra me cubre. Eso me da paz. Le pido a Dios que me dé la alegría que me falta, la confianza de la que carezco.

María nota esa presencia en su vida y sonríe. Basta con esa presencia para estar alegre.

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PD

¿Qué es lo que desea mi corazón para tener alegría? Calmar todos los deseos del corazón. Es imposible. La vida no me da todo lo que necesito.

¿No me basta Dios para llenar mi alma? No me basta. Busco otros consuelos pasajeros, otros sueños que no se hacen realidad. Quiero que la vida me sonría y cuando no lo hace pierdo toda mi alegría.

En esta Navidad le pido a Dios que me dé con su presencia en mi vida una alegría que nadie me pueda quitar. Una alegría que me calme en todos mis miedos y mis ansias.


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Sonreír sin miedo

Las palabras del Ángel resuenan hoy en mi corazón:

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Su presencia quiere calmar ese miedo a la muerte que la pandemia ha hecho más acuciante en mi alma. Sé que si Él va conmigo no tengo que temer.

Pero yo dudo y me escondo. Y quiero otra vida, otros planes, otros deseos. Y al final no puedo escaparme de mi camino, el que elegí, el que amé un día.

Tengo que permanecer donde estoy con una sonrisa grabada en el alma. No me alejo de lo que es mi vida y quiero sonreír, sin miedo.


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