Ahora que se habla tanto del ecologismo, también podemos hablar del "ecologismo espiritual", uno del que no suele hablarse mucho, y que es más importante que el material.
Porque es bueno que estemos recuperando el valor de la naturaleza, que nos preocupe la contaminación, el medio ambiente, que luchemos por los espacios verdes y sostenibles en estas opresivas ciudades que hemos construido; pero creo que habría que pensar que nuestras almas padecen parecidas o más graves agresiones.
Hay en el mundo una contaminación de nervios, de tensiones, de gritos, de malentendidos, de divisiones, que hacen tan irrespirable la existencia como el aire contaminado.
La gente vive devorada por la prisa. Pocos saben conversar sin discutir. Nos aprietan la angustia y la incertidumbre. La gente necesita pastillas para dormir.
A diario, las redes sociales, los periódicos, la radio, los televisores y los computadores nos llenan el alma de residuos. Se talan despreocupadamente los árboles de los valores sin percibir que son ellos quienes impiden los deslizamientos de nuestra sociedad.
Apenas hay en las almas espacios verdes en los que respirar.
Habría que explicarle a la gente que el alma necesita de los espacios verdes del espíritu. Y hacerles notar que descuidar el alma termina por convertirla en inhabitable. Un alma convertida en desván de trastos viejos es tan inhumana como vivir en un espacio poco saludable y caótico.
Espacios verdes que urge respetar
Urge abrir las ventanas del alma y plantar en ella árboles.
1. El sueño
La vida humana, con su alternancia de sueño y de vigilia, está muy bien construida, pero cuando la desnivelamos, pronto se nos hace pesado estar despiertos.
2. El ocio constructivo
El segundo gran espacio verde es el de aquellos espacios en los que somos productivos, pero en los que a la vez descansamos.
No solo se trata de trabajar en lo que amamos (porque no siempre se puede) sino de saber darnos espacios de calidad en medio de la vorágine del día a día.
Hablamos aquí de artes relajantes (no solo espectáculos y fiestas) sino todas esas otras formas de enriquecer el alma: el placer de oír música dejándola crecer dentro de nosotros, el gusto por pintar, lo hermoso de sentarnos al aire libre a leer.
Leer por el placer de leer; esa lectura “que no sirve para nada”, esos libros que no “ayudan a triunfar", que sirven solo para enriquecer el alma.
3. La amistad
Ningún tiempo más ganado que el que se pierde con un verdadero amigo. La charla sin prisa, los recuerdos que provocan la risa o quizá la sonrisa, el encuentro de dos almas es aire que no tiene precio.
Otro aire puro es, por ejemplo, que un padre dedique a jugar con sus hijos, a conversar con la mujer que ama, a contemplar un paisaje en silencio, a examinar con calma una obra de arte…
4. La oración
Y, por último, pero no por eso menos importante, el espacio verde de la oración. Allí, en el pozo del alma, alejándose de los ruidos del mundo, dejando por un rato de lado las preocupaciones, encontramos nuestra propia verdad.
Hace falta preguntarnos quiénes somos y qué amamos. Hace falta el espacio ecológico más importante: dejarse amar.
Tomar el Evangelio y leer una frase, unas pocas líneas, y dejarlas calar dentro de sí, como la lluvia cae sobre la tierra. Eso es agua pura llena de vida, no solo para nuestra alma.
Porque ella merece ser tan cuidada como el mundo. No es inteligente vivir preocupados por el aire que respiramos y olvidarnos del que le da vida a nuestra vida.