“Elijo…” Quédate con lo que cuenta en la vidaDejo caer entre mis dedos la nostalgia y el frío. El sol se ha puesto de repente o más bien es que nace Dios en una cueva y una luz extraña lo llena todo de alegría.
¿Cómo es posible que Dios quiera hacerse niño, tan débil, tan humano? Jamás lo entiende mi razonamiento que me lleva a querer dar razones de todo.
Mientras tanto mi corazón se calla, no busca explicaciones, sólo acoge la luz cada mañana, o reposa cada noche cuando el sol se oculta entre las sombras.
Es Navidad. Y me detengo donde estoy, en este presente eterno que se me regala. Quiero la vida, el amor y la esperanza, los abrazos que ahora se me niegan y las conversaciones que nunca mueren.
Quiero lo que de verdad queda cuando disipo lo superficial de mi vida, lo que no vale tanto aunque a menudo me empeñe en darle más valor que a todo lo demás. Y me quedo pensando en ese deseo profundo que tiene mi alma…
Lo que quiero en realidad
Abrazo en Navidad la alegría que se derrama de un nacimiento escondido. Nace Dios y su presencia ilumina mi camino. Me quedo con lo que cuenta, con las miradas de aceptación, con las palabras sin rencor, que enaltecen y elevan el ambiente.
Me quedo con las frases limpias, escritas o pronunciadas a viva voz. Elijo la parte positiva de todo lo que me sucede, incluso cuando sufro o me duele la vida.
Sí, esto es lo que elijo:
Los momentos sencillos, sin muchos más adornos, más bien desnudos, despojados de ropajes que todo lo disimulan.
Las sonrisas que lo llenan todo de vida y la paz antes que la guerra, porque levanta el ánimo.
Subir a la montaña para luego bajarla, no importa cuánto tarde.
Contestarte y no dejarte en visto, no para cumplir expectativas, sino porque elijo la vida, y el amor, y los sueños.
Me visto de esperanza, al fin y al cabo, “estás hecho de la misma materia que los sueños”, como decía Shakespeare. Estoy hecho de sueños. La misma materia soñada por Dios. Esa misma vida que no he imaginado y es la que se despliega ante mis ojos.
Elijo
Reírme un poco de mí mismo, para no tomarme demasiado en serio.
Abrazar a los que amo, para añorar después esos abrazos, y repetirlos en mi memoria que está viva.
La vida, nunca la muerte. Y los silencios que aprueban antes que los gritos.
Elijo los halagos y desprecio los reproches. Acojo como un don la vida sencilla, sin pretensiones. Cenar cualquier cosa, regalar poesía. Decir que te quiero, no guardarme nada por miedo a que me rechacen.
Las verdades, no las dulces mentiras. Vivir con paz, no en lucha conmigo mismo. Perder si eso trae paz a mi vida. El desprecio si es lo que me toca.
La soledad si es para tener más raíces. Los bosques que me llevan a lo hondo de mi vida. Los abrazos que son tan gratuitos. Y las palabras sinceras que me llenan el ánimo.
Perder el tiempo con los que amo. No llevar cuentas del mal recibido y menos aún del bien que yo hago. Palpar la vida por fuera, con respeto infinito, sin quebrantar la inocencia de los que se me confían. La libertad y el respeto hondo a todas las decisiones.
Y también…
Elijo al Niño que nace y viene a quedarse conmigo, aunque no lo comprenda.
La compasión y la misericordia como respuestas. No juzgar ni condenar a nadie. Los puestos ocultos, no los primeros en la vida.
Elijo lo que me toca vivir sin antes haberlo elegido. Incluso cuando es dolor, por ser enfermedad o muerte, nada más lejos de ese deseo de Dios de que yo viva eternamente.
Amar a Dios en todos a los que amo. Y elijo comenzar de nuevo cada mañana con el corazón alegre. Y acostarme cansado, por haber vivido, con el corazón tranquilo, sin tantos miedos.
Confiar, aun cuando me hayan fallado. Ser yo mismo, aunque otros quieran que sea diferente. Me acuesto y amanezco sin dejar de ser hijo, de ser niño.
Sólo cuenta el Niño
He descubierto a tientas el rostro de mi padre. No dejaré ya nunca a los que me han amado, a los que yo he amado. No tengo miedo a la vida que se escapa entre los dedos.
Confieso que he vivido y las canas lo prueban. Que he entregado mi vida entre el alba y la noche. Deshojando misterios escondidos en el aire. Sin temor a esas luces que se apagan y encienden.
Es Navidad, sonrío y me agacho ante el Niño con mis manos vacías. Tantas cosas he hecho. ¿Dónde las he dejado? No importa tanto, sólo cuenta el Niño.
Y mis manos vacías sólo llenas de sueños. Al fin y al cabo todo es esa misma materia que se eleva en el cielo, buscando las respuestas.
Dar paso al amor gratuito
Y mientras tanto me dejo querer. Cuánto cuesta dejarse amar y estar en deuda con quien me ama. ¿Cuándo entenderé el secreto de la gratuidad?
Lo que me hace más grande es ser pequeño. Y lo que me hace más rico es reconocerme pobre.
No me ama Dios más cuando yo más lo amo. Es justo al revés. En mi debilidad Dios se derrama en gracias, se conmueve y se llenan de luz todas mis noches y los rincones oscuros de mis entrañas.
Y sonrío a ese Niño que se ríe de mí, o de la vida. Yo aún no he dicho nada y Él ya lo sabe todo y toma mis manos en las suyas, estando vacías.
Me quedo quieto, cansado, feliz, dormido. No sé bien cuántas cosas he de vivir para ser de verdad de Dios, para ser niño, hijo y poder amar así en Él todos sus sueños, mis propios sueños. Y caminar tranquilo por sus santos caminos.
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