Nadie está obligado a cosas imposibles, es cierto. Pero ¿acaso la ignorancia de la dificultad de una tarea no ha hecho que algunos inventores lograran mover montañas?La historia empieza mal. Estamos en 1939 en la Universidad de Berkeley en California. George llega veinte minutos tarde a su clase de estadística. Su profesor, Jerzy Neyman, ya había escrito dos problemas en la pizarra y había comenzado su exposición. Avergonzado, el tardón ocupa un lugar en el anfiteatro tan discretamente como puede, copia los ejercicios en su cuaderno y escucha atentamente la continuación de la clase. Al regresar a casa, echa mano a los ejercicios, que encuentra “un poco más difíciles de lo habitual”. Varios días más tarde, el doctorando entrega por fin la copia de la tarea al profesor disculpándose por el retraso. Jerzy Neyman lo guarda en su maletín sin prestarle atención. Luego, sin novedades. George espera los resultados de su trabajo con cierta inquietud.
Seis semanas después, recibe la visita de su profesor, muy emocionado: los “ejercicios” para los que había encontrado solución eran en realidad dos famosos problemas de estadística que aún no habían sido resueltos. Como había llegado tarde, George no había entendido que si Jerzy Neyman los había escrito en la pizarra al comienzo de la clase era para presentarlos a los estudiantes como un reto. Sin embargo, las soluciones que encontró George en tan poco tiempo eran tan elegantes que su profesor consiguió que una de ellas se publicara en una prestigiosa revista de matemáticas.
«“Si hubiera sabido que los problemas no eran deberes, sino dos famosos problemas sin resolver en estadística, probablemente nunca habría pensado en positivo”.»
Lo más notable de esta historia es esta confesión de George Dantzig años más tarde, cuando ya se había convertido en un matemático reputado: “Si hubiera sabido que los problemas no eran deberes, sino dos famosos problemas sin resolver en estadística, probablemente nunca habría pensado en positivo, me habría desanimado y nunca los habría resuelto”. Una forma de comprender mejor la famosa frase de Mark Twain: “No sabían que era imposible, así que lo hicieron”. Esta historia nos hace preguntarnos sobre el origen de ciertos éxitos. ¿El proceso que permitió a George resolver sus problemas es absolutamente particular o tiene un alcance más universal? Está claro que George Dantzig ya era un estudiante excepcional. Sin embargo, parece útil revisar una de las condiciones que le permitieron este sorprendente resultado.
«Por fortuna, los mayores empresarios no conocían las dificultades que debían atravesar antes de llegar a su objetivo.»
Todo es parte de un malentendido, de un error de interpretación. ¿Dónde está el origen de una inteligencia superior? George no tenía ningún prejuicio sobre la dificultad de los ejercicios. Su perspectiva es nueva y “positiva”, como él mismo dijo. Primera paradoja, que nos instruye sobre la parte que ocupa la ignorancia en el origen de nuestras proezas: por fortuna, los mayores empresarios no conocían las dificultades que debían atravesar antes de llegar a su objetivo. La ignorancia no tiene que ver con la competencia, sino con lo que está en juego: para trabajar serena y eficazmente, George necesitó de ese malentendido.
Enero de 2021. ¿Y si, ante este nuevo año, estuviéramos, igual que George, ante un ejercicio “un poco más difícil de lo habitual”? Los más realistas ven claro que las consecuencias socioeconómicas de la pandemia nos superan ampliamente. Nos queda imitar la actitud positiva de George para lograr sacar lo mejor de la situación, con libertad y sin prejuicios, sin temer que sea imposible, sino con la convicción íntima de que la victoria está al alcance de la mano.
Te puede interesar:
¿Cómo transformar las frustraciones en momentos de superación personal?