Jesús invita a los que le siguen a ser pescadores de hombres:
No dejarán de ser quienes son, ni de hacer lo que saben hacer. Saben pescar. Calculan cuándo los peces estarán más abiertos a dejarse pescar. En la noche se adentran en la oscuridad con sus redes listas.
El pescador conoce el mar, conoce la vida de los peces, sus hábitos, su necesidad. Si ellos quieren pescar hombres tendrán que conocer al hombre, saber sus inquietudes, conocer sus miedos y angustias.
Así quiere que sean ellos, conocedores del corazón humano. Es lo que Jesús va a hacer con ellos, por eso los invita a ir con Él a cualquier sitio y a vivir siempre a su lado. Es ese el misterio del cristianismo.
Una llamada irresistible
Jesús se abaja sobre el hombre para cautivarlo con su presencia. Lo enamora, lo ata a su corazón. Jesús me conoce en mis necesidades más hondas y respeta mi forma de ser.
Eso basta para que la invitación cautive a esos pescadores. Podrán seguir siendo ellos mismos. Y al mismo tiempo sus vidas cambiarán para siempre. Se hará más grande su mar. Y su pesca será más milagrosa. Por eso responden con prontitud:
Pedro, Andrés, Juan y Santiago se ponen en camino inmediatamente. La fuerza de la llamada y la rapidez de la respuesta me emociona.
Siempre me ha impresionado su sí alegre y convencido. Dejaron su oficio, lo que sabían hacer, para vivir sin hogar siguiendo a Jesús por todas partes. Su respuesta me enamora.
Una vocación que llena todos los vacíos
Me gustaría ser como ellos. Responder como ellos al unísono y sin pausa, sin miedo. Lo dejaron todo de golpe y lo siguieron. Se pusieron en camino, renunciaron a sus sueños de antes.
Renunciaron a sus amores del momento. Dejaron sus redes caídas y emprendieron una nueva aventura. Esta vocación de los discípulos siempre me impresiona.
No tienen miedo a quedarse sin nada. Es como si la certeza de la llamada eclipsara todo a su alrededor. No contaba nada más que la vida que se jugaba en presente de la mano de Jesús.
Dejaron de hacer cálculos. Dejaron de medir las horas. Y se confiaron en una llamada que prometía llenar todos sus vacíos.
¿A qué llama Jesús?
Me gustaría ver siempre a Jesús en mi vida llamándome a estar con Él. Es la vocación de todo cristiano. Una llamada a dejar las redes de mis ataduras, de mis miedos y esclavitudes. Dejar las redes de mis pasiones desordenadas, de mis hábitos que me pierden.
Es la llamada de Jesús una llamada a amar bien, a los hombres, a amar los sueños y a amar la vida. Dios me llama a amar como Él me ama. Quiere que aprenda a amar. Comenta el padre José Kentenich:
Dios integra en mi vida el amor a Él y el amor a los hombres. Quiere que ese pescar hombres en mi vida tenga que ver con amarlos.
No quiere que los lleve donde no quieren ir. Sino que los ame como Jesús los ha amado, en su verdad. Que los ame respetándolos, cuidándolos, dejándoles ser quienes son. Esa es la forma de pescar de Jesús.
Me ama de tal manera que mi respuesta de amor es inmediata. No lo amo como una obligación, como un deber. No lo quiero porque Él me haya querido a mí antes y yo me sienta obligado a corresponderle.
Amor expansivo
El amor de Dios provoca mi amor, lo despierta. Y entonces salgo como Él al encuentro de los hombres para amarlos. Pescar es igual a amar y dar la vida por aquellos que Dios pone en mi camino. Me hago responsable de lo que amo:
La palabra pescar no expresa la vocación a la que me llama Jesús. Significa que Él quiere que siga siendo yo mismo en mi entrega a Dios. Que siga amando pero ahora desde Dios.
Soy pescador de hombres como lo es Jesús. Pesco a su manera pero desde mi verdad. Pesco amando, buscando, cuidando, acompañando.
Es la pesca milagrosa que Dios hace con mi vida cuando soy capaz de amar por encima de mis miedos y límites. Sólo Dios lo hace posible. Y estalla dentro de mí un cambio que me transforma por dentro. Él me enseña a ser amante.