Aprender a amar a los hijos sin poseerlos, a reñirles sin destruirles… Las claves de la maternidad en este diálogo de consultorio“Mis hijos no me quieren como yo a ellos, me dicen que soy muy posesiva y que frecuentemente los regaño impulsivamente”, se expresaba en lágrimas una madre de cinco jóvenes.
Miedo a que se repita mi historia
Desearía que todo eso me fuera indiferente, pero temo que se repita mi historia de familia de origen, en la que los hijos nos apartamos de nuestra madre, algo que nos marcó para siempre – agregó con pesadumbre –. ¿Cómo piensa usted que podría superarlo?
– Una explicación que nos puede orientar es que en la mujer, por naturaleza, todas las cualidades de su feminidad son potencializadas por su corazón, por lo que es capaz de comprender muchas cosas sin razonar mucho.
Eso la hace ser más intuitiva, sensible, comprensiva y generosa, entre otras cualidades que explican que, como madre, posea una belleza convocatoria que une a los hijos en torno al calor de hogar.
“Lo echo todo a perder”
– ¡Oh, eso explica que, a diferencia de mi esposo, yo suelo captar de inmediato lo que a un hijo le pasa! Pero luego lo echo todo a perder, pues en nuestras diferencias, el apasionamiento me nubla el juicio, ¡así que esas cualidades que menciona, en mi caso, no funcionan!
Lo que me falta, y me duelo de eso, es esa belleza de que habla.
– Por supuesto que la puede tener, solo que, purificando el corazón, en vez de endurecerlo o achicarlo. Y de eso hablaremos, antes de sugerirle una forma de terapia.
Purificar el corazón
– ¿Purificar el corazón?
– Sí, eso le permitirá la perseverancia en su amor, suceda lo que suceda. Y para ello, le propongo que comencemos por distinguir entre un corazón herido y un orgullo herido.
Corazón herido vs orgullo herido
Si ante el conflicto con un ser querido, resultara herido solo nuestro corazón, se justificaría llorar y nos doleríamos en silencio. Luego, sin hacer dejación del derecho y obligación de corregir, propio de una madre, reclamaríamos y corregiríamos con la energía necesaria. Pero sin herir a la persona, hablándole a la razón a través del corazón.
Pero, si además de sentir herido el corazón, también resulta herido nuestro orgullo, es más fácil que el apasionamiento nuble el juicio. Es entonces que se dicen y hacen cosas de las que después nos arrepentimos.
Los padres no siempre solemos perder el control de nuestras emociones: ante un problema económico, conflictos con el cónyuge o los hijos, algún desequilibrio hormonal, etc. Pero casi siempre nos sucede cuando caemos en la trampa del orgullo, en situaciones de conflicto con los que más amamos.
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– De acuerdo, me pasa de todo y también eso del orgullo, mas… ¿cómo purificar el corazón de ese sentimiento? – intervino mi consultante.
– Comience por buscar espacios de soledad, para adquirir la capacidad de entrar en lo más profundo de su corazón, como el único lugar al que solo Dios y usted pueden acceder, y adquirir así un muy realista conocimiento de sí misma.
¿Qué puede encontrar en ese íntimo lugar?
Todo lo bueno que ha logrado, las cosas nobles con las que cuenta, sus virtudes y cualidades y sentir un sincero agradecimiento por todo ello.
También podrá encontrar defectos, miedos y culpas, que deberá reconocer sin perder la paz, pues tendrá los motivos para luchar para superarse y enmendar la plana.
Sana autoestima de madre
De esa manera, mejorará su relación consigo misma y su corazón amoroso podrá seguir siendo vulnerable. Pero su sentido de dignidad le hará ser fuerte para no reaccionar mal, al haber logrado una sana autoestima, y, con ella, una independencia emocional y afectiva.
Es decir, sería sensible, y a la vez fuerte, cuando deba decir que sí, sin que le falte carácter para decir tranquilamente que no.
Muy importante es que, ante las recaídas, recuerde que su lucha consistirá en adquirir la capacidad de identificar las señales de desbordamiento emocional, para contenerse. Y una vez corregida la intención, retomar el diálogo o atender las circunstancias que las provocaron.
Y en eso se enfocará su terapia.
La feminidad en la maternidad despliega por naturaleza una belleza que convoca y reúne. Gracias a ella, los hijos no solo no se distancian de sus padres, sino que suceda lo que les suceda, siempre habrán de encontrar en su hogar un amor refugio.
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