Es necesario mirar a la persona con quien quieres casarte con perspectiva crítica para vivir un amor sincero y verdadero. Al principio puede parecernos que no es agradable, pero tener una mirada crítica del otro nos permite hacernos una idea real de la persona con la que nos comprometemos en una relación. Y es mejor hacerlo pronto y no después de haber dado el paso al matrimonio. Es decir, tener una foto real y más completa de la persona que amamos para alcanzar un amor verdadero.
Claridad en el compromiso que hacemos
“No hacen bien algunas fantasías sobre un amor idílico y perfecto, privado así de todo estímulo para crecer. Una idea celestial del amor terreno olvida que lo mejor es lo que todavía no ha sido alcanzado, el vino madurado con el tiempo.” (Amoris Laetitia)
La perspectiva crítica no necesariamente nos separa de la persona o nos pone en un lugar superior de juez, sino que aporta claridad sobre la verdad y el compromiso de amor que hacemos. Por eso, es bueno de vez en cuando tener el hábito de poner en perspectiva las cosas y hacerse preguntas que ayudan a pensar críticamente con una visión más realista.
¿Qué puedo hacer cuando encuentro algo frustrante en la personalidad del otro? ¿Es una señal roja? ¿Puedo vivir con eso durante los próximos años incluso si nunca cambia? ¿Es algo que me molesta o es más que eso y es un pecado grave ante los ojos de Dios?
Tómate el tiempo de prestar atención con una mirada amorosa que busca la verdad y pregúntate: ¿cómo actúa alrededor de otras personas?, ¿busca una relación con Cristo? Cuando habla con otros, ¿habla sobre sí mismo o muestra interés en la persona con la que habla?
Indudablemente habrá aspectos del otro que no nos convenzan del todo, que nos resulte difícil de entender o incluso otras que no veremos hasta más adelante. La gente no cambia simplemente porque alguien se lo dice o pide. Aun con un deseo sincero de intentar cambiar algo rápidamente, es probable que ciertas características sigan estando presentes.
Los cambios reales no son algo que provengan de factores externos. Ocurren cuando uno no se siente cómodo con algo y es capaz de verlo por sí mismo. La maduración no sucede simplemente un día sino que implica un proceso interior, tiempo y sobretodo una gran voluntad de amar.
El amor que nos prometemos supera toda emoción, sentimiento o estado de ánimo, aunque pueda incluirlos. Es un querer más hondo con una decisión del corazón que involucra toda nuestra existencia. Esa es la base para construir una relación.
Humildad en el enfoque de cambios reales
“Me ama como es y como puede, con sus límites, pero que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o que no sea real. Es real, pero limitado y terreno.” (Amoris Laetitia)
Nadie es perfecto. No lo somos nosotros ni tampoco la persona con la que elegimos compartir nuestra vida. Lo más importante es encontrar alguien que muestre evidencia en su estilo de vida de estar convencido y abierto a un amor verdadero capaz de luchar cada día.
El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro también cuando actúa de un modo diferente a lo que uno desearía. Puede tener hábitos raros, aspectos que nos parezcan molestos o faltarle conocimiento, pero si ama a Dios y tiene un espíritu humilde será el tipo de persona que estará abierta a aprender y cambiar cuando la palabra de Dios lo llame.
Encuentra un compañero que sea humilde y esté abierto a admitir cuando se equivoca, que ame a Dios y quiera con todo su corazón seguir sus enseñanzas. Esto y con la ayuda de la gracia, hará que un cambio positivo en su vida sea posible.
Cuando dos personas tienen el objetivo común de trabajar en una relación centrada en Dios, el Espíritu Santo hace posible que aun con sus diferencias puedan encontrar juntos un punto de encuentro y armonía el uno con el otro.
Paciencia en el cumplimiento de las expectativas
“Seamos sinceros y reconozcamos las señales de la realidad: quien está enamorado no se plantea que esa relación pueda ser sólo por un tiempo.” (Amoris Laetitia)
Se ha vuelto frecuente que cuando uno siente que no recibe lo que desea, o que no se cumple lo que soñaba, eso parece ser suficiente para ponerle fin a una relación. Sin embargo, así no habrá relación que pueda durar para siempre.
A menudo nuestras emociones negativas hacia la persona que amamos nos dicen cuáles son nuestras expectativas, incluso si nunca tuvimos la intención de tenerlas. Cuando eso sucede y siguiendo la cita bíblica “todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos” (Mateo 7, 12), podríamos preguntarnos si estamos nosotros primero dispuestos a cumplir con ellas.
Si quieres que tu pareja te perdone rápidamente, ¿también la vas a perdonar de inmediato? Y si quieres que sea paciente contigo cuando cometes errores, ¿la soportas también cuando se equivoca? O si quieres que sea el tipo de persona que se sacrifica a sí misma y está ansiosa por servir, ¿estás primero dándole ese ejemplo?.
Si crees que cumples con todas tus expectativas y no comprendes por qué el otro no puede hacer lo mismo, siempre habrá algo que puedes hacer mejor. Al compararlas con las de Cristo, siempre nos quedamos cortos en algún punto.
Aceptación y paciencia
Es posible que simplemente debas aceptar algo de esa persona mientras haces todo lo posible por apreciar los dones y las cualidades únicas que aporta a la relación. ¿Por qué no hacer el esfuerzo si Dios nos hizo diferentes y nos dio dones a cada uno para que podamos usarlos para el bien?
El problema es cuando exigimos que las relaciones sean celestiales o que las personas sean perfectas, o cuando nos colocamos en el centro y esperamos que sólo se cumpla la propia voluntad. Entonces, todo nos impacienta, todo nos lleva a reaccionar con agresividad.
Si no cultivamos la paciencia, siempre tendremos excusas para responder con ira, y finalmente nos convertiremos en personas que no saben convivir. La relación se transformará en una batalla constante.
El amor en toda su verdad es lo que hace posible que una relación crezca y perdure. Un amor verdadero es la experiencia completa de todo lo que es sin apariencias, de elegirse con lo que nos gusta y lo que no nos gusta tanto. Mirar al otro con amor para aceptarlo independientemente de sus virtudes y a pesar de sus defectos.
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