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5 enseñanzas para alejar a hijos y nietos de los genocidios

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Cecilia Zinicola - publicado el 09/04/21
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Aprender la lección requiere transmitir la razón principal por la cual hemos sido creados en el amor y el perdón

En el mes de abril se celebra cada año el Día Internacional de reflexión sobre el genocidio cometido en Ruanda en el año 1994. Más de un millón de personas fueron asesinadas en menos de tres meses luego de atacar al presidente del país y terminar con su vida.

Entre los sobrevivientes, Immaculée Ilibagizaya, una joven estudiante que estaba pasando días en casa con su familia por la fiesta de Pascua al momento del inicio de la persecución, ha dedicado gran parte de su vida en reflexionar sobre el genocicio y cómo podemos evitarlo.

“Depende de las generaciones futuras aprender la lección de que esto es lo que sucede cuando no recordamos para qué fuimos creados: amarnos unos a otros y perdonarnos unos a otros”.

El genocidio es un recurrente capítulo negro en la historia de la humanidad que muchas veces comienza con un prejuicio inexplicable, desesperanza o venganza y falta de amor. Es una oportunidad la de los adultos el poder transmitirles a los más jóvenes hábitos saludables que pueden incorporar hoy para vivir en paz.

“Todos los que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.” (Mateo 7, 12)

Si hay guerras en nuestra vida y en el mundo es porque no estamos siendo personas amables. El amor es el gran compromiso de vida al que todos estamos llamados. Si no queremos que nos sucedan cosas malas, no tenemos que buscarlas.

Mantenernos enfocados en el amor siendo amables en las pequeñas cosas de nuestro día, en lo que hacemos y con la gente que nos relacionamos es lo que va cultivando en nuestro corazón una filosofía de vida que nos aleja del egoísmo y de la violencia. 

“Por eso, tú que pretendes ser juez de los demás –no importa quién seas– no tienes excusa, porque al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, ya que haces lo mismo que condenas.” (Carta a los Romanos 2, 1)

No es bueno poner a las personas en cajas y juzgarlas sin conocerlas lo suficiente simplemente porque alguien comenta algo o comparte su percepción sin haber establecido una relación más profunda con ella. La ira y los prejuicios pueden sorprendernos y llevarnos a cometer acciones de las que luego podemos arrepentirnos.

Antes de condenar o descartar a alguien, tomarse el tiempo para acercarse y valorarlo como persona con toda su humanidad es una inversión de energía que nos recuerda que todos compartimos la misma dignidad y que aun con nuestras diferencias estamos en este mundo para poder crecer juntos.

“El miedo, en efecto, no es sino el abandono de la ayuda que da la reflexión: cuanto menos se cuenta con esa seguridad interior, tanto más grave se considera ignorar la causa del tormento.” (Sabiduría 17, 11-13)

Es bueno tener un momento de silencio en el día para hacer una autoevaluación sobre cómo hemos actuado y preguntarnos: ¿Hice bien o mal? ¿Qué aporte he hecho? ¿Qué es lo que podría haber hecho mejor? Esta pequeña reflexión diaria puede ayudarnos a seguir creciendo, hacer correcciones a tiempo y dirigirnos en una dirección positiva y constructiva.

Al custodiar nuestro corazón podemos evitar que entren los malos pensamientos y las malas intenciones, los celos y las envidias. ¿Qué cosas pasan por nuestro corazón? Esto es un ejercicio importante que puede ayudarnos a ser buenos custodios. Interrogarnos sobre el mal cometido y el bien emitido hacia Dios, el prójimo y nosotros mismos.

“Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman.” (Santiago 1, 12)

En los momentos desafiantes de la vida, podemos fácilmente experimentar la fragilidad de dejar de confiar en Dios y sentir la necesidad de tener certezas distintas, de buscar seguridades tangibles y concretas que muchas veces son inútiles o insensatas.

La esperanza viene de aferrarse a Dios y saber esperar en él. Lo que verdaderamente puede ayudarnos a vivir y a dar sentido a nuestra existencia es abrazar la fe que es confiar. Confiando en Dios nos unimos a Él, su bendición nos transforma y nunca nos defrauda. En presencia de Dios, el mal se convierte y el bien se hace visible.

“Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo.” (Efesios 4, 32)

Aunque haya razones para estar enojados, es clave entender que el perdón es posible en todas las situaciones. El enojo es una pasión ante algo que es injusto. Sin embargo, cuando se responde con venganza, esto puede llevarnos por un camino que no nos conviene. El perdón no es ignorar una situación, sino situar el enojo en un contexto de amor. 

Cuando elegimos dejar ir el resentimiento y abrazar un camino de misericordia y generosidad, encontramos la libertad de dejarlo ir para no ser esclavos de malos sentimientos. El perdón comienza reconociendo que alguien nos ha hecho algo malo y que, aunque merece nuestro enojo, somos capaces de desear cosas buenas y vivir con libertad.

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