Mauricio Sanders –escritor, traductor, diplomático mexicano— llega ya a la tercera edición de una investigación tan necesaria como curiosamente ignorada: la santidad en América.
Polvo enamorado lleva por título, haciendo alusión al verso final del célebre soneto de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte”, soneto cuyos dos últimos tercetos dicen:
Mauricio: ¿por qué te surgió la idea de “reivindicar” la santidad de América?
Como muchas de mis ideas, la idea de Polvo enamorado no me vino sola. En ese entonces, yo estaba ocupado en otra cosa muy diferente y lo último que tenía en la cabeza era escribir un libro. Pero un buen día me llamó un editor para invitarme a publicar con él. Sin pensarlo dos veces, le dije que sí y después me metí a bañar.
Ya en la regadera, sentí que me había echado encima un compromiso que no iba a poder cumplir. El desánimo duró un segundo. Me acuerdo que pensé en un clásico América contra Chivas (dos equipos de fútbol muy populares en México, N de la R) y lo siguiente que pensé fue en alinear sobre la cancha a los santos del continente americano.
Fue una puritita asociación de ideas en un segundito. Ya con la idea base, escribí el libro como en un año y pasé casi todo ese tiempo haciendo investigación en mis ratos libres. A fin de cuentas, la invitación del editor resultó ser un descanso y un oasis en tiempos que para mí fueron muy complicados en términos laborales y personales.
Para mí, este libro me lo regaló un ángel, porque salió facilito, sin andar pariendo chayotes, y salió de un lugar muy bueno, donde escribir sigue siendo como jugar.
¿A qué te refieres cuando hablas de “santitos” en América? ¿Hay santos de primera, segunda y tercera categoría?
“Los santos de América son santitos”. Así empieza el libro y la oración también me la dictó un ángel. No llegué a ella pujando para que pudiera nacer. La tuve en la punta de la lengua todo el año que me tomó escribir el libro. Si la pienso en retrospectiva, quiere decir dos cosas. Primera, el uso tan extenso del diminutivo en el español de Mesoamérica, que denota cariño y amor.
Los santitos son para eso, para abrazarlos por dentro y tomarlos de la mano. La fe católica nos permite esa respetuosa familiaridad con lo sagrado. Vamos a aprovecharla. Los santos son como nuestras tías y nuestras madrinas.
La segunda cosa es que la palabra “santitos” también tiene otra connotación, ésa sí de intención irónica. En un sentido, no puede haber ni santitos ni santotes. En un sentido sobrenatural, en las vidas de los santos obró la mano de Dios con tanta libertad que absolutamente todos los santos, canonizados y no, son como príncipes, jefes o capitanes de hombres, en el sentido de ese libro de Max Scheler, sobre la jerarquía de los hombres: santos, genios y héroes, en ese orden. Pero en un sentido humano, sí que hay de santos a santos. Se aplica el refrán: “Aunque todos somos del mismo barro, no es igual bacín que jarro.”
Hay santos que revolucionaron su siglo y su tiempo, san Antonio Abad, santo Tomás de Aquino, san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, los papas como san León Magno o san Gregorio Magno. Quiero decir, hay santos tanto o más importantes que Descartes o Einstein, Julio César, Napoleón o Winston Churchill.
Por otro lado, hay santos que, literalmente, ni en su pueblo los conocen. Si uno ve la historia desde el punto de vista de la economía y la política, sí hay clases de santos. Si uno trata de ponerse anteojos de ángel, pues solamente una categoría de santos y todos son de primera.
¿Qué importancia tiene un santo para la ciudad?
Creo que la respuesta la tiene Léon Bloy: “La tierra solamente sirve para dar santos, y el día que deje de dar santos, más le valdrá que deje de ser tierra”. No hay nadie más importante para la Ciudad de Dios que un santo. El mundo se va a salvar por los santos, por sus acciones a lo largo de su vida, sean éstas notorias y no, pero también por su intercesión.
Esto es, en el día del Juicio, bien puede ser que sea un santito desconocido el que libre a toda nuestra América de la suerte de Sodoma y Gomorra. Ahora bien, en tanto que un santo es imagen de Cristo, a nadie debe extrañar que a la ciudad le valgan gorro los santos. Es algo maravilloso de nuestra fe, que revoluciona los criterios para juzgar lo importante y lo insignificante.
¿Por qué América en general y América Latina en particular tienen tan pocos santos y beatos?
De nuevo, ante el fenómeno de la santidad estamos hablando de dos cosas claramente distintas que se unen y mezclan, pues estamos dentro de una más de las manifestaciones de la Encarnación. Está la parte metafísica y celestial, el misterio de la Iglesia triunfante, que dejo de lado para responder a esta pregunta. Y está la parte humana, que tiene dos componentes.
Uno es la parte del entusiasmo popular volcado sobre aquellos de nuestros semejantes que nos parecen formidables, sean futbolistas, cantantes, empresarios o políticos. Es la sociología de los líderes y la zoología de los machos alfa. Y el otro componente es legal. El proceso de canonización es un proceso jurídico que cuesta tiempo y dinero.
Quiero decir, a pesar de que mucha gente de ciertos lugares se puede sentir muy atraída por algunos de sus semejantes por el valor de su santidad, de su práctica heroica de la fe cristiana, hay pocos santos latinoamericanos en el canon porque llevar el proceso de canonización a buen término es caro y complicado. Por si fuera poco, esto es así en tiempos en que para buena parte de la población la religión es un interés muy secundario, lejos de la pasión multitudinaria que llegó a suscitar la religión antes de la Ilustración, y las congregaciones y familias religiosas son relativamente pobres.
Si miras, por ejemplo, a los santos del Canadá francés, verás que están más unidos al sentimiento cívico y al patriotismo. Se ve que los lazos invisibles entre política, economía y religión no están tan dañados. En cambio, la América española, desde la Independencia, se ha entercado en separar el sentimiento religioso del amor patrio. No hacemos sino cosechar lo que hemos sembrado.
¿Ves futuro en la santidad para América Latina?
Por supuesto que sí. Cada familia tiene, por lo menos, su santo. Cada cuadra tiene el suyo. Tal vez la fe cristiana ya no sea la fe de las mayorías y tal vez cada vez lo vaya a ser menos, por lo menos hasta que a nuestra civilización le sobrevenga la decadencia y ruina que forma parte del ciclo natural de todas las civilizaciones.
No obstante, siempre va a haber santos, y los habrá más en tiempos de persecución. Dios ama a América y por eso sabemos que muy probablemente a nuestro continente vuelvan esos tiempos, sean de persecución sangrienta o de otras formas de persecución más infernales y heladas. Esa no es una ocurrencia mía. Es la promesa del Señor. “Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia".
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