El Siglo de Oro fue uno de los momentos más espléndidos en la historia de la literatura en España y los territorios de Ultramar. Las letras hispanas despuntaron con autores que se harían inmortales a ambos lados del Atlántico, en un breve periodo de tiempo. La gran mayoría de estos fueron hombres. En un momento en el que se hizo hincapié en la reclusión de las mujeres en la casa o el convento, esto no fue óbice para algunas, tanto laicas como religiosas, que demostraron que el talento con la pluma, como tantos otros talentos, no tenía género.
Sin embargo, son muy pocos los nombres propios femeninos y sus obras, que han sobrevivido al paso de los años. Uno de esos nombres es el de Ángela de Acevedo, o Azevedo, una mujer cuya vida esconde muchos vacíos.
No se conoce la fecha exacta ni de su nacimiento ni de su muerte. Se sabe que había nacido en Lisboa a principios del siglo XVII y su padre, Juan de Acevedo, era un hidalgo de la Casa Real, cargo que motivó el traslado de toda la familia a Madrid. Allí, Ángela fue admitida como dama de la corte de la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV.
Pronto, la reina debió descubrir en ella su talento como escritora y se convirtió en su principal admiradora y protectora. Podemos intuir que Ángela creció en un mundo privilegiado, en una familia noble en la que debió recibir una educación excepcional para una mujer. Educación que aprovecharía para mostrar al mundo su valía como escritora.
Se conservan únicamente tres obras teatrales de Ángela de Acevedo, todas siguiendo el estilo dramático de la dramaturgia barroca. En ellas también destacan temas como el honor y mensajes impregnados de una intensa religiosidad típica de aquellos tiempos de la Contrarreforma.
En este sentido, destaca Dicha y desdicha del juego y devoción de la Virgen, una obra en la que la autora sabe entrelazar la comedia con el drama así como dar un claro mensaje sobre el bien y el mal en el que la Virgen se alza como la principal valedora de unos protagonistas arrastrados por el mal camino por el demonio. Un texto de clara exaltación y devoción mariana.
En Margarita del Tajo, Ángela de Acevedo compuso un texto de marcado carácter hagiográfico en honor a Santa Irene de Tancor, una mártir portuguesa del siglo VII que daría origen al nombre de la ciudad de Santarem. Además de honrar las virtudes de la mártir, en la obra se reitera el mensaje de la virtud y el bien.
La tercera obra conocida de Ángela de Acevedo, El muerto disimulado, se enmarca dentro de las obras conocidas como de “capa y espada” tan populares en aquel tiempo y escritas en su gran mayoría por hombres.
Ángela de Acevedo debió disfrutar de cierto éxito en el Madrid de los Austrias, con la reina como su principal mecenas, poniendo en escena sus obras. En aquellos años se casó con un ilustre caballero con el que tuvo al menos una hija. Al quedar viuda, ambas abandonaron el mundo y Ángela dejó atrás su vida como dramaturga para vivir el resto de sus días en un convento benedictino.
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