Como sucede siempre que se divulgan documentos antiguos en torno a Jesucristo que no están en la Biblia, algunas presentaciones superficiales –buscando sensacionalismo y, con él, audiencia– tienen buen cuidado de no aclarar del todo las cosas que ya se conocen después de muchos años de investigación académica.
Por eso, de vez en cuando salen a relucir evangelios apócrifos u otros textos que, o bien por contener relatos legendarios piadosos que buscaban completar las muchas lagunas de información del Nuevo Testamento, o bien por incluir doctrinas gnósticas para dar “otra versión” de la figura y la enseñanza de Jesús, pueden llevar a la confusión.
Entre ellos, llama mucho la atención que existan algunos escritos atribuidos a Poncio Pilato, prefecto romano de Judea entre los años 25 y 36 d.C. y, por tanto, en ese cargo en el momento de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Es muy curioso que, por ejemplo, nos encontremos con una supuesta correspondencia del mandatario con el emperador Tiberio o con el tetrarca Herodes Antipas... ¡hablando sobre Cristo!
Estos escritos tienen su importancia y su antigüedad... pero se incluyen en la gran colección de textos que rodean al Nuevo Testamento y que nunca fueron aceptados por la comunidad cristiana: existen evangelios apócrifos, hechos de los apóstoles apócrifos, epístolas apócrifas y hasta apocalipsis apócrifos.
Muchos de ellos han sido traducidos al español por la Biblioteca de Autores Cristianos (también en edición bilingüe).
Entre las decenas de apócrifos que conocemos, que se ordenan por su contenido y temática, hay una categoría de textos dedicados a los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Aunque los cuatro evangelios canónicos dan bastantes detalles sobre lo que sucedió, algunos cristianos de las primeras comunidades no se habrían conformado con lo recibido de la tradición apostólica, añadiendo relatos de su propia cosecha.
Aquí tenemos que ubicar, en primer lugar, la llamada Carta de Poncio Pilato dirigida al emperador romano acerca de Nuestro Señor Jesucristo. Se desconoce la fecha de composición y sólo se conservan manuscritos latinos no originales. El texto que más se ha divulgado, por su estilo “parece delatar una refundición tardía, que probablemente tuvo lugar en la época del Renacimiento”, según explica su traductor al español, Aurelio de Santos Otero.
En esta carta Pilato elogia a Jesús ante Tiberio, diciendo que el crucificado era “piadoso y austero”, “legado de la verdad” y “un justo inmune de toda culpa”. El prefecto echa la culpa de su muerte a los judíos, “cuyas instigaciones seguí de mal grado y por temor”, tal como se excusa, apuntando a “la confabulación de todos los escribas, jefes y ancianos”. Además –aclara–, sus discípulos hacen el bien a todo el mundo.
Existe otra supuesta carta de Poncio Pilato, que lleva por título Relación del gobernador Pilato acerca de Nuestro Señor Jesucristo, enviada a César Augusto a Roma. Se conserva en griego y en varias lenguas orientales, sería del siglo VII, y en ella el prefecto también considera a Jesús inocente, excusándose de su condena a muerte, que sería achacable sólo a los líderes judíos.
La sorpresa crece cuando hallamos una supuesta Carta de Tiberio a Pilato, escrita en griego. En ella el emperador romano se dirige a su subalterno con dureza, en estos términos:
Para completar el panorama, se conservan dos cartas que se habrían intercambiado Poncio Pilato y Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea entre los años 4 a.C. y 39 d.C. Una correspondencia escrita en griego (y con versiones siríacas) difícil de traducir por su mala redacción y con elementos de origen medieval, por lo que nos encontramos ante unos escritos tardíos. Una vez más, Pilato aparece como el bueno de la película.
Para terminar, cabe preguntarse por qué, si fueron escritos por cristianos, y supuestamente movidos por una buena intención, la Iglesia no aceptó estos documentos en el “canon” del Nuevo Testamento.
Y está claro: las primeras comunidades, que mantenían con todo el cuidado la tradición oral recibida de los apóstoles –y que ya se iba poniendo por escrito en diversos lugares–, no podían aceptar relatos ficticios que no respondían a la verdad de los hechos históricos, de su lectura desde la fe y de su predicación.
Nos sirven como un buen ejemplo de literatura de su tiempo con propósitos piadosos, y para conocer las leyendas que circulaban entre los creyentes, pero no para conocer lo que sucedió realmente.
En otro texto apócrifo semejante, leemos que, presentándose ante Octavio en Roma, Pilato habría dicho: "¡Oh emperador!, yo no soy culpable de esto; los incitadores y responsables son la turba de los judíos". El mensaje siempre es el mismo: simpatía hacia Pilato (y el imperio) y acusación al pueblo judío.
Además, hay que tener cuidado de no confundir los escritos que hemos comentado con otros atribuidos al prefecto romano más conocido de la Historia. El más importante se titula Hechos de Pilatos (también conocido como Actas de Pilatos o Evangelio de Nicodemo). Algunos expertos lo datan en el siglo II y otros en el IV. Un texto muy posterior, es el Evangelio de la muerte de Pilatos, de época tardomedieval.