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Lecciones sobre el amor de Dios cuando nuestros padres se aman

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Cecilia Zinicola - publicado el 02/05/21
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El amor divino se refleja en los hijos cuando son testigos del amor mutuo de sus padres

La relación entre esposos es una de las más importantes en la familia que invita a vivir como verdaderos cristianos. Dios se hace presente en una relación de amor verdadero que perdona, espera, entrega, se santifica y ama para toda la vida.

Cuando los padres se aman con ese amor que aspira a lo eterno, los hijos reciben lecciones claves para el amor como regalos del cielo. Es precisamente a través de esos actos amorosos que son voluntarios y diarios los que van moldeando la visión sobre el amor verdadero: el valor de la intimidad, la resolución de conflictos y el crecimiento juntos.

En una época en que la vida transcurre la mayor parte del tiempo en el hogar, los hijos tienen la oportunidad de acercarse al amor de Dios al nutrirse de experiencias positivas que llegan a través del amor de sus padres.

“Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.” (1 Juan 4:11).

Cuando dos esposos eligen amarse se comunican de una manera afectuosa, respetuosa y tierna. Así los hijos aprenden lo que está bien en el trato y lo que no es aceptable. También se refuerza la idea de que la familia es un refugio seguro, una fuente de recursos amorosos a la cual recurrir para encontrar fortaleza y aceptación, afecto y comprensión.

Podemos reconocer lo que uno hace por otro con una muestra de cariño, pero esos abrazos que se dan sin ninguna razón especial son los que llevan un gran significado. El amor de los padres es así. Los hijos necesitan recibir el mensaje de que las personas no tienen que ser perfectas para ser amadas, que no se trata de lo que hacen, sino que son amados por quienes sencillamente son. Antes que nada somos amados y por ese amor todo en nuestra vida se trata de amar.

“Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.” (Colosenses 3, 13-14)

Es casi imposible encontrar dos personas que hagan todo exactamente de la misma manera, pero cuando existe disposición para hacer ajustes o renunciar a las cosas buscando una mejor relación, entonces un matrimonio puede hacerse más fuerte. No se trata de renunciar a quien uno es, sino de trabajar juntos para sacar lo mejor de cada uno.

Las diferencias pueden llevar a conflictos, pero el amor siempre busca la reconciliación. Si los padres avanzan en la resolución de las discusiones es posible que los hijos aprendan que se puede llegar a una solución mediante el compromiso, aun cuando no estén de acuerdo.

Al comunicar abiertamente las diferencias, los hijos aprenden que los desacuerdos no significan que sea el fin del amor o algo esté mal en ellos o en los demás. El concepto de amor incondicional se demuestra cuando se puede discutir y aún así ser feliz.

“Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad.” (1 Juan, 3:18)

La palabra de Dios nos anima a no esperar a ser amados, sino a tomar la iniciativa y hacer nuestra obra de bien. Las palabras pueden ser pasajeras, pero los hechos marcan la vida de las personas. El amor conyugal está lleno de este tipo de pequeñas acciones claras de amor que son desinteresadas y que requieren esfuerzo.

Levantar la mesa, ayudar con la ropa o los baños de los hijos, dar un recado o hacer un favor como buscar algo o hacer las compras. Todas esas pequeñas cosas van enseñando que el amor verdadero requiere de una práctica que revela constantemente el amor. Así, los hijos ven que lo que da sentido es lo que se mantiene mientras todo cambia con el tiempo y las circunstancias.

“...el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás.” (Gálatas 5: 22-23)

El verdadero gozo proviene de dar fruto en una unión matrimonial. Requiere muchas veces recurrir a la fuente de gracia que es la oración, un acto verdadero de amor. Cuando los padres rezan se pueden mantener enfocados. y a medida que madura el amor conyugal, las raíces se van haciendo más profundas, el fruto se vuelve más abundante y atractivo y su unión en Cristo transforma todo a su alrededor y para siempre.

Dios quiere darnos todo lo que necesitamos colmando nuestra vida para hacerla más fructífera. Cuando dos almas por medio de la fe están vivas en Cristo, quien elevó el matrimonio a sacramento, abundante gracia fluye en ese pacto matrimonial entre ellas. Y la gracia se transmite a los hijos de maneras entrañables que solo el corazón comprende.

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