En el siglo XVIII, que una mujer supiera rudimentos matemáticos no era muy habitual. Algunos conceptos básicos de sumas y restas podían llegar a ser parte de la escueta formación femenina. Pero poco más.
Por eso sorprende encontrar historias como la de esta joven emprendedora y dispuesta no solo a aprovechar la oportunidad que el destino le otorgó de aprender mucho más que las demás mujeres de su tiempo sino que dedicó parte de su vida a transmitir sus conocimientos a los demás.
Ese es el que parece que fue el objetivo de Tyrocinio aritmético, instrucción de las quatro reglas llanas, su obra matemática, considerada como el primer texto científico que se conoce que haya sido escrito por una mujer en España. María Andresa era entonces una joven de diecisiete años. ¿Cómo y dónde había acumulado aquellos conocimientos que le permitirían escribir una obra de ese tipo?
María Andresa Casamayor había nacido en Zaragoza, el 30 de noviembre de 1720, en el seno de una familia acomodada dedicada al comercio textil. Su padre, un francés llamado Juan Joseph Casamayor, pertenecía a la próspera comunidad de mercaderes que, venidos de Francia, se habían instalado en Aragón. Juan Joseph se había casado con la zaragozana Juana Rosa de La Coma, con quien formarían una extensa familia católica de nueve hijos. María Andresa fue la séptima y creció en un entorno de piedad e intenso trabajo.
El libro escrito por María Andresa no solo demuestra que la joven tenía un buen conocimiento matemático, sino que también tenía muy buenas capacidades pedagógicas; intención que ya dejó bien clara cuando utilizó la palabra latina “tyrocinio”, que significa algo así como educación o aprendizaje.
El Tyrocinio aritmético aborda en sus páginas el funcionamiento de las cuatro reglas básicas del álgebra, la suma, la resta, la multiplicación y la división, de un modo que permitía a sus lectores aplicarlas fácilmente.
María Andresa también nos habla del complejo ámbito de los pesos y las unidades en un tiempo en el aún no existía la unidad monetaria ni un sistema métrico decimal que facilitaría las transacciones comerciales en el futuro. Es más que probable que todo este conocimiento lo recibiera en su propio hogar, quizás con tutores personales pero seguramente también acercándose al trabajo diario de su propio padre en el mundo del comercio.
Cuando el Tyrocinio aritmético salió a la luz en 1738, María Andresa firmó con un pseudónimo construido con un anagrama que utilizaba las letras de su nombre, Casandro Mamés de la Marca y Araioa. Seguramente, la propia María Andresa era consciente de su excepcionalidad y pensó que si publicaba su obra firmando como mujer, pocos la tomarían en consideración. Casando o María Andresa, dedicó el libro a la “escuela Pía del Colegio de Santo Tomás de Zaragoza” de la que se consideraba como una de sus discípulas.
Parece ser que María Andresa escribió otro libro, hoy perdido, El para si solo, también de aritmética, que nunca llegó a publicarse.
La vida de María Andresa Casamayor fue excepcional no solo por haberse convertido en uno de los pocos nombres femeninos del mundo de la ciencia del siglo XVIII español. Al contrario de lo que se esperaba de una mujer en su época, ella nunca se casó ni tampoco se hizo religiosa, sino que consiguió vivir de manera independiente, por sí misma, como maestra de niñas durante toda su vida.
A buen seguro que su Tyrocinio aritmético fue una de las herramientas con las que enseñó a sus pequeñas discípulas los principios básicos de las matemáticas.
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