El siglo XVI fue para Japón el momento de descubrir la fe cristiana. Los misioneros jesuitas llegaron en 1549 y en poco tiempo muchas personas del área de Nagasaki se convirtieron.
Japón estaba inmersa en la Era Keicho (1595-1615) y la dinastía de shogunes Tokugawa estudiaba qué tipo de relación económica y política mantenía con Europa, que ya tenía abundante presencia de comercio en la zona.
En este marco, en 1582 se organizó una expedición de Japón a Europa, que tenía como fin formar vocaciones japonesas que pudieran facilitar la evangelización de todo el país. Al mismo tiempo, esto despejaría dudas en el gobierno japonés sobre la posible peligrosidad de la influencia europea. Así lo entendió el jefe de gobierno, Hideyoshi Toyotomi, quien aprobó el viaje.
En aquella expedición había cuatro adolescentes conversos. Navegaron en una nave portuguesa, que bordeó África y atracó en Lisboa. De ahí viajaron a Madrid, donde fueron recibidos por el rey Felipe II. Luego fueron a Toledo, Alicante, Mallorca y, una vez en Italia, Pisa, Siena, Florencia y Roma, su destino. Allí los cuatro, que tenían vocación al sacerdocio, recibieron formación filosófica y teológica y fueron ordenados.
De regreso, los cuatro conversos, ya presbíteros, peregrinaron al santuario de Montserrat. Allí estuvieron varios días y -según explica el periodista e historiador Toni Padilla en un reciente artículo del diario Ara- después siguieron su viaje. Toyotomi les recibió nueve años después de su partida y vio que el cristianismo no suponía una amenaza, de modo que les autorizó a predicar y administrar los sacramentos.
La Historia de Japón revela que no todos los europeos fueron allí con las mismas intenciones que los misioneros católicos.
En 1598 Toyotomi falleció y los holandeses intentaron fortalecer su poder en el enclave. Ofrecían mejores condiciones de negocio que los españoles y no pretendían evangelizar. Sin embargo, algunos de ellos se excedieron y provocaron incidentes en los puertos. Esto movía a la población autóctona a recelar de cualquier europeo, también de los misioneros. Se les veía como usurpadores y enemigos de la tradición nipona.
Así las cosas, en 1613 el franciscano Luis Sotelo, de Sevilla, organizó una segunda expedición, pactada esta vez con el señor feudal de Sendai, Date Masamune. Se cree que la intención era usurpar las misiones japonesas a los jesuitas.
En ese momento, desde la Nueva España (hoy México), el imperio español propuso a Japón establecer una ruta de navegación que, en vez de ir por África, pasara por el otro lado del globo: por América de Norte. El virrey, Luis de Velasco, había hecho la propuesta y Masamune aceptó negociar.
La expedición se llamaba Keicho y ya no tenía carácter religioso como la primera. Había en ella 150 personas entre samuráis (la élite militar), funcionarios y comerciantes. Al frente estaba Hasekura Tsunenaga, un samurái veterano.
Partieron del puerto de Sendai en octubre de 1613 y llegaron a Acapulco en 1614. En la Ciudad de México les recibió el virrey. De allí partieron a Veracruz y pusieron rumbo de nuevo por mar hacia Europa, adonde llegaron ese mismo año. Entraron por Coria del Río (Sevilla, España) y viajaron a Madrid, donde les recibió el monarca.
En esos días ocurrió un hecho muy significativo: Hasekura (este era su apellido según la onomástica japonesa) decidió convertirse a la fe católica. Fue bautizado por el capellán del rey Felipe III y tomó el nombre de Felipe Francisco de Fachicura.
Políticamente hablando, la expedición fracasó porque el rey de España no quiso establecer firmar todos los acuerdos que se le proponían.
En cambio, Hasekura siguió el viaje hacia Roma. Como samurái que además había participado en la invasión japonesa de Corea, era tratado con honores. El papa Pablo V lo proclamó ciudadano honorario de Roma y recibió a toda su expedición.
Pero antes de llegar a Italia, el grupo de Hasekura pasó por el Reino de Aragón: Zaragoza, Fraga, Lleida, Igualada y, antes de llegar a Barcelona, Montserrat. El cronista italiano Scipione Amati relata que los japoneses confesaron al abad de Montserrat que el santuario les parecía tan admirable como los templos de su país.
Una vez en Barcelona, serían recibidos por el marqués de Almazán, que se encontraba gravemente enfermo y fallecería pocos días después. Se alojaron en una casa noble del final de la Rambla, visitaron el convento de Jesús (derribado en el siglo XIX), la catedral, el puerto y la plaza de San Jaime, donde los recibieron el consejo municipal y la Casa de la Diputación.
La expedición se vio en la necesidad de pedir dinero para poder llegar a Roma y las autoridades catalanas fueron generosas: les dieron fondos para poder contratar dos barcos.
A pesar del intento de entendimiento entre España y Japón, en el país asiático se desencadenaba la persecución contra los misioneros.
Tsunenaga regresó a Sendai en 1620. Japón se había cerrado diplomáticamente. No queda claro si el samurái siguió practicando la fe (algunos apuntan que murió mártir) o aparcó el cristianismo porque solo había usado la conversión para ganarse el favor del rey español.
Quien sí murió mártir fue el fray Luis Sotelo. Cuando arreciaba la persecución había seguido en su intento de predicar el Evangelio y aquello le costó la vida. Logró infiltrarse en Japón en 1622, fue encarcelado dos años y después lo quemaron vivo. La Iglesia lo proclamó beato en 1857.