Siempre he escuchado que la ignorancia es atrevida y osada. Parece que el que nada sabe nada teme.
No conoce y se arriesga. No ha profundizado en el tema en debate y opina sin saber, sin temer.
Con el tiempo he descubierto que cuanto más sé y conozco más prudente soy.
Cuanto más sé de algo, de alguien, más temores albergo en mi corazón pensando en el futuro.
Conocer es amar. Y saber más de alguien me expone al temor de perderlo. Es como dejar de poseer lo que he aprendido, conocido y amado.
La ignorancia es atrevida. Opino de algo sin saber, sin temer lo que pueda pasar por decir lo que digo. No mido las consecuencias de mis actos y de mis palabras.
La ignorancia sobre la vida me vuelve insensato, osado. No temo perder nada porque aún no lo poseo.
Como el joven que arriesga su vida porque todavía sus raíces no son tan hondas y cree que puede con todo.
Hay muchos deportes de riesgo. Uno se juega la vida en un momento de locura. Se arriesga porque no teme morir.
Me gustaría tener un corazón libre y valiente. No quiero estar atado a lo que tengo, a lo que vivo, a lo que poseo.
Quiero ser más libre de mis ataduras. Más ligero en mi vuelo sin dejar de atarme. Me pesa mucho lo que sé, lo que guardo, lo que acumulo con afán posesivo.
Los santos son hombres libres. Aman y echan raíces, conocen en el corazón y se atan a la vida.
Y al mismo tiempo que aman el mundo, están amando íntimamente a Dios en sus entrañas.
Están tan atados al cielo como a la tierra. No les duele la separación de la tierra, porque ese amor hondo al cielo los mantiene apegados a Dios.
Viven con libertad sus amores. Pero no por ello dejan de sufrir al amar.
Tienen dolor en su corazón cada vez que parten. Y se llevan consigo, pegado a la piel y al alma, todo lo que han querido.
No han optado por un solo posible camino en su vida. Han dejado abierto el mar ante sus ojos como rumbo que ha de seguir su barca.
Y no se asustan si los vientos inquietan. O si nada es tan razonable como ellos hubieran querido.
Aceptan la realidad con el dolor que conlleva, sin negar lo que les duele, sin olvidar lo que aman.
Me gusta esa libertad interior de los santos. Aman y se saben amados. Decía el padre José Kentenich:
No ignoran el amor de Dios. Saben que son amados y se atreven ellos a amar hasta el extremo.
La ignorancia es atrevida. Lo es cuando el que ignora no teme las consecuencias de sus actos.
Pero el santo es atrevido porque ha visto el amor que Dios le tiene y no teme ya nada.
Los santos son libres y valientes. No viven acobardados reteniendo su vida con fuerza. No se aferran a los sueños.
Los santos se saben amados. Han conocido el amor y no renuncian al dolor que conlleva.
Viven en presente sin dejar de aventurarse en un futuro incierto. Con las manos atadas a Dios. Con el corazón entregado por entero.
El saber no me limita. Cuando más conozco lo que amo más libre puedo llegar a ser.
El amor me libera de las ataduras. Cuando amo sin imponer cadenas. Cuando amo dando libertad. Cuando amo de forma sana y auténtica.
El temor aniquila el amor. Mi amor es libre y me libera. Y libera también a los que amo.
Así quiero amar siempre, con ese amor que Dios me regala y hace que cale profundamente en mi alma. Cuando amo de forma correcta soy más libre. Decía Jacques Philippe:
Cuando dejo de mirarme, de pensar tanto en mí, camino más ligero por los caminos. No vivo con aprehensión pensando en el mañana.
No vivo queriendo retener los días para que no mueran. Dejo que Jesús me mire y yo lo miro. En eso consiste el amor sabio.
Es un amor que conoce al amado y no lo suelta. Sabe que le pertenece y esa pertenencia lo libera.
Un corazón valiente no trata de contentar a unos y a otros. No espera que el mundo aplauda todas sus acciones. Vive confiado en ese amor que lo sostiene incluso cuando su barca va a la deriva.
Esa actitud de los santos es la que quiero para mí. Ese valor en medio de la batalla cuando parece todo perdido.
Quiero ser atrevido sin perder el norte y confiar en que el amor de Dios será el que me sostenga siempre.
El amor de Jesús me anima a amar. La mirada de Jesús es la que sostengo mirando sus ojos.
Y confío en que su fuerza será la que mueva mis pasos en medio de la batalla, cuando tiemblo y el miedo es fuerte en mi interior.