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Por qué el Rosario es la gran devoción católica

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Lorena Moscoso - publicado el 08/05/21
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Al rezarlo la Virgen María nos toma de la mano y va dibujando al Hijo en nuestro corazón a través de las meditaciones de sus misterios

Probablemente la devoción más importante y conocida dentro de la Iglesia católica es la devoción a María a través del Santísimo Rosario.

El valor de María como madre del redentor es grandísimo. Tanto es así, que hoy se analiza nombrarla como “corredentora”, es decir, como cooperadora en la obra de la salvación.

Para los católicos, María representa la imagen de la Iglesia, la imagen de la Madre, de la servidora más fiel, es decir, el modelo a imitar para ser verdaderos discípulos de Cristo.

Pero María guarda muchas más riquezas de las que podríamos nombrar. Ella nos vincula con Dios mismo, es madre nuestra y madre de Dios hijo, nos acerca al Hijo quien es camino, verdad y vida y no cesa de apuntarnos en esa dirección.

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Aí lo vemos claramente en la lectura de las Bodas de Cana en las Sagradas Escrituras en donde ella intercede ante su Hijo para que pudiera obrar un milagro.

Ella no deja de interceder por la humanidad en calidad de hijos necesitados, por nuestra salvación y por nuestras preocupaciones.

Grandes promesas se reciben de manos de la Virgen a quien acuda a ella como se acude a una madre a través de esta devoción.

Contrariamente a lo que muchos piensan, el Rosario no es simplemente una oración a María, es un caminar con María, pues ella nos toma de la mano y va dibujando al Hijo a través de las meditaciones de sus misterios, en nuestro corazón.

Ella va derramando la riqueza de la vida, pasión y muerte de Jesús en nuestros corazones, nos lleva a meditar, a contemplar, a reflexionar.

Y de esta manera a descubrir a Cristo de modo que, conociéndolo podamos verdaderamente encontrarnos con Él de manera cercana y entonces amarlo, amarlo intensamente.

Como diría san Luis Grignon de Montfort, gran devoto del Rosario:

Muchos caminos tenemos para llegar a Cristo: los sacramentos, la gracia, las Escrituras, los testimonios de los santos, la creación y hasta el sufrimiento mismo, a través del cual podemos llegar a despertar del letargo en el que vivimos respecto a las cosas de Dios.

Sin embargo, el Rosario es el camino más certero y cercano para conocer de manera íntima al salvador. ¿Quién más idóneo para mostrar al Hijo si no es la madre?

Así como María enseñaba a los pastorcitos y a los Magos al Salvador que había nacido en Belén, de la misma manera, María abre los brazos y revela a su pequeño a los hombres, a sus hermanos que se aproximan a mirar con curiosidad a aquel niño asido a su pecho.

¡Cuántos milagros ha obrado María a quien se confía en sus brazos, cuánto podemos crecer en el espíritu si nos tomamos de su mano!

Así pues, veamos cómo es que recibimos este gran tesoro venido del cielo.

El Santo Rosario nace de una revelación de la Virgen María a santo Domingo de Guzmán después de que este orara durante tres días y tres noches en medio del bosque haciendo penitencia para la conversión de la gente del pueblo donde vivía.

Al cabo de los tres días se le apareció María diciéndole que si quería ganar esos corazones para Dios, rezara su salterio.

Posteriormente, tuvo otra aparición en la que la Virgen María le enseñaba a rezar el Rosario.

Santo Domingo se dejó inspirar por el Espíritu Santo y empezó a predicar el Rosario delante de grandes señores en París habiendo grandes signos que les decían que era esto lo que tenía que hacerse pues venía del cielo.

También tuvo apariciones de Jesús que le decía que rezara Su Rosario para convertir a la gente y así fue.

Grandes frutos se dieron en aquellos lugares gracias al rezo del Santísimo Rosario. 

Inicialmente se trataba de repetir 150 salmos, pero puesto que la gente que no podía leer y conocer los 150 salmos encontraba gran dificultad con esto, se fue armando las 150 avemarías.

Cuenta otra historia que un hermano franciscano encontraba gran placer en rezar las 150 avemarías.

En una ocasión se había retirado a rezarlo y cuando dos hermanos fueron a llamarlo para cenar encontraron al hermano rezando los avemarías frente a una aparición de la Virgen que tenía dos ángeles a cada lado.

Cada vez que el hermano repetía un avemaría, aparecía una rosa en su boca y los ángeles la recogían e iban a ponerla como una corona de rosas sobre la cabeza de la Virgen.

Otros dos hermanos fueron enviados a llamar a los tres primeros y pudieron ver la aparición que no se fue hasta que el primero terminara los avemarías. 

La palabra Rosario originalmente significaba “Guirnalda de Rosas”.

Hoy en día, en sus apariciones más modernas como Lourdes, Fátima y Medjugorje, María no se cansa de pedirnos con el amor de Madre que nos refugiemos en ella y que recemos el Rosario por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.

Cuánta insistencia de esta madre amorosa que no quiere que nos perdamos, que quiere que tomemos esta arma contra las acechanzas del demonio y que unidos a él podamos dar grandes frutos para nosotros y para el mundo.

No quiere de manera alguna que perezcamos sino que alcancemos la vida eterna. Ella nos sigue apuntando a su hijo en su Rosario como lo haría en las Bodas de Cana.

El Rosario nos invita a hacer un espacio en nuestras vidas, a darle ese espacio a Cristo su Hijo, a ese “Dios que salva”.

A que podamos mirar desde el corazón de María a ese hijo, sufriente, cuyo corazón no hace más que amar hasta el hartazgo, derramando tanto amor como es capaz siendo Dios, sobre los hombres.

Pareciera que, a través de María, Dios hubiera abierto una puerta más por la cual los hombres podamos alcanzar el cielo y de esta manera alcanzarlo a Él.

Refugiados en María, podemos contemplar, es decir mirar interiormente cada episodio que envuelve la vida de Cristo.

Desde los misterios más dulces e increíbles como la Anunciación del ángel a María, en la que podemos observar a esa niña inocente, que ya exudaba santidad, recibiendo aquel mensaje “concebirás a un niño al que pondrás por nombre Jesús…”, anunciándole así que ella sería la madre de Dios, el camino que Dios Padre había elegido para la salvación de los hombres.

Ella simplemente tenía que decir una palabra y no tardó mucho en dar su respuesta:

Un Sí que atravesaría toda nuestra historia de principio a fin y que desencadenaría toda la economía de la Salvación.

Ese sí permitiría que Dios tocara la tierra en la humanidad de Cristo; una humanidad que además tomaría de María, pues el Hijo de Dios se haría carne de su carne.

También tenemos misterios desconcertantes como el niño perdido y hallado en el Templo, cuando meditamos las palabras de Cristo diciéndole a sus padres con solo 12 años:

O, el misterio más impenetrable y doloroso, la Crucifixión de nuestro Señor Jesucristo.

Impenetrable pues nos hemos ganado el mismísimo cielo con esta entrega, aquella entrega dolorosa. La expresión más alta del amor de Dios hacia el hombre.

Pero ¿qué es el hombre para merecer tanto amor? ¿Que el mismísimo Dios tuviera que morir crucificado para que el hombre pueda conmoverse y creer en ese amor?

¿De cuánto es capaz este Dios Padre para querer a sus criaturas viviendo como hijos suyos en su Reino?

Cuánto más podríamos preguntarnos con semejante acto de amor. Pareciera ser que mientras más nos esforzamos por entender, más preguntas surgen y menos entendemos.

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Pero estas reflexiones no podrían penetrar nuestro corazón si no fuera a través de la oración y a través de la oración a la que María nos invita.

El Rosario es una especie de conversación con la Madre.

Una y otra vez, mientras nuestros dedos van recorriendo cada cuenta del Rosario nuestro pensamiento debe estar recorriendo cada misterio, cada escena.

Debe interiorizar cada palabra, cada imagen, traducir cada historia en nuestro corazón como lo hizo María, guardando todo en su corazón.

Observar cada gota de sangre derramada, cada herida, cada personaje, verse inmerso en toda esa historia porque fue vivida para que nos tocara de manera personal. Para que fuéramos convertidos.

María nos hace ese recorrido, ella en función de nuestra devoción va depositando respuestas en nuestro corazón, respuestas que se van formando conforme más lo rezamos.

Otro aspecto del Santísimo Rosario que llama grandemente mi atención es cómo no solo meditando cada misterio podemos ser iluminados, sino que la totalidad de ellos puede despertar en nosotros mensajes maravillosos.

Los misterios luminosos, por ejemplo, son una gran invitación de Dios. Pensemos en el primer misterio luminoso en donde el cielo se abre y desciende el Espíritu Santo y se escucha la voz de Dios que dice: “Este es Mi Hijo muy amado”, llamando nuestra atención sobre en quién debemos poner nuestra mirada: el hermano mayor.

Posteriormente en el segundo misterio, las Bodas de Cana, en donde María, ahora la madre, nos dice:

En el tercer misterio, es el hijo quien nos exhorta, aquel sobre quien la Madre y el Padre en un principio ponían nuestra atención y quien nos dice:

En el cuarto misterio, nuevamente es el Padre quien habla:

Y finalmente en el quinto misterio en donde Jesús ofreciéndonos el pan y el vino como su carne y su sangre nos dice:

Así María, nuestra madre, nos está ayudando a penetrar en estos misterios cuya riqueza no tiene fin.

Nos está revelando además una familia, un Padre que nos persigue hasta el hartazgo, una Madre que nos apunta a aquello que es lo más importante.

Nos eleva cuando no alcanzamos a ver, nos habla al oído y al corazón cuando no podemos escuchar y nos revela este Hijo suyo, como hermano nuestro, la mismísima palabra de Dios o, como me gusta decir, el gran abrazo de Dios.

María además tiene una cercanía especial con nosotros, porque a pesar de ser llena de gracia y llena de Dios, es una de nosotros a quien Dios miró para que fuera la madre de Su hijo.

No recuerdo quien fue el que dijo que es ella a quien Dios se confió primero que nadie. ¿Por qué entonces no deberíamos confiar nosotros en esos brazos de madre que se nos ofrecen?

Recordemos también otra frase de Jesús: “He aquí a tu madre” y tengamos en mente la petición del Padre al decirnos “Escúchenlo”.

Grandes promesas y gracias se le ofrece a quien toma el Rosario y lo reza con gran devoción. María reveló al monje dominico Alan de la Roche 15 promesas :

1.         Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.

2.         Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.

3.         El Rosario es un arma poderosa para no ir al infierno: destruye los vicios, disminuye los pecados y nos defiende de las herejías.

4.         Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su deseo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.

5.         El alma que se encomiende a mí en el Rosario no perecerá.

6.         Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.

7.         Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.

8.         Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.

9.         Libraré del purgatorio a quienes recen el Rosario devotamente.

10.       Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.

11.       Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.

12.       Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.

13.       Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mí al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.

14.       Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesús Cristo.

15.       La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.

También hemos recibido del magisterio de la Iglesia los beneficios por rezar el Rosario:

1.         Los pecadores obtienen el perdón.

2.         Las almas sedientas se sacian.

3.         Los que están atados ven sus lazos desechos.

4.         Los que lloran hallan alegría.

5.         Los que son tentados hallan tranquilidad.

6.         Los pobres son socorridos.

7.         Los religiosos son reformados.

8.         Los ignorantes son instruídos.

9.         Los vivos triunfan sobre la vanidad.

10.       Los muertos alcanzan la misericordia por vía de sufragios

Y por último tenemos los Beneficios del Rosario que los recibimos de San Luis María Grignon de Montfort:

1.         Nos eleva gradualmente al perfecto conocimiento de Jesucristo.

2.         Purifica nuestras almas del pecado.

3.         Nos permite vencer a nuestros enemigos.

4.         Nos facilita la práctica de las virtudes.

5.         Nos aviva el amor de Jesucristo.

6.         Nos enriquece con gracias y méritos

7.         Nos proporciona con qué pagar todas nuestras deudas con Dios y con los hombres y nos consigue de Dios toda clase de gracias.

Conviene que nos ejercitemos en tener presente a María cada vez que nos unamos con ella en oración.

Una de las videntes de Medjugorje le revelaba a una escritora española que tuvo una conversión en Medjugorje, María Vallejo–Nájera , que cada vez que rezamos el Rosario tenemos a María en frente, de la misma manera que la tienen los videntes en las apariciones.

BIBLIOGRAFIA

S. L. M. GRIGNON DE MONTFORT, El Secreto Admirable del Santísimo Rosario, Grupo Impresa, España 2012

S.L. GRIGNON DE MONTFORT, Tratado de la verdadera Devoción a la Santísima Virgen, 345a Edición, Apostolado Bíblico Católico, Bogotá

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