La situación tan precaria que vive la isla caribeña saltó a los titulares, sobre todo porque los secuestradores pedían un millón de dólares por la liberación de sus víctimas.
La presión internacional y la interna, sobre todo la liderada por los obispos católicos de Haití, así como por la Conferencia de Religiosos, fueron factores importantes para que el Gobierno de Jovenal Moïse moviera su fuerza y los secuestrados fueran dejados en libertad.
En un hecho inédito, las escuelas y universidades católicas que existen en Haití pararon actividades, todas las parroquias elevaron oraciones por las víctimas del secuestro y por sus familias, así como también hicieron sonar las campanas al unísono en señal de protesta.
Lejos de quedar satisfechos con la liberación de los rehenes, los obispos de Haití han señalado, mediante un comunicado a la comunidad en general, que la lucha contra los secuestros (algo que ya se ha convertido en “modus vivendi” de bandas de criminales) debe continuar sin desmayo.
Prácticamente cada día se conoce la comisión de un secuestro en este pequeño país, quien puede presumir de ser el primero en América Latina y el Caribe en haber obtenido su independencia, pero no puede ocultar que es el país más pobre de la región y uno de los países más pobres del mundo.
Los secuestros se han hecho tan comunes en Haití que, según fuentes locales, las estaciones de radio a menudo transmiten pedidos tipo: “por favor, no lo maten”; “rogamos nos ayuden a recaudar dinero para el rescate” o, “por favor, ayúdenme a encontrar el cadáver”.
En su comunicado, los obispos católicos agradecieron a la Conferencia que agrupa a las demás denominaciones religiosas, así como a la sociedad civil de Haití por el respaldo y la solidaridad que mostraron ante el secuestro de diez personas ligadas a la Iglesia católica.
“Muchos haitianos en la diáspora han expresado su compasión por estas víctimas del secuestro y han llorado por nuestro país que parece hundirse en el caos”, señalan en su misiva los prelados haitianos, conscientes de la gran cantidad de compatriotas que huyen hacia República Dominicana y otros países de América.
El secuestro –siguen diciendo los obispos haitiano—es una lucha constante, una lucha contra el mal que se tiene que acabar de una vez por todas, puesto que todo mal perturba la paz social y la serenidad personal e interior”.
Sin embargo, la solidaridad expresada en estos momentos es “un valor innegociable que nos hace a todos sensibles al dolor del otro”.
Un informe reciente de la Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití registró 234 denuncias de secuestros en el 2020, 78 más que el año previo.
Las víctimas incluyeron 59 mujeres y 37 menores. La mayoría de los secuestros, sin embargo, no se denuncian por miedo a las represalias de las bandas en contra de las familias de las víctimas.
En Haití, en el último año, también aumentaron los homicidios. Las autoridades reportaron 1.380 asesinatos el año pasado y la ONU dijo que eso representaba un aumento del 20 por ciento con respecto a 2019.
Y la epidemia parece no ceder, al contrario, aumenta día con día, agarrada del caos político en el que vive la nación caribeña.
Los obispos haitianos denunciaron la indiferencia que muestran algunos grupos con responsabilidad social y política, ante secuestros y asesinatos.
"Observamos con dolor y gran sufrimiento la impotencia de algunos, la indiferencia de otros y el silencio cómplice de algunos funcionarios en el manejo de los secuestros en general, la proliferación de bandas criminales y el aumento de la tasa de secuestros que afectan a ciudadanos y extranjeros”, dijeron los prelados haitianos.
Para los obispos, la amenaza y el cumplimiento de secuestros se produce en casi todos los sectores vitales del país. Subrayan que, a medida que se deteriora la seguridad nacional, “la población se ve obligada a valerse por sí misma frente a este fenómeno de secuestros”.
Y finalizaron denunciando “enérgicamente” esta deriva impuesta a la sociedad” haitiana que comienza a tomar justicia por su propia mano, una vez que han sido testigos –como en el caso de los diez secuestrados que acudían a una parroquia para la toma de posesión del nuevo párroco—de la falla estructural del sistema de seguridad en la isla.