Me solidarizo con todos los novios que han decidido casarse esta temporada y que por razones obvias han tenido que posponer la celebración. No me quiero imaginar el dolor para muchos de ellos viendo truncado el día más importante de sus vidas.
Y me admira comprobar que muchas parejas han decidido seguir adelante con sus planes a pesar de las circunstancias. Me parece de valientes.
Pero te diré, querido lector, que empezar así el Matrimonio es una bendición.
Que no se me malinterprete. Lo que quiero decir es que celebrar una boda con complicaciones puede ser un fiel retrato de la propia vida, no exenta de dificultades y pruebas que ayudan a crecer, si se saben torear bien.
Estábamos malacostumbrados hasta justo antes de declararse el estado de alarma en casi todos los países del mundo. No con mala intención, parecía que las bodas debían ser perfectas con unos presupuestos cada vez más elevados.
Y es que hay todo un negocio detrás para que el día D salga redondo, como tiene que ser. Pero sí que es verdad que quizás se nos estaba yendo un poco de las manos.
Sin embargo, deja que te abra mi corazón pues quiero contarte mi historia personal.
Hace 15 años el coche de novia en el que viajaba empezaba a enfilar la rampa que llegaba a la iglesia. Sin embargo, para mi sorpresa, todos los invitados esperaban fuera.
El chófer esperó unos largos minutos antes de continuar subiendo. De pronto, el que parecía ser el conserje, abrió por fin el templo y la gente pudo entrar a ocupar los bancos.
A mi regreso del viaje de novios, en un encuentro familiar, supe que había habido un problema. Al parecer no constábamos en las celebraciones de ese viernes. De hecho, el conserje llegó para abrir la boda que había a continuación, no la mía.
Sé que el sacerdote que ofició la ceremonia tuvo que demostrar con los papeles que nosotros estábamos citados a las 17 horas. Todo eso mientras yo esperaba a lo lejos dentro del coche sin enterarme bien de nada de lo que estaba pasando. Mi marido sí fue más consciente porque debía esperarme dentro, a los pies del altar.
Seguidamente, ya en el baile, cuando todos nuestros seres queridos estaban entregados en la pista, hubo un segundo problema: los altavoces no soportaron la intensidad del sonido y literalmente se rompieron, dejándonos a todos con cara de circunstancias.
Siempre le estaré agradecida a mi primo por la iniciativa que tuvo de empezar a cantar aquello de "camarerooo…", rompiendo el hielo ante esa situación aparentemente bochornosa para los contrayentes.
Incluso el DJ quedó sorprendido de nuestra actitud y de que no lo abucheáramos después de lo ocurrido.
Y, para terminar, por si no hubiéramos tenido suficiente, un par de turistas se coló en la barra libre haciéndose pasar por asistentes a la boda. Menos mal que alguien del hotel se dio cuenta y dio la voz de alarma.
Con todo esto, ¿qué te quiero decir? Desde luego nada es parecido a la situación que están viviendo las parejas que se casan ahora. Estos tres problemas son una nimiedad al lado de una pandemia.
Pero quiero lanzar un mensaje positivo y constructivo: la vida no es perfecta. O, mejor dicho, es perfecta con la suma de sus épocas dulces y sus épocas duras. Porque de los tiempos duros, ¿cuántas veces hemos sacado un aprendizaje, una enseñanza que suma?
Y el matrimonio, como la vida, está compuesto por momentos de llanura y otros más de escalada.
Es lógico que muchos novios quieran esperar para poder celebrar su amor con todas las garantías de salud y seguridad. Pero sería erróneo pensar que pasada la pandemia todo va a resultar como la seda.
De sobra sabemos que casarse no es como ocurre en los cuentos de Disney, donde parece que la historia termina con el beso del príncipe y a partir de entonces "fueron felices y comieron perdices".
Sería contraproducente pensar que no va a haber dificultad, que no va a haber lucha. En términos más caseros, "que ya está todo hecho".
Desde que el matrimonio empieza su andadura está todo por hacer, por construir. Se nos ofrece la oportunidad, desde el mismo momento del sí quiero, de salir de nosotros mismos para cuidar a nuestro cónyuge: con detalles, con gestos, amando.
Y si al contrario, vamos al matrimonio con la idea de evitar los problemas y tener una vida cómoda, nos hacemos un flaco favor. Ya que tarde o temprano las dificultades llegarán y si no estamos entrenados para ellas no sabremos afrontarlas.
Por eso decía que empezar el matrimonio así es una bendición. Porque prepara al futuro matrimonio para la vida, para la lucha.
Al final el covid ha ordenado las prioridades. Todo lo accesorio (vestidos, banquete, pastel, música, flores, etc.) ha pasado a un segundo lugar, mientras que lo importante ha recuperado su puesto: dos que se casan delante de Dios.