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Industria de las obleas para la comunión, otra víctima del COVID-19

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John Burger - publicado el 14/05/21
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Monjas que se mantienen fabricando obleas para la comunión han tenido que ajustarse a la menor demanda

De las múltiples maneras en que la pandemia de COVID-19 ha influido en la Iglesia católica, una ha pasado desapercibida en gran medida.

Cuando la pandemia ganó fuerza en marzo de 2020, millones de católicos empezaron a “asistir” a misa a través de Internet o por televisión. En vez de recibir la comunión en persona, quizás hicieran lo que se denomina “comunión espiritual”: una oración que pide a Jesús que entre en sus almas.

Por tanto, las iglesias estuvieron vacías durante meses, lo cual llevó a una drástica caída en el uso de obleas para la comunión. Las parroquias se quedaron con bolsas llenas de hostias sin usar, de modo que no había necesidad de recibir más envíos por el momento.

En muchos casos, estas obleas se elaboran y venden en comunidades religiosas. Las ventas de estas obleas ofrecen apoyo económico a las comunidades, que en su mayoría son de hermanas o monjas.

Con la cancelación de los pedidos, las comunidades no tardaron en empezar a pasar apuros.

“Antes de la pandemia, teníamos unos 200 clientes”, afirma sor Anna Tran, O.C.D., que supervisa la producción de obleas en el Carmelo de Santa Teresa en Alhambra, California (EE.UU.), una comunidad de carmelitas descalzas enclaustradas. “Enviábamos aproximadamente 250.000 hostias a la semana a parroquias, hospitales, escuelas y comunidades religiosas. Cuando golpeó la pandemia, por abril de 2020, todos los encargos de nuestros clientes se cancelaron. Los clientes que sí hacían encargos eran mínimos (un 10 %), así que probablemente en torno al 90 % de nuestros clientes redujo o canceló su encargo completamente”.

La madre Brenda Marie Schroeder, O.C.D., priora del Carmelo de Santa Teresa, afirmó que, pasado un año, “tuvimos que desechar toda nuestra reserva de obleas pequeñas. Empezaban a tener bichos”. Según dijo, las obleas grandes seguían teniendo demanda porque los sacerdotes continuaban celebrando misa, aunque en privado. Pero no las pequeñas, las llamadas partículas.

El Carmelo escribió hace poco a sus clientes, que se extienden por toda la archidiócesis de Los Ángeles, además de por partes de Nevada y Arizona, para trasladarles su esperanza de que volverían a activar sus encargos cuando se reanudaran las misas públicas.

Mientras tanto, una defensora local de las monjas, Jennifer Nolan, se ofreció a ayudar porque se había percatado del impacto que la pérdida del negocio podría estar teniendo sobre el Carmelo.

“Pensé que podría establecer una base de donaciones mensuales”, explica Nolan, fundadora de la Universidad Politécnica Católica en Los Ángeles. “Hillsdale College tiene miles de personas que dan 10 dólares al mes. Eso es lo que necesitan estas monjas: un ejército de personas”.

De modo que Nolan instaló una opción de donación mensual en el sitio web de las monjas. Pronto, el cambio se hizo notar. “Solo en una semana conseguimos 27 donantes”, comenta Nolan. “Es muy duro el no saber si habrá suficiente dinero para comer el próximo mes. Si consiguen 100 donantes de 20 dólares al mes, tendrán una cantidad en la que saben que pueden apoyarse”.

Otra comunidad contemplativa gravemente afectada en Estados Unidos fue el monasterio cisterciense del Valle de Nuestra Señora en Prairie du Sac, Wisconsin. “Nuestra venta de partículas, de donde sale la mayoría de nuestros ingresos, cayó cerca de un 60 % desde abril de 2020 a abril de 2021, mientras que la venta de hostias sacerdotales ha aumentado un 3 %”, explica a Aleteia una monja que prefiere permanecer en el anonimato.

Sin embargo, en el caso del Valle de Nuestra Señora, la perturbación también ha tenido un beneficio. “Hemos ganado 57 clientes nuevos durante la pandemia, muchos de ellos específicamente por nuestras hostias sacerdotales”, comenta la monja. “Muchos sacerdotes prefieren nuestras hostias porque su calidad y diseño son únicos en el mercado. Antes de la pandemia no podíamos aceptar nuevos clientes”.

Sin embargo, el mayor cambio producido por la pandemia parece haberse producido con las Hermanas Benedictinas de la Adoración Perpetua en Clyde, Misuri. Las hermanas tomaron la difícil decisión de cesar en su mayoría la producción de obleas, con la que llevaban activas desde 1910.

“Todos estos años hemos sido el productor religioso más grande de obleas”, cuenta sor Ruth Elaine Starman, O.S.B. “Vendíamos al por mayor a otras comunidades religiosas que, con el tiempo, se quedaron demasiado pequeñas como para mantener su propia producción. Hemos suministrado a carmelitas, clarisas y otros monasterios benedictinos a lo largo de los años”.

Debido a la pandemia, “todo se desplomó”, cuenta sor Ruth. Y “se desplomó” justo antes de Pascua. “La Cuaresma y la Pascua son realmente las temporadas de venta más grandes de obleas”, señala.

Por desgracia, la decisión de las benedictinas implicaba que tenían que despedir a las 13 personas laicas que trabajaban en la producción de obleas, junto con seis o siete monjas. La decisión tenía que ser permanente porque las personas tenían que encontrar otros trabajos y, dado que la abadía está en una zona rural, sería difícil encontrar nuevo personal que contratar una vez las operaciones se aceleraran de nuevo.

Sor Ruth dice que, en el año normal antes de la COVID, el artículo más vendido fueron las hostias de trigo de 3,5 centímetros (1⅜ pulgadas). La abadía solía vender 19.823.000 de estas hostias en un año.

“En un año normal, de enero a abril podríamos vender 7.253.500 hostias”, explica. “Estos últimos cuatro meses de 2021, en medio de la pandemia, con las cosas empezando a abrir, vendimos 2.238.000. Así que estamos al 30 % de lo que solíamos vender antes de la pandemia”.

Las monjas se convertirán a partir de ahora en distribuidoras de Cavanagh Altar Bread, un productor secular con sede en Rhode Island. Sin embargo, las hermanas seguirán produciendo sus propias hostias bajas en gluten. Fueron las primeras en producir estas hostias desde que el Vaticano las aprobara para los católicos que padecen celiaquía.

A pesar de la alteración, sor Ruth dice que la abadía se mantiene “en bastante buena forma” económicamente, ya que hay benefactores que han dado un paso al frente en momentos de crisis. “Ha sido hermoso ver cómo las personas aún querían apoyarnos”, comenta.

Sor Ruth y otras hermanas explican que, más que su propia situación, están más preocupadas por los católicos laicos y su vida sacramental en este tiempo. “Espero que cada vez más personas decidan volver a la iglesia y participar de los sacramentos”, dice sor Ruth. “Esa ha sido la mayor tragedia; no que nuestras ventas fueran pocas, sino que las personas no podían participar en absoluto de los sacramentos. No es lo mismo ver la misa en televisión”.

“No nos preocupaba nuestra situación económica”, declara la monja cisterciense del Valle de Nuestra Señora. “Cuanto menos poseemos, más conscientes y agradecidas estamos por lo que sí tenemos y más vivas estamos para la actividad de la Divina Providencia. (…) Estábamos mucho más preocupadas por los efectos adversos espirituales y morales que la pandemia y el consiguiente cierre de las iglesias pudieran tener sobre la vida sobrenatural de los laicos que por nuestra economía doméstica. Preferiríamos carecer nosotras de bienes materiales antes que ver una sola alma perder gracia o debilitarse en la fe, la esperanza y la caridad”.

Según añadió la madre Brenda Maria, del Carmelo en Alhambra, la pandemia y el confinamiento “nos han unido mucho con la gente. Nos sentimos más en armonía con las personas por todo lo que hemos pasado juntas”.

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