Antes de iniciar terapia matrimonial, suelo conversar con cada uno de los cónyuges en lo individual. Y, en esas entrevistas, con frecuencia se pone de relieve que es muy difícil llegar a saber cómo somos, si quien convive con nosotros, no nos da la información que necesitamos acerca de nosotros mismos.
Aparecen entonces los malos entendidos que invaden la relación, como uno de los errores psicológicos más frecuentes en la comunicación entre esposos.
Aquí un caso.
– Mi esposa no se confronta con nada, ni con nadie, por la sencilla razón de que no toma iniciativas ni aporta ideas. Ni que decir, que, ante situaciones extraordinarias, parece una tortuga que se esconde en su caparazón.
Es demasiado insegura y dependiente de mí, y no sé qué pudo haber pasado, pues de novios y al principio de nuestro matrimonio, no era así. Estoy tan decepcionado, que tengo ya muy poco interés en charlar con ella, y nos comienza a envolver el silencio, tanto que empiezo a dudar de nuestro amor.
– Dicen que soy “muy amable y agradable”, por lo que mi esposo y yo sintonizamos en todo, pero no es verdad, pues mi conducta es forzada, ya que él es muy impositivo y se torna irascible si las cosas no se hacen como él dice.
Afirma que dependo mucho de su aprobación, pero no es así, y me siento muy mal de no poder ser yo misma. Lo más triste es que antes discutíamos, pero ahora ya ni eso, y a ninguno de los dos nos quita ya el sueño.
Ahora, con pocas esperanzas de rehacernos, nos hemos puesto de acuerdo en acudir a ayuda especializada, pensando más que nada, en nuestros dos pequeños hijos.
Mis consultantes, estaban en la mayor zona de riesgo de su relación, donde la incomunicación insensibiliza y pavimenta el camino hacia un rompimiento sin dolor, como una forma de eutanasia del amor.
Es así, porque lo que no se comunica desune, de tal manera que ese “yo” y ese “tu” mutuamente aislados, se trasforman en dos extraños, en un permanente desencuentro de silencios e ignorancias en el que cada uno se instala.
Sucede así, cuando después de discutir en reiterados intentos de ponerse de acuerdo, se opta entonces por el silencio de evasión. Una malhadada actitud, en la que se ha perdido la esperanza de recuperar el verdadero dialogo del amor, demostrando el hecho de que la pareja como tal, ya no existe.
Hacer vida la caridad comprendiendo antes que ser comprendido y escuchando, antes que ser escuchado.
Para ello hablarán abiertamente y con serenidad acerca de su fracaso ante su ilusión de ser amados como lo han deseado, señalando puntualmente como les ha afectado, y lo que sienten. Su rectitud de intención consistirá en soplar sobre los rescoldos intentando hacer brotar la más pequeña llama. De reconocer que su amor aún vive.
Siendo así establecer unos principios inalienables como:
Sobre todo, dialogar aclarando malos entendidos, pues se debe comenzar y recomenzar siempre.
El amor que une a dos personas, no es otra cosa que dialogo, porque lo que se comunica une, y, lo que une, permite compartir la existencia para entretejerla cada vez más.
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