El poeta y Premio Nobel italiano Cesare Pavese tiene un poema que se titula Trabajar cansa. En efecto. Y trabajar mucho cansa mucho.
Pero trabajar en demasía, por ejemplo, rindiendo a una empresa, a una compañía, al sector público 55 horas o más a la semana, no solo puede dejar exhausto a quien así lo hace; también lo puede matar.
Así lo ha dado a conocer la revista Environment International, tras un reciente análisis de la Organización Mundial de la Salud (OMS) realizado en conjunto con la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En él se pretendía vincular la muerte con jornadas laborales excesivas.
Se estima que unas 745.000 personas murieron en el año 2016, víctimas de accidentes cardiovasculares y enfermedades cardiacas por haber realizado semanas de trabajo de 55 horas.
La mayoría de las muertes se produjeron entre los 60 y los 74 años en personas que entre los 40 y los 74 años habían cumplido ese tipo de semanas.
Según este análisis, se puede establecer el siguiente retrato de las posibles víctimas (de acuerdo a los casos verificados por la OMS y la OIT): varón de mediana edad o ya persona mayor, residente en el Pacífico Occidental o el sudeste de Asia, muerto por complicaciones cardiacas.
En efecto, 72 por ciento de quienes murieron en 2016 fueron varones que vivían en alguno de los países de la costa del Pacífico o de los llamados “tigres” del sudeste asiático. Sorprendentemente, se valoran en Occidente – sin entender muy bien las consecuencias –por la capacidad productiva de sus trabajadores.
Lo que apenas estamos conociendo son los estragos que causa esta cultura del “rendimiento” (como la califica el coreano Byung-Chul Han).
Los datos señalan que de 2000 a 2016, las enfermedades cardíacas relacionadas con el trabajo prolongado aumentaron 42 por ciento; y los accidentes cerebrovasculares 19 por ciento.
En todo el mundo, las personas que trabajen 55 horas o más a la semana tienen un riesgo estimado 35 por ciento más de padecer un derrame cerebral; y 17 por ciento mayor de morir por una cardiopatía isquémica. Las cifras se estiman en comparación con quienes trabajan de 35 a 40 horas a la semana (siete a ocho horas diarias, lunes a viernes).
"Trabajar 55 horas o más por semana es un grave peligro para la salud", dijo en un comunicado la doctora Maria Neira, directora del Departamento de Medio Ambiente, Cambio Climático y Salud de la OMS.
Neira instó a gobiernos y a empleadores a que se den cuenta de que "las largas jornadas laborales pueden provocar una muerte prematura".
La muerte – según este análisis – puede sobrevenir por el estrés psicológico del exceso de trabajo o por respuestas perjudiciales al estrés. Entre ellas se encuentran fumar, beber demasiado alcohol, sedentarismo, ausencia de descanso y buen sueño y mala recuperación después de jornadas extenuantes.
Cuando en marzo de 2020 se dio a conocer, por la propia OMS, que el mundo enfrentaba una pandemia, millones de trabajadores tuvieron que irse a sus casas para, desde ahí, realizar su rutina.
Una rutina que carecía de horarios fijos, o, si los tenía, era muy difícil llevarlos a cabo en condiciones estables.
La medición de los resultados post-pandemia está todavía muy lejos de enseñarnos el panorama completo.
Sin embargo, diversos sondeos registrados en todo el mundo demuestran que los empleados que pueden laborar a distancia están dedicando – en promedio – 2.5 horas más que las asignadas en sus empresas.
La pregunta que la OMS, la OIT, y todo el planeta se hace hoy mismo es: ¿merece el riesgo de un derrame cerebral o un accidente cardiovascular hacer trabajar a la gente más de lo que el cuerpo humano puede soportar?
En un momento como este – el de la luz al final de la pandemia – también vale la pena hacerse esta pregunta.