A todos nos gusta tener un papel positivo, buscar maneras de mejorar y hacer un esfuerzo por conseguir que las cosas salgan bien, pero cuando somos perfeccionistas la actitud desmedida de una obsesión nos vuelve menos virtuosos.
El perfeccionismo nos hace infelices, provoca estrés y agotamiento entre otras cosas, pero esa exigencia de perfección no solo tiene consecuencias físicas sino también espirituales como el orgullo, el temor por reconocer errores y el buscar compararse con los demás.
El pasaje bíblico “debes ser perfecto, como tu Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48) habla de una perfección que no pasa por obtener buenas calificaciones o éxito profesional, sino de buscar la gracia y con ella el tipo de perfección que es la del amor. El objetivo no es hacer las cosas perfectas, sino buscar alcanzar una vida equilibrada amando mucho.
Al abrazar la humildad tenemos la oportunidad de decirle “sí” a la gracia de Dios y dejar que El, que es perfecto, se haga presente en nuestra vida. En cambio, cuando nos dejamos guiar por una actitud perfeccionista, nos vamos cerrando y alejando de esa gracia. Aquí algunas razones:
1El esfuerzo nunca es suficiente
La atención al detalle es algo bueno, pero cuando “todo siempre puede hacerse un poco mejor”, eso se torna en nuestra contra. Ante los desafíos constantes, la búsqueda de la perfección nos hace vivir con una insatisfacción constante que puede mantenerse incluso luego de haber cumplido con la tarea propuesta.
2Cuesta delegar tareas
La humildad nos permite pedir ayuda a otros a tiempo, a confiar en los demás y a no perder energía o malgastarla. Cuando dejamos de pedir ayuda le negamos al otro la oportunidad de poder hacer algo y empezamos a poner toda la atención en una sola cosa evadiendo todo lo demás. Eso hace que nos consuma el tiempo y la vida.
3Se cierran nuevas posibilidades
Hay momentos que es saludable aceptar que no podemos hacer todo lo que queremos hacer tan rápido o tan bien como queremos hacerlo. Muchas veces pensamos en una fórmula perfecta, pero en el camino vamos descubriendo que con apertura podemos encontrar otros modos de hacerlo mejor.
4El error no se ve como oportunidad para aprender
No hay vidas sin equivocaciones y luchas. No significa que a uno no le importe los logros o que aspire a la mediocridad, sino que es mediante la prueba y el error cuando se puede dar más fruto para Dios apoyándonos en su gracia en vez de nuestras propias fuerzas.
5Se pasan por alto cosas buenas y bellas
Estar mirando los defectos todo el tiempo no nos permite apreciar la belleza de las cosas buenas, aun cuando las tenemos en frente. La obsesión tampoco permite que uno sea capaz de disfrutar lo que hace.
6La tolerancia se reduce
Cuando somos perfeccionistas hay una tendencia a volvernos impacientes con nosotros mismos y con los demás. Cuando algo nos irrita la respuesta bondadosa es la que está movida al aceptar humildemente las imperfecciones en lugar de negarlas o enfurecerse contra ellas y ser capaz de recibir críticas sin estar a la defensiva.
7El bienestar se mide solo por el desempeño
Como el perfeccionismo alienta a poner mucha energía en muchas cosas, el bienestar está enfocado en resultados. Hay una expectativa y objetivo concretos. En cambio la humildad permite ampliar el bienestar porque se aprende a ser flexible disfrutando del camino y de las experiencias de la vida independientemente de los logros.
8Es muy probable hundirse en los fracasos
Con el perfeccionismo es difícil aceptar cuando las cosas no salen como queremos. La humildad, en cambio, nos ayuda a entregar esos fracasos, a pedir perdón y experimentar la realidad de la misericordia de Dios al aceptarla no solo una vez, sino una y otra vez. Podemos encontrar un equilibrio para cometer errores y no castigarnos.
9Alcanzar los estándares creados llevan a un agotamiento físico y emocional
La perfección puede guiarnos a tener una adicción por el hacer en exceso y eso no nos hace más habilidosos, sino que agota. Con humildad podemos reconocer que todos tenemos límites tanto con nuestro tiempo como con nuestra energía y que hay que saber dejar el trabajo a un lado cuando es momento para dedicarse a la oración o al descanso.
10Es difícil atreverse a tomar riesgos
El perfeccionismo puede paralizar. Cuando uno es humilde es más fácil atreverse a tomar riesgos o iniciativas buscando el bien. La gente valiente no es la que no tiene miedo, sino la que acepta y se arriesga aun cuando no lo ve todo a la perfección. Eso ayuda a crecer y a dejar que Dios trabaje en nuestra vida para llevarnos a esa perfección amorosa a la que estamos llamados los cristianos.