Abril de 1945. Las tropas aliadas llegaban hasta el campo de concentración nazi de Ravensbrück. Allí se toparon con miles de mujeres malnutridas y enfermas, al borde de la muerte. Muchas otras, no habían sobrevivido. Pocos días antes, la cámara de gas de este campo reservado para mujeres, aún seguía funcionando.
Una de sus últimas víctimas fue una mujer polaca llamada Natalia, cuyo crimen había sido dar apoyo espiritual a muchas personas desamparadas. Natalia Tułasiewicz había nacido en Polonia, pero la guerra la había empujado a viajar hasta Alemania impulsada por un sentimiento de solidaridad. Sentía que debía ayudar como fuera, transmitiendo la fe que fue para ella el puntal que la mantuvo viva en los momentos más difíciles de su vida.
Natalia Tułasiewicz nació el 9 de abril de 1906 en la localidad polaca de Rzeszów, en el seno de una familia católica. Hija de un inspector de hacienda, los Tułasiewicz cambiaron varias veces de residencia en los primeros años de vida de Natalia hasta que se instalaron en Poznań donde Natalia empezó a estudiar en un colegio de ursulinas y después siguió estudiando filología polaca en la universidad.
Cuando terminó sus estudios universitarios en 1931 ya estaba ganando su primer sueldo como maestra, profesión que continuaría ejerciendo en los siguientes años en el colegio de ursulinas. En aquellos años participó activamente en el movimiento de apostolado laico convirtiéndose en una de sus líderes.
La vida de Natalia era como la de cualquier joven normal. Trabajaba, tuvo sus desengaños amorosos y encontró paz en la oración como fiel devota de la Virgen María. Era una mujer feliz, que viajaba siempre que podía y llegó a escribir poesía y artículos. Pero el año 1939 fue el final de todo lo que había sido alegría en su vida.
Cuando los alemanes llegaron a Poznań expulsaron a sus habitantes de sus hogares y los obligaron a vivir temporalmente en un campo de tránsito hasta que fueron reubicados en Ostrowiec Świętokrzyski, una ciudad del sur de Polonia. Natalia no se quedó de brazos cruzados y se marchó a Cracovia donde empezó a dar clases de manera clandestina y a colaborar con el llamado Estado Subterráneo de Polonia, que luchaba en la sombra contra la ocupación nazi.
Hacia 1943, Natalia pasó la frontera para trabajar en una fábrica alemana con el fin de realizar una misión secreta más importante, dar consuelo espiritual a aquellos que se encontraban allí trabajando contra su voluntad. En abril de 1944 su actividad clandestina fue descubierta por la Gestapo que la detuvo. En la cárcel de Colonia sufrió torturas pero nunca delató al resto de miembros de la resistencia con los que colaboraba. Pocos meses después fue trasladada al que sería su último destino en la tierra, el campo de concentración de Ravensbrück. Este campo, situado a unos noventa kilómetros al norte de Berlín, estaba destinado a mujeres. Allí fallecieron miles de ellas.
A pesar de todo, no dejó de rezar y de transmitir a sus compañeras la esperanza en una vida nueva y en sacar fuerzas de un cuerpo castigado por el frío, el hambre, la extenuación y la enfermedad. El Viernes Santo del año 1945, Natalia quiso rememorar la muerte y resurrección de Cristo subiéndose a un taburete y compartiendo con las demás reclusas aquel momento de la vida de Jesús. Dos días después, el Domingo de resurrección, 31 de marzo, Natalia Tułasiewicz era ejecutada en la cámara de gas.
El 13 de junio de 1999, el papa Juan Pablo II beatificaba en Varsovia a 108 mártires de la Segunda Guerra Mundial, hombres y mujeres que “dieron la vida por Cristo; dieron la vida temporal, para poseerla por los siglos en su gloria. Es una victoria particular, porque la han conseguido representantes del clero y laicos, jóvenes y ancianos, personas de todas las clases y estados”. Entre ellos se encontraba Natalia Tułasiewicz, una de esas personas laicas que se volcó en una misión evangelizadora en un momento en el que más que nunca era necesario encontrar el camino de la fe.