En la actualidad, existen muchas Organizaciones No Gubernamentales que, a lo largo y ancho del planeta, trabajan duro para hacer de este un mundo mejor. Muchas de estas organizaciones surgieron gracias a la fuerza de personas con capacidad de liderar proyectos humanitarios a gran escala o cerca de sus comunidades. Y en muchas ocasiones, estos hombres y mujeres recibieron la fuerza de su fe.
Ejemplo de ello lo encontramos en Mary Virginia Merrick, una joven que creció en una familia católica y que fue precisamente la devoción que tenía al Niño Jesús, lo que la ayudó a no hundirse cuando sufrió una terrible prueba de vida.
La vida de Mary Virginia Merrick, nacida el 2 de noviembre de 1866, estaba destinada a ser una vida regalada y feliz. Segunda de los ocho hijos de la pareja formada por Richard y Nannie Merrick, la suya fue una de las familias más respetadas del Washington de la segunda mitad del siglo XIX. Richard Merrick era abogado y fundador del Centro de Leyes de la Universidad de Georgetown.
Desde pequeña, Mary sintió la necesidad de ayudar a los más necesitados, algo que aprendió de su propia madre, con quien acudía a los centros de asistencia cercanos a su hogar. Educada en el catolicismo, Mary también empezó a sentir deseos de convertirse en monja. Pero una terrible caída cuando tenía apenas diez años la dejó postrada en la cama. Al cabo de un tiempo, pudo moverse pero ya nada sería igual. Necesitaría permanecer reclinada en una silla de ruedas.
Lejos de rendirse, Mary no se olvidó de sus deseos de ayudar a los demás siguiendo el ejemplo de Jesús. Empezó cosiendo ropa para los niños pobres y animó a otras niñas a hacer lo mismo. Organizaba también canastillas para entregar a los bebés de madres con necesidades en tiempos de Navidad, para celebrar de esta manera tan solidaria el nacimiento de Jesús.
A punto de cumplir los dieciocho, Mary sufrió un nuevo y duro golpe con la desaparición repentina de sus padres en un breve periodo de tiempo. Pero Mary continuó sin rendirse volcada en algo que hacía tiempo que deseaba materializar, la creación de una organización de ayuda a los niños necesitados. Fue así como nació la Christ Child Society. Mary veía a Cristo en todos los niños, sobre todo en los más desamparados, y quería ayudarlos de la mejor manera posible.
La labor de Mary se materializó en la apertura en 1900 de la primera casa de la sociedad en Washington D.C. en la que, además de ayuda básica a los pequeños y sus familias, había una biblioteca y se organizaron clases de música para los niños mientras que para sus madres se abrieron cursos para enseñarles aspectos básicos de la maternidad. Se organizaron también clases de inglés para las madres inmigrantes y reuniones para transmitir la palabra de Dios y el mensaje de Jesús como guía para los más desamparados.
Su proyecto empezó a crecer. Muchas personas voluntarias quisieron ayudar a Mary y en pocos años se habían abierto otras casas en Washington D.C. y en otras ciudades de los Estados Unidos. Durante décadas, Mary Virginia Merrick sobrellevó el terrible dolor que nunca la abandonó con una serenidad ejemplar. No consentía quejarse de sus propios problemas y se convirtió en una líder de la ayuda social a la que todos querían ayudar y con la que deseaban colaborar. A lo largo de su vida, Mary recibió muchos premios y reconocimientos a su labor asistencial. Aunque su mayor premio fue la existencia de la Christ Child Society que sobrevivió después de su muerte y se mantiene activa en la actualidad.
A mediados del siglo XX, su salud empezó a resentirse de tal manera que Mary tuvo que aceptar que ya no podía seguir trabajando con tanta intensidad y se retiró de la primera línea aunque continuó vinculada a la Christ Child Society por el resto de su vida, que terminaría poco tiempo después.
El 10 de enero de 1955, fallecía a causa de una hemorragia cerebral. En 2001 se inició su proceso de canonización y dos años después se la designaba como “Sierva de Dios”. Si llega a ser santificada no solo se convertirá en una de las primeras santas norteamericanas, también será una de las pocas personas con alguna minusvalía canonizada y la primera mujer.