Siempre habrá cosas que nos molestan. No podemos evitar que estén presentes, sean grandes o pequeñas. Lo cierto es que a nadie le gusta sentirse así y tampoco es algo que ayuda a predisponernos bien de cara a las cosas que tenemos que hacer durante el día.
Podemos enojarnos con mucha facilidad con el primer bocinazo que recibimos de otro coche o las conversaciones ajenas mientras intentamos concentrarnos. Es posible que con algunas personas la molestia sea mayor que con otras aunque hagan exactamente lo mismo e incluso que esa sensación de molestia se instale y nos acompañe de modo permanente.
San Josemaría Escrivá decía que “cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no le damos a esta vida todo su sentido divino.” Acercarnos con esa perspectiva de búsqueda por algo que va más allá de las primeras impresiones es lo que nos permite descubrir las riquezas escondidas de nuestro presente y obtener una visión más completa de la realidad sabiendo que todo lo que ocurre puede ser transformado en el bien.
Es válido sentir que nos molestan cosas sobre todo las que consideramos que están mal, pero no podemos permitir que eso nos quite la paz. Al final del día podemos reconocer que enojarnos o estar molestos no deja de ser una elección que hacemos. Decidir que algo nos moleste o no, depende de nuestra capacidad de respuesta ante los eventos que nos suceden.
Responder con sabiduría cuando algo nos molesta puede impactar nuestro día y el de los demás de manera positiva para seguir adelante sin quedarnos con un sabor amargo o de derrota. En situaciones de desafío podemos responder haciendo una elección beneficiosa.
“La resistencia de una cadena se mide por su eslabón más débil.” (San Josemaría Escrivá)
Una de las cosas que podemos hacer cuando notamos que algo nos molesta es elegir mirar una situación concreta a un nivel más profundo y abrazar una virtud como la paciencia, la misericordia, la compasión o el entendimiento sobre lo que sucede y las razones del enfado.
Una virtud es una disposición voluntaria para hacer el bien. No solo permite enfocarse en un aspecto positivo, sino dar lo mejor de uno mismo en una circunstancia que nos desafía. Con esta apertura interior los momentos difíciles se convierten en verdaderas oportunidades para poder ejercitar virtudes o descubrir otras nuevas en lo cotidiano como regalos para mejorar.
Si las cosas nunca nos retan, nunca sabremos cómo estamos o qué tan fuertes somos, cuáles son esas grandes cualidades ocultas que tenemos y cómo podemos crecer. Contar con recursos como las virtudes ayudan a que podamos atravesar mejor las pruebas con una maduración espiritual que hace que las cosas no pesen igual al estar bien encauzadas.
Cuando superamos una adversidad podemos desarrollar nuestro carácter, nos vamos moldeando para lidiar con las cosas que no salen como queremos. Además, cada desafío que enfrentamos fortalece nuestra capacidad para prepararnos para obstáculos futuros. Aprendemos con la incomodidad y podemos repensar lo que se requiere para lograrlo.
“Para acabar las cosas, hay que empezar a hacerlas.” (San Josemaría Escrivá)
En vez de quedarse hundido en un sentimiento negativo, uno puede elegir poner su energía permitiendo que ese sentimiento nos mueva hacia un acto positivo. Dejar de lado las quejas y poner el foco en hacer algo más productivo puede ser en sí mismo un paso reconfortante.
Si una persona te ha molestado, tal vez tomar la acción de escucharla puede ayudar mucho. Escucha sus palabras, su tono y su lenguaje corporal. ¿Está frustrado? ¿Está pasando por un momento difícil? Simplemente escuchar puede beneficiar a otro y al mismo tiempo nos abre a otras oportunidades para poder hacer una obra de bien para otro.
A veces podemos comprender la causa por la que alguien pudo haber dicho o hecho lo que dijo o hizo, pero otras veces no. Una acción positiva y liberadora es perdonar mentalmente y seguir adelante con tu día. Uno nunca sabe por lo que esa persona puede estar pasando.
Otra acción positiva y muy poderosa es sonreír o recurrir al humor. La sonrisa es un arma eficaz para desarmar la ira. La sonrisa nos ilumina haciendo que las cosas parezcan menos oscuras, nos conecta y al mismo tiempo nos permite desarrollar un espíritu alegre.
Ser amable con los demás es caridad en acción; es elegir amar sobre todas las cosas independientemente de cómo nos hayan tratado. Esto se puede mostrar respondiendo con palabras dulces o un gesto de respeto. El amor nunca pasa desapercibido. Aunque en el momento no se vea claramente, tarde o temprano tendrá una repercusión.
Otra manera de hacer es compartir tu experiencia. En la adversidad podemos encontrarnos con otras personas. Te sorprenderás al descubrir que mucha gente puede tener vivencias similares a las tuyas y podrás no solo encontrar empatía sino también buenos consejos.
“No digas: esa persona me carga. Piensa: esa persona me santifica.” (San Josemaría Escrivá)
Permite poner a un costado los deseos y la voluntad propia para morir un poco a ti mismo entregando las cosas difíciles a Dios y abrirte a su gracia. No hay nada más práctico que vivir de la manera en que Cristo nos enseña al poner primero a los demás y no hay nada más útil que madurar en la fe.
Reza. Una oración lanzada tanto por ti en el momento de flaqueza o por otro en la tensión, es un acto de amor verdadero que puede traer paz. Como dice el pasaje bíblico “...a los que me oyen, les digo: amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odian. Bendice a los que te maldicen, reza por los que te maltratan.” ( Lc 6, 27-28).
Ser más santo no significa que las cosas no duelan o uno pierda sensibilidad. Significa que se puede aceptar una cruz con amor en la cual afirmarse con toda su humanidad recibiendo sabiduría. Allí aprendemos a manejar todo lo que nos sucede mientras nos vamos convirtiendo en una mejor persona, en testimonio o consuelo para otros.
Vamos conociendo con más detalle el propósito de nuestra vida y somos capaces de sentir una gratitud sincera por las cosas buenas al llenarnos de la gracia de Dios. Con la ayuda de esa gracia atravesamos momentos difíciles no por mérito propio, sino por ese don recibido. Cuando uno elige abrirse a la posibilidad de la santificación, se abre a la posibilidad de vivir mejor.