Hay muchos modos de leer Pinocho, quizás el libro más mediático del mundo. Uno es con el rol de niño que aún no ha desarrollado una conciencia, unas destrezas cognitivas suficientes como para ir más allá. Leerlo para divertirse; sin querer sufrir.
Otra, quizás en las antípodas, podría ser tomando conciencia de la vida, el ser humano, sus egos y contradicciones, su crueldad… Para aceptarlos y cambiarlos en caso que sea necesario hacerlo. Leerlo con benevolencia, piedad y empatía. Como una oportunidad y no como un parque de atracciones.
Porque de Pinocho se ha dicho de todo, y quizás todo lo que se ha dicho sea cierto. Un libro laico, un manual de masonería e incluso un ejercicio importante de cristianismo.
Es lo que recoge el cardenal Giacomo Biffi en su famoso “Contro Maestro Ciliegia”, un comentario teológico del 1977 concebido como una aventura humana que comienza con un artesano y su títere recién creado, a quien llamará enseguida hijo. Y que termina siendo un hijo de verdad.
Entre medias se encuentra, según Biffi, la gran historia sacra del libro: la fuga del hijo; el accidentado y tormentoso regreso al padre para hacerle partícipe en su vida. Todo gracias a una salvación otorgada para superar la distancia incolmable entre el punto de partida y de llegada.
“Porque Pinocho”, asevera en una entrevista concedida a la web Chiesa.espressonline.it “es una fábula, pero cuenta la verdadera historia del ser humano, que a su vez es la historia cristiana de la salvación”.
Contrario a críticos literarios, historiadores sociales o políticos -que incluso han tildado a la marioneta como un niño caprichoso, moralista e impertinente- Biffi considera que todo esconde un acto de fe, una relación entre el cuento y la ortodoxia católica.
Además, su autor Carlo Collodi estudió en el seminario y vivió siempre con su madre, muy religiosa también. Ello no impidió, para ahondar más en la mística de la historia y en la autopsia de Pinocho, que su escritor participara como voluntario en las guerras de unificación del país.
Fue justo ahí que comenzó a perder confianza en Mazzini y en los avances unificadores de Garibaldi contra la iglesia. Fue justo ahí que, desilusionado, comenzó a escribir para los niños mostrando verdaderamente los asteriscos de su alma.
Pinocho salió publicado a partir de 1881, por capítulos, en un diario para niños. “En ese periodo, los chicos que lo leían no eran del Rey ni republicanos, ni clericales ni anti… Eran chicos que hacían la catequesis, que no tenían ideologías pero sí conocían la realidad católica. Collodi quería llegar allí”, aclara el Cardenal en la entrevista.
También aprovecha para reivindicar que fue el libro con más éxito internacional tras la Unificación de Italia.
Porque sí. Pinocho es un enigma totémico que enseña más que esconde y que admite múltiples y verídicas interpretaciones, a veces contrapuestas. El hada, por ejemplo, puede ser la salvación que viene de arriba, de la Virgen, Cristo o el propio Dios. Lucignolo es el infierno, que por supuesto existe.
También es cierto que Pepito Grillo podría ser una especie de super yo masónico, necesario en el hombre para poder trascenderlo y -mediante el dolor- alcanzar el fuego sagrado, la luz divina. Pinocho como Ulises.
Resta la historia final de la ballena, quien perfectamente podría haber tomado forma a partir del Antiguo Testamento, donde el profeta Jonás es engullido por un pez gigante por negarse a la petición del Señor, quien le había obligado ir a Nínive a predicar. Al desobedecer, le destina una ira divina que le llevará a estar dentro de la ballena tres días y tres noches íntegramente.
Finalmente obedece al dogma de fe y va a Nínive. Una vez allí pide a Dios que les castigue, y desilusionado ante la negativa pide él morir. “Personalmente, no estoy convencido de la relación que hay entre Pinocho y el cristianismo.
Además de la lectura de Biffi, le recomiendo el libro de Verónica Bonanni “La fábrica de Pinocho: de la fábula a la ilustración, el imaginario de Collodi”, explica a Aleteia Roberto Vezzani, bibliotecario de la Fundación Carlo Collodi.
Precisamente Bonanni resalta la inspiración en las fábulas de Perrault, en el mito de Ovidio y Apuleio, y va más allá de las etiquetas que lo definen como libro laico, de alquimia y psicoanálisis, religioso o esotérico.
Ha pasado casi un siglo y medio y aún se sigue debatiendo sobre los entresijos de Pinocho. Sí hay algunas verdades insondables: la existencia del mal, tanto dentro como fuera del ser humano. Las distracciones, la debilidad para elegir correctamente.
Por eso es necesario, en contraposición de la ideología iluminista que aboca por la autonomía, una ayuda superior (el Hada) para exterminar fuerzas malignas que lo insidian y que son más fuertes que él.
El misterio del cambio, ayudado por la figura paterna, y el del dúplice destino -salvación o perdición- de cualquier ser humano. Estas son algunas de las convicciones más potentes que Giacomo Biffi esgrime para llevar la obra nuevamente a la esfera teológica y alejarla de otros clichés a ella referidos: marxismo, pauperismo, iluminismo o conservadurismo moral.
No hay una verdad insondable ni una mentira perversa, taxativa. Pinocho es todo visto desde todos los puntos de vista. Una fuerza infinita, mística y divina. Un trozo de leña quien, una vez domado el ego, alcanza la armonía de su alma.
Y de repente la madera deja de tener sentido y todo cuadra una vez trascendida a una esfera superior. Existe cuando deja de identificarse con su cuerpo y con lo que éste es capaz de hacer, desde los actos más impuros hasta las bondades más piadosas.