Dicen que no hay peor mal que el aburrimiento. Por él entra el ocio y con él los vicios.
Cuando parece que no tengo nada que hacer caigo en la desidia y con ella llegan otras tentaciones o dependencias. ¡Cuántas adicciones han surgido siendo víctima del aburrimiento!
A veces surge el aburrimiento cuando no tengo nada que hacer y otras cuando lo que hago no me interesa mucho o no le doy valor ni importancia.
Dejo de vivir la vida con ilusión, no me emociona nada de lo que emprendo, no tengo sueños que despierten mi alegría.
Me ahogo en la tristeza. No me alegro por las pequeñas cosas de la vida. Y caigo en la pereza y en la desidia.
Vivir sin desafíos y sin metas es sinónimo de vivir sin ilusión, sin ganas de luchar por la vida que se me abre ante los ojos.
Cuando nada me enamora, cuando nada saca fuerzas de mi interior, acabo pensando: ¿Para qué voy a seguir luchando?
Entonces decaigo y dejo de caminar siguiendo el rumbo marcado. Y dejo de hacer hoy lo que podría hacer. Lo pospongo, caigo en la procrastinación.
Este pecado es tan común en el hombre de hoy que se deja llevar por el sentimiento del momento... Dejo para mañana lo que había pensado hacer hoy.
Me gustaría vivir con paz e intensidad cada minuto de mi vida. Me gustaría disfrutar el presente sin agobiarme por el mañana.
Sé que un día moriré, no importa cuándo, yo no lo controlo. Sólo Dios sabe cuándo me espera en su hogar definitivo.
Lo que tengo claro es que la vida sólo se vive una vez. Y lo que hoy no haga nunca más lo volveré a hacer. Por eso, ¿a qué espero para vivir de verdad?
Me gustan las palabras que san Juan XXIII escribe en su decálogo de la serenidad:
Esa actitud positiva, esa mirada alegre sobre el presente, es la que me salva y me construye. Es la que evita que caiga en el desánimo y en la pereza.
Miro las circunstancias que me toca vivir y sonrío. Quizás no sean ni peores ni mejores que las de ayer o las de mañana.
Sé que son las de hoy y por eso las acepto como son y las enfrento.
No me lamento por las oportunidades perdidas en un tiempo pasado que ya quedó atrás. No me quedo enganchado en el ayer llorando mi mala suerte.
El momento actual, duro y exigente, es el que sacará la mejor versión de mí, esa verdad que tengo oculta bajo apariencias. Me hará mejor persona en el dolor.
Y las heridas sufridas fortalecerán mi ánimo para no desanimarme nunca de nuevo.
Por eso no creo en el aburrimiento en esta vida intensa y honda. No estoy dispuesto a vivir con aburrimiento, como si no tuviera nada que hacer.
No acepto que el ocio se arrastre como una serpiente sigilosa en mi interior acabando con mi alegría y mis ganas de amar la vida hasta el extremo.
No me conformo con lo que ya tengo en posesión, entre mis manos.
Creo, eso sí, con una fe honda, que Dios va construyendo mi historia conmigo, de mi mano, no me suelta.
No estoy destinado de forma irremisible a un futuro cierto. Dios sabe lo que me ocurrirá porque en Él no hay tiempo.
Pero yo soy libre y sé que sólo puedo vivir el presente como una oportunidad única para sembrar en buena tierra las semillas de un mañana mejor.
Por eso se acaban los temores en mi alma. Viviré con pasión las alegrías del momento sin temer perderlas un día.
Estoy en las manos de Dios y sus caminos son incomprensibles cuando avanzo en medio del bosque.
No sé dónde me llevan, pero no tengo miedo, porque Dios me quiere con locura. No pretendo saber mi futuro, mi mañana, ni siquiera intuirlo. No es posible.
Voy a seguir luchando cada día sin desfallecer. Si no tengo nada que hacer me inventaré algo nuevo para seguir animado.
Si veo que no me salen los proyectos buscaré nuevos caminos y enfrentaré nuevos desafíos.
Si la soledad toca mi puerta y me hace daño no me dejaré engañar por su tacto suave y no perderé la alegría.
Lucharé hasta dar la vida y nada temeré. Me gusta esa actitud positiva que siempre tuvieron los santos.
Ellos sabían que no podían controlarlo todo y se dejaron llevar por ese amor en su pecho que los hizo aspirar a las alturas.
No se acomodaron, nunca vivieron aburridos, no se desanimaron aunque enfrentaran las dificultades y vivieran cruces complicadas.
No lo vieron nunca todo negro. Siempre vieron la luz al final del túnel. Y contagiaron ese optimismo lleno de fe y esperanza.
Así quiero yo mirar la vida, sin miedo, sin angustia, sin aburrimiento, sin desánimo.
Quiero construir un mundo mejor. Sé que está en mi mano cada día. Puedo hacerlo todo nuevo haciendo lo mismo pero de forma diferente.