Una cultura es un ámbito vital que acoge y enseña a pensar y sentir el mundo de una manera determinada. La cultura educa al hombre, lo libera de la mera naturaleza abriéndole ese mundo de posibilidades, de libertad, que es la comunidad civil y política.
La cultura occidental echa a andar entre Atenas y Jerusalén, con Grecia y Roma por un lado y la aportación del cristianismo por otro. A lo largo de los últimos milenios ha ido desarrollándose esta matriz.
Lo que fue espíritu y acto se ha consolidado en hábito e institución; lo que fue impulso a veces se ha enriquecido, otras se ha perdido. Porque la civilización es obra humana. Racional y vital, por tanto; dinámica, en suma. En caso contrario será obra muerta.
La vitalidad experimenta tensiones en todos sus niveles, desde el vegetal hasta el espiritual. El equilibrio no consiste en suprimir los elementos en colisión. La armonía es la integración, entonces hay música, cultura, vida y progreso.
A partir de los años 20 del siglo XX se va produciendo en algunas universidades de EEUU un debate en torno a dos aspectos que, quizá, no sean tan distintos. Por una parte hay la preocupación sobre la excesiva especialización de los saberes; a ello alude lúcidamente Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1930) en el capítulo “La barbarie del especialismo”: el especialista, dice Ortega, sabe cada vez más de menos. Se corre el riesgo de que la universidad pierda su misión “universal”, su tarea de proporcionar a sus alumnos un conocimiento general, y acabe formando analfabetos manipulables con gran instrucción en el ámbito técnico de su especialidad.
No es que la barbarie de la superespecialización traicione el espíritu de la universidad. Es que quizá traicione también la esencia de nuestra civilización. Porque la cultura occidental se ha construido sobre la confianza en la mente humana para el conocimiento universal del mundo físico y del mundo humano. Si el saber técnico me convierte en un experto y me permite ganarme la vida, el saber sobre “lo bueno y lo malo” para el hombre me permite llevar una vida digna de ser vivida, una vida plenamente humana.
Todos somos ignorantes respecto a la multitud de ciencias; algunos ignoran todas las ciencias excepto la suya; pero todos ignoramos al menos la mayoría. Y eso es razonable y normal. Pero si ignoramos qué es noble y qué indigno, si no sabemos cómo enfocar las relaciones con la gente que nos rodea, si enfocamos mal la nuestra educación sentimental, si… entonces fracasamos como seres humanos.
Como decíamos, a partir de los años 20 del siglo XX se va produciendo en algunas universidades de EEUU un debate en torno a estas cuestiones. El motivo es el auge del llamado multiculturalismo, la crítica al etnocentrismo, la reivindicación de las minorías y otros aspectos relacionados.
En ese contexto surge un movimiento que subraya la importancia de profundizar en los pilares de nuestra cultura. En general. Y también en el ámbito de la formación universitaria.
Harold Bloom (1930-2019) es uno de los autores emblemáticos en ese sentido. En El Canon occidental (1994: The Western Canon: The Books and School of the Ages) propone un catálogo de libros preceptivos para entender nuestra tradición cultural.
Obviamente, la batalla cultural en la que estamos, se ha puesto de manifiesto acusando a Bloom (y a otras listas de Grandes libros que se han propuesto) de hacer una lista de dead white men, hombres (no mujeres) blancos (no otras etnias) muertos (no recientes). La batalla continúa.
Algunas universidades han puesto en marcha un programa basado en Los grandes libros. Puesto que este movimiento tiene su origen en EEUU, la mayoría de universidades que lo ofrecen están radicadas allí. Pero las hay también en otras partes del mundo occidental.
Con el sugerente título de “El susurro al oído”, la Universidad de Valencia (España), en colaboración con el IECO (Instituto para la Ética en la Comunicación y las Organizaciones) y la Cátedra de Ética Empresarial IECO-UV, está llevando a cabo estos días la tercera edición de su programa de Grandes Libros.
El lema elegido para esta edición alude a la necesidad de ejercitarse en el silencio y la apertura. Porque sin apertura a lo que viene de los otros podemos ser modernos pero caeremos en el solipsismo, en el empobrecimiento espiritual al que alude El cierre de la mente moderna (Allan Bloom, The Closing of the American Mind: How Higher Education Has Failed Democracy and Impoverished the Souls of Today's Students, 1987).
Y sin silencio hecho de atención no podremos admirar la grandeza de nuestro interior, de nuestra conciencia. Porque es ahí donde suele hablar Dios con claridad y en susurro. Pero hay que discernir qué viene de fuera, qué de nuestro bullir interior y qué, finalmente, viene de lo alto. Hay que educar el oído para distinguir y disfrutar adecuadamente de las diversas músicas que la realidad nos regala.
El susurro al oído aprovecha la actual pandemia para brindar la posibilidad de asistir también mediante videoconferencia y participar en el coloquio posterior.
Más información: https://iecoinstitute.org/3o-curso-el-susurro-al-oido/