Existe una parroquia en el Gran Buenos Aires que nunca es la misma. Por su comunidad, claro está, como cualquier otra que siempre se renueva. Pero sobre todo por su fachada.
Jesús en el Huerto de los Olivos, en Olivos, fue inaugurada a finales de siglo XIX, y hay huellas en su historia que la posicionan como parroquia histórica de la zona norte del Gran Buenos Aires.
El templo actual, de estilo neogótico, fue inaugurado en 1939, pero presenta desde finales de los 60 una enredadera que la arropa de hojas casi por completo durante gran parte del año, dándole una bellísima impronta que además muta con el paso de las estaciones.
Conversamos con el párroco de Jesús en el Huerto de los Olivos, el padre Daniel Díaz, quien recordó que la enredadera que cubre la parroquia fue sembrada por el padre Jorge Garralda, quien residió en la parroquia hasta su fallecimiento el año pasado, ocurrido el día que cumplía 96 años.
“Según él contaba, fue hacia fines de los 60, en sus primeros años en este lugar, cuando decidió plantar unas 7 u 8 ampelopsis para cubrir las paredes exteriores que estaban sin revocar. Esta enredadera específica había sido elegida debido a que sus hojas caían cada otoño, y los insectos no anidaban en ella”.
El padre Jorge se encargó de regar las plantas cada día hasta que fueron creciendo, y de cuidarlas, ya que la primera noche hurtaron dos de ellas.
La enredadera, con el esfuerzo y afecto de su sembrador, se convirtió en metáfora:
“Recuerdo que el día en que asumí como párroco, desde el altar se veían, a través de los vitreaux de la entrada y en contraste por el sol, las hojas verdes muy brillantes. Y usé la imagen para decir que la comunidad era esa hermosa enredadera, ya muy extendida, a la que venía como jardinero, con el compromiso de regarla cada día, y con el deseo de verla seguir creciendo”, relató el padre Daniel.
Los colores
Emplazada frente a la plaza de Olivos, que de por sí le da un cálido marco natural suburbano, la parroquia de Jesús en el Huerto va cambiando de colores en las distintas estaciones.
“En la primavera recupera su color verde, primero un poco más claro y raleado, hasta llegar en el verano a cubrirse completamente del verde más característico. Cuando llega el otoño, las hojas se tiñen primero de rojo, y luego se matizan entre ocres y amarillos, que van poco a poco cayendo. Ya en invierno, el gris de los troncos y ramas, da a la Iglesia un aspecto muy particular, acompañando el frío. Es una maravilla, y aunque uno ya lo sepa, es imposible no maravillarse ante cada nuevo ciclo”, describe el padre Díaz.
Todo lo que puede enseñarnos una enredadera
Embellece, distingue, atrae. Pero también explica. Como si fuese una obra catequística en su interior, las vegetación que reviste la parroquia bien puede ilustrar la vida de la Iglesia.
Comenta el padre Daniel: “La naturaleza muestra en la enredadera su fuerza vital. Cambia, se renueva, alcanza metas más altas cada vez. En realidad, como nos enseñó Jesús, nosotros sembramos pero es Dios el que hace crecer y dar fruto. La enredadera en general no es podada. Es el mismo ciclo anual el que viste y desviste a la parroquia de su manto de hojas. Sí, es necesario no permitir que cubra las canaletas y hacer una tarea de mantenimiento en ese aspecto. Hace poco, tuvimos que hacer un trabajo importante de arreglo de los techos, en parte debido a que muchas de las salidas de agua habían quedado tapadas y eso generaba goteras y humedad. Es como sucede en la comunidad, la vida está, pero debe encauzarse donde haga el bien del mejor modo”.
Otros atractivos
El otro signo característico de Jesús en el Huerto es la imagen de Cristo junto a la escena del Huerto de los Olivos. Se trata de un inmenso mosaico que cubre todo el ábside, obra del maestro Leopoldo Torres Agüero, artista argentino del siglo XX reconocido por su arte geométrico. “Aquí muchos lo llaman el Cristo verde, ya que es el color de la piel de la imagen, seguramente elegido en relación a las aceitunas de los olivos del Huerto”.
El Cristo, explica, evoca los ‘Pantocrátor’ orientales de los íconos. Es la representación de un Jesucristo sentado en su trono - aunque no se ve-, bendiciendo con su mano derecha y con la Palabra en la izquierda. Por encima lo acompañan músicos y ángeles, y a sus pies la escena donde Judas está por entregar a Jesús.
Signos que dan cuenta de una comunidad
La enredadera, el Cristo del mosaico, son signos, expresan algo que está más allá del objeto en sí. Y ese algo es la comunidad del Huerto, su gente, su historia, y este presente con muchas personas y familias que viven aquí en Olivos su fe, cuenta el párroco.
La vida de una comunidad parroquial crece, cambia de colores, da frutos, caen semillas, nacen de nuevo. En este caso, con múltiples actividades como la catequesis de niños, los jóvenes en confirmación, postconfirmación y misión, los adultos en oportunidad y entretiempo, los grupos de cáritas y de noches solidarias, que llevan la cena a personas en situación de calle, la adoración, las celebraciones… Entre otras. Además, de tres colegios: el Huerto, el Niño Jesús de Praga y el María Santísima de la Luz.
“La enredadera ha crecido muchísimo. Y hay mucho para agradecer a Dios. Tanto que el mayor desafío que vemos con el Consejo Parroquial es la comunicación y el conocimiento mutuo, que ninguna rama de la enredadera quede aislada. Y en eso vamos trabajando”, cuenta orgulloso el padre Díaz.
La Pandemia
La Pandemia, como para cada parroquia en el mundo, fue un verdadero desafío. Pero aun con las limitaciones, la vida comunitaria no se detuvo. “La belleza del templo muestra la belleza de la comunidad de fe, y misteriosamente, hasta la hace resplandecer en tiempos difíciles. Desde el comienzo en que sacamos la adoración de cada día a la vereda por varias horas y empezamos a transmitir las misas por Facebook e Instagram al otro día que se prohibió la misa presencial, fuimos adaptándolo todo. La vida encuentra su curso”, sintetiza el padre Daniel.
Y más aún. Como ocurrió con varios, se tuvieron charlas y retiros virtuales casi semanales, una formación frecuente como nunca se había tenido, acomodándose entre las reuniones virtuales de cada una de las áreas y grupos. La adaptación también se vio reflejada en los modos de hacer caridad para que no se cortaran, e incluso se reforzó el vínculo con las comunidades más necesitadas.
“Hoy con todos los cuidados indispensables, pero sin dejar de vivir la fe seguimos adaptándonos y buscándole la vuelta. Hay mucho por hacer, pero nos alegra este presente, difícil pero enriquecedor, que nos anima a seguir haciendo presente a Dios en nuestro barrio”, concluye.