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“Dios es el mejor antídoto contra el endiosamiento y el narcisismo”

VICTOR LAPUENTE
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Vidal Arranz - publicado el 29/06/21
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Entrevista a Víctor Lapuente, politólogo, autor de ‘Decálogo del buen ciudadano’, uno de los libros imprescindibles para repensar la vida pública actual

"El jueves me diagnosticaron un mieloma múltiple. El domingo nacía mi hijo Antón. Y el lunes empecé a escribir este libro. Sin prisa, pero sin pausa. No sabes el tiempo que te queda. Para escribir, para hablar, para amar o para cualquier otra forma de compartir. Y, al final, eso es lo que nos motiva, ¿no?".

De este impactante modo arranca Decálogo del buen ciudadano, el último libro del politólogo Víctor Lapuente, un trabajo peculiar que debe considerarse como una de las mayores aportaciones de los últimos tiempos a la sanación de la vida pública española. 

Un libro, además, que tiende puentes, entre creyentes y no creyentes, con el fin de salvar el abismo que la intransigencia religiosa y el laicismo militante han horadado en nuestra capacidad para entender con hondura la realidad humana.

Lo cierto es que Victor Lapuente, que es politólogo – actualmente da clases en la Universidad de Gotemburgo, en Suecia – y que se ha ocupado hasta ahora del estudio de las formas de gestión pública, y a indagar la causa de que unos gobiernos sean mejores que otros, no ha cambiado de tema con su libro. Le mueven las mismas preocupaciones, pero ha extendido el radio de su reflexión.

VICTOR LAPUENTE

Seguramente sea bueno prescindir de los demagogos, como advertía en El retorno de los chamanes, o apostar por los profesionales, pero, al final, cualquier análisis serio termina atracando en el puerto de las convicciones y las creencias. Y de eso trata, entre otros temas, su Decálogo del buen ciudadano

– Es obligado preguntarle por su salud.

Afortunadamente cogieron el tumor a tiempo y me están aplicando un tratamiento experimental muy focalizado que está yendo bastante bien.

– La enfermedad ¿fue el detonante del libro?

No. El libro lo tenía pensado desde hace muchísimo tiempo, pero con esto tuve la excusa de ponerme a escribir. Moviéndome en un entorno tan profundamente laico, por no decir anticlerical, como el mío, el libro plantea unas ideas un poco controvertidas. Pero la verdad es que me ha servido para soldarme.

Mi madre es muy religiosa y yo soy creyente, pero el libro no presupone la fe ni está escrito desde una perspectiva confesional. Ahora bien, sí intenta reivindicar la vigencia de valores católicos o cristianos. 

– Y ¿cómo ha sido la acogida?

Me está sorprendiendo que el libro esté cayendo bien. Me alegra, pero quizás revela que, aunque los que nos dedicamos a esto vemos un mundo muy polarizado, hay una mayoría de gente que votan distinto pero que en realidad coinciden en muchas de estas cuestiones y simplemente había que recordárselo. 

– Y, sin embargo, reivindica la bondad de creer en Dios.

Reivindico la creencia en un trascendente que vaya más allá de uno mismo. Si analizamos el progreso de la humanidad vemos que, si Dios fuera un invento del hombre, como muchos ateos creen, desde luego habría sido su mejor invento, porque instaura la idea de que nadie puede ser dios, que es el mejor antídoto contra el endiosamiento personal y el narcisismo. 

– Pero también reivindica otra vía de trascendencia: la patria

Hablo también de una cierta religión cívica, articulada en torno a la idea de patria, o de nación, que ha sido esencial para que se desarrollaran los estados de bienestar europeos.

Yo reivindico el trabajo de los tradicionales socialdemócratas y los tradicionales cristianodemócratas, aunque no me meto mucho en política explícita. Ambos creían en un trascendente que superaba al individuo y apelaban al sacrificio y a los deberes, no sólo a los derechos. El problema hoy en día es que toda la política son derechos.

– Su trabajo condensa varias líneas de reivindicación ‘practica’ de la utilidad de lo religioso que hasta ahora se habían situado en los márgenes de la discusión pública, pero que ya tenían mucha fuerza y desarrollo. Lo que podríamos denominar una defensa materialista del valor de la fe y de la religión. 

Eso es exactamente lo que yo quería: condensar y resumir toda una serie de inquietudes, no necesariamente formalizadas por pensadores cristianos, aunque algunos de ellos sí lo sean. Unas inquietudes que van contra esa idea que se nos vende tanto de que somos un homo economicus, que sólo nos preocupamos por nuestro bienestar y el de los más cercanos, sino que el ser humano es un homo religiosus. Lo que nos distingue de los animales no es la capacidad de pensar o de sentir, sino la necesidad de buscar un sentido a la vida.

No ha sido fácil. Pero intento llevar a la práctica esa idea de que las palabras tienen que ser un poco salvajes, porque son el asalto del pensamiento a lo no pensado. Y tienen que tener fuerza. 

– En su ensayo confluyen de forma muy natural lo individual y lo social, la búsqueda del sentido de la vida con la reflexión sobre la búsqueda de una buena convivencia cívica. 

Yo quería escribir dos libros, porque hay dos cosas que me obsesionan desde hace muchos años. Una es buscar un significado, un sentido a la vida. Y la otra, que enlaza con mi trabajo como politólogo, es mi preocupación por la polarización social, la tribalización, esta paradoja de que vivimos el mayor momento de opulencia económica, pero, al mismo tiempo, es el mayor momento de angustia social, política e incluso psicológica, como revela el aumento del consumo de ansiolíticos.

Y quería contribuir a reducir ese malestar. Hasta que me di cuenta de que ambas cosas estaban unidas, que si queremos mitigar los problemas sociales debemos cambiarnos a nosotros mismos. 

– Eso suena a libro de autoayuda.

Más que un libro de autoayuda es un libro de autodestrucción del yo. El relativismo moral nos ha vendido la idea de que si eres feliz serás bueno, porque lo bueno es perseguir tus propios intereses y deseos.

– ¿Y no es así?

Si rascamos un poco en el pensamiento de los hombres y las mujeres que a lo largo de la historia han reflexionado sobre estas cosas, ves que ellos llegan a la conclusión exactamente contraria. No alcanzarás la verdadera felicidad, la paz de espíritu, la sensación de haber cumplido con tu deber y estar satisfecho con tu vida, si no eres bueno, si no intentas mejorarte como persona. El libro trata de resumir todo eso en un lenguaje accesible. 

– Nada más comenzar recurre a una metáfora sorprendente: hay un peso que nos eleva, distinto del peso que nos lastra. 

Es una frase latina que le he leído al filósofo Javier Gomá en uno de sus últimos libros. Es de las cosas que intento decir. Vivimos en un mundo tan narcisista que estamos obsesionados con planificar nuestra vida.

Pero, incluso si la vida no frustra nuestros planes, viviremos atrapados en una especie de rueda de hámster donde siempre querremos más. Sin embargo, lo más probable es que la vida nos frustre los planes y no los podamos desarrollar.

Cuando nos damos cuenta de que no somos los guionistas de nuestra vida, esto nos libera de esa obligación de tener que programarlo todo. Ese peso nos eleva porque nos libera del peso mayor de tener que satisfacer nuestros deseos constantemente.

– Otra lectura posible: frente a la idea de que la libertad consiste en despojarse de obligaciones, la idea de que hay compromisos que te atan, pero no te lastran, sino que te elevan.

Estoy de acuerdo. Como resultado del individualismo creemos habernos quitado de encima los pesos de la patria, la tradición o la familia. Pero esa ruptura de los lazos nos vuelve esclavos de nuestros propios deseos y angustias. 

– El gran hallazgo del libro es la falta de pudor con la que ataca el gran dogma contemporáneo, el individualismo, y además lo hace desde muchos frentes diferentes. 

El individualismo se suele asociar con la derecha, y yo esa responsabilidad no la niego. Hay un neoliberalismo que en algunos aspectos nos ha hecho peores personas. Pero no es la única responsabilidad, ni quizás la mayor.

La izquierda no puede ocultar su responsabilidad, que es enorme, porque ha cultivado un individualismo cultural que pasa por esta idea de romper todos los lazos con lo trascendente. Ha convertido al Estado en una máquina expendedora de derechos, sin el equivalente de los deberes. 

El Estado debe facilitarnos cosas, ciertamente, pero eso debe ir acompasado de sacrificios y deberes. El abandono del patriotismo por parte de la izquierda, la ruptura con las tradiciones y abrazar un cosmopolitismo naif es una parte importante de la crisis que estamos viviendo. 

– Otra parte de la responsabilidad de esta izquierda es el empeño de liberar a los individuos de la realidad en nombre del deseo, mediante el cultivo de la idolatría del sentimiento.

Este lema de que “no hay nada imposible” lo ha abrazado la izquierda completamente. Todo es posible, no hay ningún tipo de límites. Y una vida sin límites tiene sus problemas.

Y esto tiene que ver con el abandono absoluto de la humildad. Ese pensar que podemos hacer lo que queramos, cuando en realidad estamos muy limitados. Coincido en que sería uno de los problemas de la izquierda posmoderna.

– Aparece en su libro también la necesidad de embridar la tendencia humana a la desmesura, la hybris. Volver a contenernos. No dejar desbocado el deseo.

La idea del Dios judeocristiano es una manera de controlar la hybris. Los profetas explican que cuando el hombre se endiosa sobrevienen el caos y la derrota, la servidumbre… Esa es una de las grandes ventajas de Dios, evitar el endiosamiento de los hombres. Esto va contra esa idea mainstream que interpreta a Dios como un instrumento de opresión.

Existe también eso, y lo llamo fundamentalismo religioso y lo critico, como critico también el fundamentalismo nacionalista, que son lo contrario a lo que defiendo. Yo defiendo un Dios y una patria que nos sacan de nosotros mismos, mientras que en los fundamentalismos religiosos y nacionalistas nos servimos de Dios y de la patria para nuestro interés personal, ya sea para el narcisismo grupal o para sentirnos mejores que los otros, para la superioridad moral.

– Esta reivindicación ‘práctica’ de la creencia religiosa ha empezado a ser asumida incluso por intelectuales ateos como Sam Harris.

Muchos intelectuales progresistas tiraron el bebé con el agua sucia de la bañera al analizar el concepto de Dios y de religión, y se han dado cuenta de que había un bebé, de que había una idea que es importante y que tiene aspectos positivos, que la búsqueda del sentido de trascendencia existe desde el alba de la humanidad. 

Creo que hay una tendencia en esta dirección, pero le cuesta abrirse paso porque hay mucha reticencia en los grandes medios a aceptar estas ideas, porque la gente tiene unos prejuicios muy grandes contra Dios y la religión.  Estos temas no han estado en la agenda de discusión y espero que este libro, junto a otros, pueda ayudar a tratarlos. 

Creo que éste es un problema especialmente agudo en España, donde se da un marcado anticlericalismo, y antipatriotismo, pero es un problema general de todo Occidente. En Europa y Estados Unidos ocurre algo muy parecido.

– Uno de los aspectos más sorprendentes del libro es su reivindicación ‘política’ del principio evangélico “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. 

Yo también creo que esa es la aportación más original del libro. Es verdad que ya está en los Evangelios, pero ese es un mensaje abstracto que necesita ser aterrizado. Llevo muchos años estudiando el origen de las instituciones y cómo nos hemos desarrollado. El objetivo era científico, averiguar por qué unos países funcionan mejor que otros, o por qué tienen mejores gobiernos que otros.

Pero al final me faltaba identificar bien qué valores sustentaban esos modelos. Y me he ido dando cuenta de que al fondo de los valores están las creencias, y está este ideal trascendente. Es una cuestión de equilibrio y aquí está la clave. 

Es un mensaje sutil, y fácilmente mal interpretable, que puede resumirse así: si no encontramos el sentido de la vida en una esfera trascendente de tipo individual, si no tenemos eso en nuestra esfera privada, lo vamos a buscar en otro sitio. Y la candidata número uno es la política, y vamos a convertir la política en religión, en una lucha cósmica entre el bien y el mal.

Si religiosizamos la discusión política, sometemos lo pragmático a un mundo binario y dicotómico donde no es posible el acuerdo. Y esto es lo que está pasando. Ya lo avanzaron Dostoievski, Orwell y muchos otros, que nos advirtieron de que el abandono del Dios cristiano podía derivar en sociedades totalitarias religiosizadas. 

– Esto lo concreta en el contraste entre la Revolución Francesa y la Revolución Norteamericana.

La gran paradoja es que la Revolución Francesa, que fue hecha por ateos, resultó en realidad mucho más mesiánica y virulenta que la americana, mucho más humana, que en gran medida fue impulsada por creyentes o agnósticos que aceptaron poner a Dios en el frontispicio de la Constitución. Esto sorprende a la mayoría de la gente, aunque no a mí, porque seguimos con esta idea general de desprecio a la idea de Dios.

– Llama mucho la atención también su reivindicación de las virtudes. Recupera la ética como una labor de mejoramiento personal, de lucha contra uno mismo, que no está de moda. 

Nos enseñan no a luchar contra nosotros mismos, sino contra el mundo, porque nosotros somos maravillosos y lo único que importa es que conectemos con nuestro interior. Pero ese no es el camino. Yo añadiría que entender la ética cono construcción de carácter implica que debemos perseguir el equilibrio entre las virtudes, porque empeñarse en una sola termina siendo un vicio. Tenemos que compensarlas.

Por otra parte, la virtud suele ser un punto intermedio entre dos defectos. Por tanto, reivindicar las virtudes no es reivindicar una simplista visión del mundo como bien y mal, sino como búsqueda de equilibrio, como tensión entre opuestos. Pero si nos endiosan es muy difícil ponderar, porque ponderar exige que dudes de ti, que es el primer paso para poder mejorar.

El teórico del liberalismo Adam Smith, que era un estoico cristiano, pensaba que tenemos un hombrecillo en el pecho que nos examina. Es muy importante la auto examinación y vivimos en una cultura que propugna todo lo contrario. Por eso éste es un mensaje incómodo, aunque creo que necesario. 

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