Por los pasillos del gran hospital de especialidades de seguridad social, podía observar a tantas mujeres acudir con sus familiares enfermos; algunos de ellos muy delicados o con enfermedades incurables. Los acompañaban con una actitud amorosa, sensible, servicial, compasiva.
También, con una fortaleza y una resistencia al propio dolor, muy distinta a la que ponen en juego quienes esforzadamente escalan el Everest.
Es reconocido y aceptado, que en la mujer se da un alto umbral de resistencia al dolor, no solo físico, sino también emocional y espiritual.
Un ejemplo de ello, es que siendo la depresión una enfermedad muy dolorosa y difícil de soportar, la mujer la afronta mucho mejor que el varón.
¿Es acaso que la mujer, por naturaleza siente menos el dolor en todas sus formas, o porque aun sintiéndolo, resiste más? ¿Cuestión de biología o de virtud?
Si el dolor físico aparece, cuando se pincha un dedo, por así decirlo, y el dolor emocional y moral, cuando se pincha el alma, siendo dolores distintos… ¿Cómo se explica su resistencia a ellos?
Lo cierto es que, quienes profesionalmente atendemos a la mujer sufriente, sabemos que esta capacidad, más que nada proviene de una fortaleza sustentada en el propio espíritu del ser mujer. Por él, su modo de enfrentar el dolor, respecto del varón, es diferente.
Es diferente, porque ese “aguante”, se debe más que a una fortaleza física, a una voluntad. Por ella se impone desde lo más íntimo de su ser sobre el dolor en cualquiera de sus formas, casi siempre amando más que sufriendo.
Porque desde la vulnerabilidad de su feminidad se abre al dolor, por fuerte que sea, sin concederle un temor que pueda doblegar su espíritu.
Con todo, es difícil referirnos un cierto umbral del dolor cuando la vemos superarlo con creces en cualquiera de sus vertientes como:
Cuando el recién nacido es acogido con el corazón lleno de ternura y alegría de una madre, que, tras un duro parto, inmediatamente se olvida de todo sufrimiento para tomar a su hijo entre sus brazos, como prueba de que en medio del dolor su alma pudo sentir gozo.
O la serenidad por la que suelen pasar por el trance de una dura enfermedad, pendientes de los demás.
Al enfrentar y superar situaciones complejas y traumáticas como: las más duras privaciones; la pérdida de un ser querido; el beber de sus lágrimas para perdonar, acompañar a un hijo descarriado; o el abandono del cónyuge cuando más lo necesitaba…
Cuando se sobrepone a su propio dolor para acompañar, consolar y acoger a quienes considera más necesitados, como cuando al regresar de un duro trabajo fuera del hogar, sigue trabajando en labores domésticas mientras atiende a los más vulnerables de su familia: como los niños, los enfermos o los ancianos.
Cuando al cometer un error personal el dolor moral no le impide rectificar y manifestar la bondad de verdadero ser, al aplicar su inteligencia y voluntad para que el mal no penetre su intimidad y carcoma su corazón.
Por ello, es que es capaz de comprender y perdonar agravios sin mayores consideraciones y sin retroceder un ápice en sus valores y afectos.
La sociedad que corrompe a la mujer pierde su mayor tesoro, pues es quien más contribuye a humanizarla en todos los roles que le toca asumir y en los que es insustituible, por las cualidades de su bondad.
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