La tradición del discurso de boda es siempre muy eficaz para dar testimonio del afecto y del apoyo de los allegados por el compromiso recién pronunciado entre los dos esposos.
Aunque es costumbre que los padres digan unas palabras, los hermanos, los testigos y los amigos tienen también una oportunidad para expresar su emoción, evocando recuerdos o con una intervención que dé fe de su proximidad con uno de los novios.
Un discurso de boda conmueve a todos, sobre todo si es bien intencionado, evidentemente.
También tiene el mérito de permitir a los invitados más lejanos conocer mejor a los protagonistas del día D. Hay una serie de reglas que conviene respetar para hacer bien un discurso de boda.
A través del discurso de boda que pronuncian los padres se descubre el patrimonio educativo, signo de la transmisión vital, pero también el orgullo que sienten por su hijo o hija.
El tono esperado es más bien solemne. Un hijo abandona por fin la soltería, abandona quizás también la dependencia parental, las derivas indecisas de antes, pero, sobre todo, se trata de un hijo o hija que se compromete de por vida a formar un hogar y a trabajar por un amor verdadero.
Un acontecimiento así merece el ánimo de quienes le han dado la vida, quienes le conocen desde siempre y quienes le han acompañado en todos los aspectos de su crecimiento, de cerca o de lejos.
Con el discurso de los padres, el público podrá hacerse una idea de la identidad profunda de su hijo o hija.
La elección de expresar su apoyo haciendo un elogio del futuro es también un medio de transmitir su confianza en él o ella.
Sin embargo, a menudo son los discursos de los amigos los que permiten conocer mejor a los casados, al estar más próximos a su vida personal.
Los amigos y testigos son el símbolo de la personalidad del novio o la novia. En cuanto a los hermanos y hermanas, testigos infalibles, ellos forman parte del ámbito familiar.
Las relaciones de amistad no tienen la misma historia que las relaciones fraternales y el carácter de cada una implica que deba adaptar su discurso de boda.
El arte de obrar con el verbo, más pobre en medios frente a un montaje de fotos o de otro tipo, tiene el mérito de basarse únicamente en la calidad del tono y la sinceridad de la palabra.
La duración de un discurso de boda no debe exceder unos pocos minutos, máximo diez si de verdad vale la pena.
De lo contrario, se corre el riesgo de que los oyentes desconecten y no se transmita el mensaje.
Para ello, no escribas más de dos o tres páginas cuando lo prepares, sobre todo si quieres improvisar algunos pasajes del discurso.
Conviene escoger un eje o un tema para no divagar e irse por las ramas.
Tampoco dudes en innovar con la forma –recitando un poema, por ejemplo–, privilegiando palabras que expresen su relación personal y su identidad.
Los casados esperan concreción de sus seres queridos. Y, aunque el discurso de boda lo escuchan todos, va dirigido sobre todo a uno de los casados.
Hacer reír, emocionar, resaltar, sublimar, bromear, revelar, son distintas maneras de orientar el discurso: seleccionar entre uno y tres verbos orientadores es útil para establecer tu hoja de ruta.
Es posible utilizar citas célebres bien seleccionadas, ya que son una ayuda preciosa para encontrar buenas formulaciones.
Compleméntalas con anécdotas y recuerdos serios o divertidos. Por último, di lo que tu pudor no siempre te permite expresar; a veces, es más fácil manifestar ciertas cosas delante de una multitud que en privado.
Pregúntate en qué sentido tu relación con el novio o la novia es única, qué te ha aportado personalmente y, en definitiva, aquello que deseas de bueno y de feliz para esta nueva unión.
Cuanto más auténticas sean las palabras, más creíbles serán, así que elige bien siguiendo siempre la verdad de tu imagen y la de la pareja.