En nuestra tarea clínica a matrimonios, de ordinario nos enfocamos a lo que no funciona, acorde al deber ser de nuestra ciencia, para establecer desde esa perspectiva un tratamiento adecuado y ayudar a corregir la desviación.
Sin embargo, es con matrimonios exitosos que aprendemos que no solo el buen amor es posible sino que, además, jamás dejaremos de profundizar en su gran verdad.
Aquí en entrevista con uno de estos matrimonios:
Psicoterapeuta: —Ustedes están por cumplir cuarenta años de matrimonio y dan un claro testimonio de que el amor es una unión que puede siempre seguir creciendo. Siendo así, ¿cuáles serían los principales rasgos de su historia?
Esposo: —Para nosotros, conocerse, que no es lo mismo que comprenderse.
El conocerse aplica a aspectos que tienen su importancia, como los gustos, aficiones, intereses y más. Mientras que comprenderse es ante todo aprender a vivir en los zapatos del otro, como la mejor manera de amar.
Fue así que acordamos, que, para lograr esa comprensión, debíamos ser absolutamente sinceros, pues de otra manera la nuestra sería una relación trastornada. Aunque, a decir verdad, lograr esta virtud, nuestro trabajo nos ha costado… y seguimos aprendiendo.
Es fácil ver que un matrimonio duradero tiene su "receta del éxito".
Esposa: —Creo que lo vamos logrando, pues ahora, cuando pasamos por penas como la pérdida de un ser querido, algún fracaso u otras contingencias, compartimos nuestro dolor y distribuimos su peso entre los dos, por lo que la carga se aligera. En cambio, al tratarse de algo feliz, al también compartirlo, sucede lo contrario, pues nuestra felicidad aumenta.
Para nosotros, la frase “no sé vivir sin ti”, en realidad se refiere al “vivir para el otro, mientras el otro vive mi vivir… y viceversa”. Parece trabalenguas, pero para nosotros, es una gran verdad.
Esposo: —Antes de casarme era demasiado introvertido por lo que, al principio, absurdamente caía en el mutismo, aun teniéndola a mi lado. Mas ella con paciencia me ayudó a tener apertura y dejarme de soliloquios. Entonces me di cuenta de que, en realidad, mi intimidad anhelaba verterse en su persona.
También solía interrumpirla, o no ponía verdadera atención a lo que me decía. Luego, aprendí a escucharla en silencio y con atención, para entenderle literalmente. Mas luego, me di cuenta de que, al hacerlo, debía verla a los ojos, observar la expresión de su rostro, los movimientos de sus manos, y más, para comprender que, en lo profundo de sus diálogos, se encontraban sus motivos, penas, alegrías.
Y de esa manera, poco a poco, fui comprendiendo el modo en el que deseaba ser querida.
Así se construye un matrimonio duradero.
Esposa: —Es abriendo nuestra intimidad y dejándonos conocer como nos hemos ayudado mutuamente a mejorar. Eso provocó una gran confianza, al sentirnos junto a quien comparte un mismo ser.
Por supuesto que existe un reducto de nuestra intimidad que no podemos compartir más que con Dios, y por ello respetamos esos espacios de silencio, en los que cada quien hace oración.
Esposo y esposa: —Nuestro mayor aprendizaje, es que, aun con nuestras naturales diferencias y dificultades, gracias a la confianza y participación, siempre hemos logrado que resurja de nuevo la consciencia de un “nosotros”. Fuera de lo imaginario o falsos supuestos, hemos sabido crear nuestra realidad, y con ella, nuestra propia historia.
Una historia que no es sino nuestra mutua identidad referida al otro.
La mayoría de los conflictos conyugales e interpersonales están atravesados por una grave perturbación de la capacidad de dialogar y comprender de quienes lo sufren. Esto pone de manifiesto, que la persona necesita de la comparecencia, la donación y la escucha del otro.
Significa que no puede haber un yo sin un tú para emprender el camino del amor.
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