Wolfgang Salazar es un joven artista que no se resigna a ver su ciudad decaer ante sus ojos. Quiere transformar esa realidad y posicionar una estética que exponga lo mejor del alma urbana. Se trata de un proyecto artístico autodidáctico y de formación constante que persigue que el arte sea comprendido como una expresión que transforma la sociedad y no solo como un adorno o proceso de reducción.
En esa onda, asume las vivencias de cada espacio como propias. “Tratamos –dice Wolfgang- de exponer una realidad o reflexión mediante un lenguaje plástico, en un tiempo y espacio determinados”.
Badsura es un seudónimo que tomó como artista y el nombre que le otorga a cada obra concluida. Así es conocido en las redes sociales. Las paredes de Caracas y de todo el país, se han ido llenando de coloridos murales que logran acercar el público al arte: “Es una forma de socializar la información y también de ganarle terreno al desconocimiento”.
Y lo consiguen. Sus propuestas gráficas, de alto contenido y calidad, cautivan la atención de los transeúntes al exponer, en un lenguaje fresco y actual, nuestros valores como venezolanos, nuestra identidad y personalidad.
“Es nuestra apuesta, que va más allá de embellecer. El mensaje es lo más importante. Queremos terminar con el vacío cultural, ayudar a que los venezolanos se reencuentren con su esencia. Ello fortalece el amor por el país”, se alegra el joven artista conversando con Aleteia. En realidad, no le ponen afeites a las calles, las transforman.
En un país donde cada pared es una invitación a rayarla con un grafitti, y más si está recién pintada, en el caso de los murales de Badsura la reverencia es casi religiosa. Nadie las toca. Es como una antesala a los espacios públicos que podríamos tener y del ciudadano respetuoso que resulta cuando se le ofrece algo de calidad.
Él busca las paredes que antes estaban abandonadas, agrietadas, despintadas y hasta llenas de moho. No las interviene sin antes buscar los permisos municipales, que generalmente se le conceden. La gente se detiene a detallar los murales y se quedan pensativos. “Eso es lo que busco, la reflexión sobre mi pintura, pero también sobre el mensaje identitario que quiere trasmitir”.
Retrata a personajes icónicos, que le dicen mucho a los venezolanos. José Gregorio Hernández; Simón Díaz, conocido compositor de música criolla; u Oscar De León, el gran salsero cuya orquesta saca a bailar hasta a un muerto. También pinta deportistas y rostros de distintas personalidades destacadas, artistas cinéticos como el gran Jesús Soto, comediantes y personajes de la televisión o el periodismo. Hasta las hermosas guacamayas de Caracas han volado para guarecerse en algún muro que las cobijó para siempre.
“Un día me pregunté por qué la música de Simón Díaz o la de Oscar De León no se escuchaban en la radio. Estamos perdiendo nuestra identidad”, se dijo. Así que se propuso “Si eso no sale en los medios de comunicación hay que pintar un mural gigante para que la gente se choque con él y recuerde quienes son y lo que han hecho por el país y por lo nuestro”, dijo en una entrevista a la prensa. Esas especies de lienzos de concreto, feos y desagradables, a los que nadie se volvería a mirar, reciben los colores de Wolfgang y es como si se les ofreciera una segunda oportunidad. Ya no pasarán más desapercibidos.
Nos habló acerca de sus comienzos, de los planes para extenderse con más firmeza por toda Venezuela y, ¿por qué no?, por Latinoamérica. Hasta ahora, Wolfgang se las arregla para acudir a eventos fuera del país que lo retroalimentan y le permiten evolucionar y mejorar su técnica. “A veces me invitan, a veces me ayudan, pero no paro, siempre estoy activo y lleno de curiosidad y ganas de aprender otras técnicas”.
Con su pareja, una joven también artista que lo acompaña y ya le dio un hijo, emprende cada día su cruzada pictórica. “El bebé siempre va con nosotros. Es muy pequeño pero desde que pudo sostener algo en la mano, fue un pincel. Le encanta jugar con los potes de pintura en aerosol y se emociona ante una pared llena de colores”.
Su madre es profesora de Biología y solía dibujar sus clases para los alumnos. También fabricaba ella misma los adornos de Navidad, así que nuestro creador tiene a quien salir. Hay sangre artística en la familia que corre por las venas de Wolfgang, quien comenzó pintando graffitis con un grupo de amigos. Intentó tomar clases de pintura pero pronto se aburrió de los pinceles y el papel. Tomó las brochas, se fue de murales y hoy es un dibujante acabado, capaz de dar forma a las iconografías más impactantes por su realismo.
Una de las formas más actuales e impresionantes que ha tomado el arte urbano es el mural a ras de acera. Cala hondo, sobre todo cuando cobran vida en el oeste de Caracas, una populosa y popular comunidad bastante más abierta a estas manifestaciones. Hace ocho años comenzó su aventura de intervenir muros y paredes para dejar su huella de protesta y de concienciación. Los disgustos no han faltado pues una que otra obra ha amanecido fondeada por cuadrillas del gobierno.
“En alguna ocasión me han tapado una obra y eso entristece pero sigo luchando porque el arte se respete y tenga el puesto que merece. Por otra parte, la gente se alegra cuando termino un mural, se identifican, ven sus problemas expuestos, perciben una realidad diferente a su cotidianidad y ello le aporta otra visión”. Sin duda otro aire, más puro que el que respiramos en medio de esta debacle.
Este tipo de arte urbano ha tomado muchas ciudades del mundo. Es por ello que muchos festivales se han organizado en América y Europa, incluso en Turquía, a los cuales Wofgang ha podido asistir. Sabe que es arte pero también una herramienta de denuncia para visibilizar los problemas sociales de comunidades despreciadas por quienes tienen el deber de buscar y aportar soluciones.
Así, Wolfgang igualmente ha pintado la dolarización, la inflación, la falta de agua, de luz, el vía crucis de las familias buscando bombonas de gas para poder cocinar. Por eso a veces tapan sus murales. El último, el 5 de junio de este año, el cual reflejaba las condiciones en que se encuentran los servicios básicos en el país. Pero la gente lo respalda, se identifica y cada agresión de esa naturaleza se revierte porque potencia su arte y su presencia exponencialmente.
Wolfgang ya está llevando sus muros más allá de nuestras fronteras. Donde hay una pared desahuciada, él la remoza y pone a valer. Convierte la basura en Badsura.
Es un arte generoso pues no puedes vender un mural de ese tipo para que la gente lo lleve a su casa, lo enmarque y lo cuelgue en la pared. Pero su recompensa es la certeza de que los valores venezolanos se transmiten e inoculan a través de su arte porque, finalmente, ha sido comprendido su gran poder transformador para la sociedad. Es un auténtica fuerza, solidaria y comunicacional, que vence los muros.